Manuel Hernandez Villeta
Trujillo fue un producto de su tiempo, de su coyuntura, de sus circunstancias. Los dictadores no son traídos en naves espaciales, sino que se crían en medio de la batahola social. Los generales de manigua, los gobiernos de caciques locales y la necesidad de los interventores norteamericanos de introducir modernidad en el atraso aldeano, parió a uno de los dictadores más terribles de América Latina.
Trujillo no se puede ver como un individuo solitario que fusta en mano golpeó por 31 años a los dominicanos. No, Trujillo para tomar la cima del poder contó con el apoyo de sectores determinantes de la vida nacional, los intelectuales se postraron a sus pies, la iglesia católica lo bendijo y fue un protegido de los interventores militares norteamericanos.
El poder es efímero y temporal, su eternización dependerá fundamentalmente de contar con el respaldo de grupos activos de la población, de las fuerzas armadas y su aparato represivo y manejar a su antojo la economía, siendo aliado o en todo caso un sustituto, de los grupos capitalistas.
Trujillo fue un rostro de luces y sombras, de dos o más mejillas. Malo y no bueno, pero actuando de acuerdo a hechos sociales que estaban por encima de su entendimiento y de su paso por un mundo normado por los estertores de la primera guerra mundial, el inicio y fin de la segunda, para finalizar cuando surgen nuevos aires de libertad en el continente, con la revolución de Fidel Castro.
Los Estados Unidos no tienen ni amigos ni aliados, sino peones circunstanciales. Trujillo sirvió a la política norteamericana cuando acalló las protestas de los gavilleros y los generales de traje de tela de Macario, pero ya era un anacrónico cuando las presiones de un gobierno comunista en Cuba obligaban a los yanquis a variar de política.
Difícil de lidiar con un hombre que en su fuero interno no aceptaba ni la concertación ni el exilio. Comandantes como Trujillo mueren en el poder. Saben que sin el mando no son nadie y se convierten en parias sin amigos, ni aliados ni posibilidades de reorganizar el mando.
El único escape para Trujillo, o la solución para sus patronos, era el suicidio o el ajusticiamiento. No se decapitó ni destruyó el sistema. Trujillo cayó en la autopista 30 de mayo, pero sus ideas, sus hombres, sus métodos, hicieron casa en el Partido Revolucionario Dominicano, y otros grupos políticos, a los balances del borrón y cuenta nueva.
Trujillo sentó las bases de la institucionalidad del país, lo sacó de ser una aldea ignota para colocarlo en la senda del progreso. Dejó la columna de un país que podría haber ido al socialismo, cuando toda la industria, el comercio, la tierra, era propiedad del Estado. El Estado era Trujillo. Sin embargo, la sangre derramada en los años de esa férrea dictadura es una marca imborrable en la conciencia nacional y al momento del balance histórico, pesan más la barbarie, el crimen y los atropellos, que cualquier acto para lograr la modernidad nacional. El que calla las ideas y corta la vida, nunca debe ser exaltado, sino exterminado.
Por Manuel Hernández Villeta