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jueves, 31 de agosto de 2017

El cerebro de Lenin


Omar Lopez Mato
Los médicos acostumbramos atesorar partes de anatomías ajena que exhibimos como curiosidades, con un ánimo que oscila entre el interés morboso y la fruición de un connaisseur. A los científicos que estudiaron las cabezas de individuos notables los empujaba la intención de descubrir los secretos del alma, que según algunos entendidos se podían dilucidar en los accidentes óseos del cráneo, o en la profundidad de las circunvoluciones, o en el peso del cerebro. Fue así como las testas de celebridades como Haydn, Mozart, Descartes y tantos otros fueron separadas de sus respectivos cuerpos.
Como decía, algunos investigadores estimaron que el genio podía ser una cuestión de peso. Empujados por estas hipótesis, pusieron en la balanza la sesera de individuos notables. La investigación hizo agua cuando descubrieron que el cerebro de Marilyn Monroe pesaba más que el cerebro del físico Sájarov (Premio Nobel de la Paz 1975) y otros científicos y escritores.
En otros casos, los encéfalos se atesoraron en latas de sidra con formol, como el cerebro de Einstein, sin que su estudio haya echado muchas luces sobre la localización del "genio".
En nuestro caso, los museos argentinos acumularon cráneos de indios y malandras como el de Juan Moreira, que terminó en manos del abuelo del general Perón, un conocido médico y frenólogo aficionado que investigó la calota del forajido sin llegar a conclusiones relevantes. Posteriormente, la extremidad encefálica del bandido fue entregada por el doctor Perón al Museo de Luján, para evitar el deterioro de esta estructura ósea que su nieto y futuro presidente usaba para asustar a sus amiguitas.
A punto de celebrar el centenario de la revolución que conmovió los cimientos de la sociedad de Occidente, viene a colación contar la historia del cerebro del ideólogo que hizo posible que un grupo minúsculo de bolcheviques se hiciese del poder en el segundo imperio más grande del mundo; entonces el británico era el primero.
Ante todo cabe destacar que en Rusia existía una larga tradición de coleccionar cabezas, que comenzó con Pedro el Grande y la fundación del Kunst Kamera, en San Petersburgo, museo donde se exhibían preparados anatómicos de la colección Ruysch traída de Holanda y los molares que el zar extrajo a sus súbditos; sospecho que las intenciones del zar iban más allá de lo terapéutico.
Los doctores Zernov, Betz, Bechterev y Korsakov fundaron museos e instituciones a lo largo y ancho de Rusia donde se estudiaron los encéfalos de individuos notables. En el instituto de Moscú de Investigación del Cerebro se atesora el del escritor Iván Turguénev, el del químico Dmitri Mendeleev y de los músicos Borodín y Rubinstein, el del célebre doctor Pavlov (el de los reflejos condicionados), el del escritor Máximo Gorki y el del cineasta Serguéi Eisenstein.
Por eso no resultó extraño que, cuando Lenin falleció, se extrajera su cerebro con el fin de buscar la ubicación del genio socialista. Vladimir Ilich Lenin murió después de varios accidentes vasculocerebrales. El más notable lo experimentó durante su discurso en el IV Congreso del Partido Comunista. Lo curioso es que los médicos lo trataron como si hubiera sido una sífilis, aunque los exámenes de laboratorio no señalaban esta afección.
También se pensó que podía tratarse de una intoxicación por plomo, ya que Lenin tenía en el cuerpo dos balas recibidas durante un atentado años antes. Como muchos sospechaban que Stalin lo había envenenado, este dio órdenes para que el encéfalo de Lenin fuese estudiado detenidamente, y a tal fin se lo envió al profesor Oskar Vogt, en Berlín, el neuropatólogo más notable de su tiempo.
Para analizarlo minuciosamente se hicieron 31 mil cortes del encéfalo. El cerebro de Lenin presentaba grandes áreas de reblandecimientos y hemorragias recientes. A pesar de este despliegue histopatológico, Vogt llegó a la (poco científica) opinión de que el cerebro de Lenin había menguado por "el peso de sus ideas revolucionarias".
Probablemente intimidado por la solicitud de Stalin de traer "evidencias palpables de su genialidad", Vogt se apuró en señalar unas células de la corteza que parecían ser más grandes en el cerebro de Lenin que en otros. Eran las llamadas "gigantes de Betz". El tiempo demostró que esto era sólo una exageración con poco respaldo científico.
De todas maneras, Vogt continuó con sus estudios y, en 1947, trató de demostrar que las tendencias criminales de los nazis tenían un correlato anatómico.
El cuerpo del camarada Lenin fue embalsamado, aunque fallas técnicas durante ese procedimiento estropearon algunos tejidos. Su rostro fue parcialmente reparado con cera y expuesto en su mausoleo de la Plaza Roja.
Otros muchos jerarcas soviéticos también optaron por el mismo método de conservación, incluido el camarada Stalin, cuya momia fue prontamente sacada de exhibición por temor a retaliaciones; Clara Zetkin, fundadora del Partido Social Demócrata alemán; Viacheslav Menzhinski, el fundador de la Policía Secreta y el temible verdugo Sergei Kirov.
A pesar de tantos estudios, no se ha podido detectar fehacientemente la ubicación de la "genialidad" ni las características cerebrales del "hombre comunista" como proponía León Trotski, quien creía firmemente que era necesario un cambio en la naturaleza humana para el desarrollo económico de la nación. Su contrincante, Stalin, era más escéptico en cuanto al cambio de dicha naturaleza sin administrar una buena dosis de terror.
El "cerebro de la revolución soviética" padecía de severas alteraciones vasculares, que nos llevan a creer que probablemente Lenin padeciera una afección hereditaria llamada Cadasil, una arteriopatía con infartos subcorticales y distrofias de la sustancia blanca causada por la mutación del cromosoma 19, que suele acompañarse de jaquecas, como las que sufrieron el jerarca y sus hermanos. Es esta, sin dudas, una conclusión poco estimulante para los admiradores de su gesta revolucionaria, que, vista en perspectiva, no tuvo un desarrollo exitoso, y menos aún un final feliz.
El autor es médico oftalmólogo argentino, investigador de Historia y Arte. Es director de Olmo Ediciones.

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