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“Un político antes de ser un buen gobernante debe ser buena persona, un idealista empedernido, pero, sobre todo, un apasionado de su patria y de su destino”
Francisco Rea Signoret
En los últimos meses hemos visto cómo los políticos están buscando consolidar uno de los activos democráticos más preciados de una sociedad, el de la credibilidad; es decir, el hecho de que la ciudadanía tenga confianza en sus dirigentes, y con ello, consolidar la voluntad social para renovar un acuerdo entre gobernados y gobernantes que permita emerger de las cenizas la legitimidad, que cada vez es más escasa.
La confianza es elemento fundamental para cualquier acuerdo logrado por dos o más personas para alcanzar un objetivo; es la materia prima que funda los grandes proyectos, y mientras ésta subiste, se pueden alcanzar importantes metas. La confianza es el cimiento de la voluntad colectiva, en ella se adicionan otras grandes cualidades de la democracia, como la credibilidad y la legitimidad; en el caso de la primera, se origina cuando las personas que prometen algo logran sus objetivos, es decir, que además de que se sabe que hay capacidad y buena fe en los individuos, existe la férrea convicción de cumplir la palabra empeñada y si llevan a buen término los proyectos planeados. Por su parte, la legitimidad se apoya en la confianza y se fomenta con la credibilidad, siendo estos tres elementos fundamentales para que un ciudadano transformado en político logre las metas colectivas establecidas.
Sin embargo, estas tres cualidades democráticas tienen sus antagónicos, que son la desconfianza, la negligencia y el cinismo político. La desconfianza surge cuando el pueblo sabe que la distancia entre el decir y el hacer es enorme, que a pesar de que la gente sabe que las personas mienten y las metas no se cumplen, las simulaciones se imponen; en el segundo de los casos, los efectos se sienten a diario, las leyes no se acatan, nadie hace su trabajo, se olvida la responsabilidad y el caos se impone en una sociedad; y, por último, el cinismo político se da cuando ya no hay temor por el juicio de la historia.
La crisis de credibilidad en el mundo es enorme, vemos a presidentes mentirosos, líderes negligentes, dictadores cínicos, todos en busca de llenar sus bolsillos a costillas del sufrimiento de los más necesitados, que usan la ley para imponer monopolios, alcabalas y estanquillos, y así, disfrazar ingresos frente a pueblos que ya no tienen más que dar; con ello, la desigualdad, la violencia y la confrontación aumentan.
La credibilidad y la legitimidad cuestan mucho ganarlas, son años de trabajo y esfuerzo, y si no, veamos a quienes han sufrido para lograrlo, como es el caso de Nelson Mandela, que tuvo que enfrentar sufrimiento, cárcel, segregación, violencia, persecución y otras aberraciones propias de los poderosos para poder imponer su discurso de perdón, reconstrucción, unidad, progreso y de respeto al ser humano por sobre todas las cosas.
Un político antes de ser un buen gobernante debe ser buena persona, un idealista empedernido, pero, sobre todo, un apasionado de su patria y de su destino. No hay dinero que borre los ideales de la patria, ni poder que aplaste la grandeza de la dignidad humana. Por ello, la humanidad siempre se ha sobrepuesto a dictadores e intolerantes, y lo seguirá haciendo a pesar de tantas vicisitudes que tenga que enfrentar ¿No creen estimados lectores? reacolaborador@yahoo.com.mx
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