DÉBORAH P. MARRODÁN
Monarcas, dictadores, políticos modernos,... la extravagancia y el poder se llevan tan bien que muchos de ellos son recordados por sus escandalosas manías. Para comenzar, nada mejor que remontarnos en el tiempo hasta el cruel Calígula y su insana obsesión con los caballos. En concreto, con el suyo, al que dispensaba los más tiernos y opulentos cuidados. Según se cuenta, su relación creció tanto que llegó a nombrarlo cónsul. Pero no hace falta llegar a extremos delirantes para encontrar ejemplos.
El escándalo ha estallado hace escados días, tras darse a conocer la elevada factura del maquillaje del nuevo inquilino del Elíseo, Enmanuel Macron: nada menos que 26.000 euros por los cuidados faciales recibidos desde su toma de posesión. No obstante, no es el primero que gasta cantidades similares y menos en la presidencia francesa, ya que sus predecesores en el cargo, Françoise Hollande y Nicolás Sarkozy ya gastaron sumas semejantes e incluso superiores por cuenta de su estética personal. En ambos casos, su obsesión fue el pelo, y prueba de ello es que sus respectivos peluqueros cobraban mensualmente 9.895 y 8.000 euros.
Cambiando de continente, el polémico Trump no podía quedarse atrás al hablar de extravagancias: cada fin de semana que pasan los Trump en su mansión de Florida le cuesta a las arcas americanas tres millones de dólares, una cifra que ha causado especial impresión gracias al historial de Twitter del locuaz presidente, desde donde acusó en 2011 a Barack Obama de gastar cuatro millones de dólares en unas vacaciones. Aunque sus gastos en seguridad, esa gran obsesión estadounidense, tampoco se quedan atrás: medio millón cuesta al estado cada día vigilar la Torre Trump, donde vive parte de la familia del mandatario.
Turno ahora para los dictadores: al norcoreano Kim Jong-un le gusta tanto Jean Claude Van Damme que toma proteínicos para parecerse a él y, cambiando de época, Hitler tenía tal fijación con el poder que deseaba de forma enfermiza reliquias legendarias como la Lanza de Longinos, que supuestamente entregaría a su poseedor el destino del mundo.
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