La opinion de Raúl Ramírez Baena
Parafraseando a Carlos Marx en ocasión del Manifiesto del Partido Comunista de 1848, ahora, en pleno S. XXI, otro fantasma recorre el mundo, y no es precisamente una justa y progresista propuesta político-económica para el mundo, sino el desastroso saldo de la imposición a la humanidad de la fase más destructiva y voraz del capitalismo: el neoliberalismo económico.
Cuando el mundo fue testigo del derrumbe del bloque soviético a finales de los 80, emergió una potencia liderada por los Estados Unidos. Esa potencia no era un país sino un sistema político-económico-militar que pregonaba el advenimiento de un nuevo orden mundial: el absolutismo del mercado.
Mientras en los países altamente industrializados se mantiene el Estado de Bienestar (trabajo con salario digno, vivienda, salud, educación de calidad, vestido y calzado, recreación y cultura, seguridad social), en los países de la periferia, con la mayor población mundial, la situación se agudiza: explotación laboral, pobreza, despojo de los recursos naturales, privatización de las empresas estatales en favor del capital financiero, privatización de los derechos sociales (vivienda, educación, salud, agua, seguridad pública), incremento de la inseguridad, de la violencia y de las violaciones a los derechos humanos; corrupción e impunidad.
Esto es producto de la depredación y apropiación de los recursos naturales y energéticos, principalmente petróleo y gas, necesarios para alimentar la insaciable y contaminante industria de bienes de consumo superfluos e inútiles para las necesidades humanas, pero lucrativa para el mercado.
Este proceso gradual requería del concurso de una nueva clase gobernante gerencial capaz de administrar los negocios del capital al amparo de un nuevo orden que legitimara el despojo, alejándose de la soberanía y del mandato popular que pregona el bien común.
La descomposición no se hizo esperar: pobreza, narcotráfico, violencia, corrupción e impunidad.
El gobierno neoliberal global, para recomponerse y paliar la crisis estructural del capitalismo, se apropió radicalmente de los recursos naturales y de la mano de obra barata de la clase trabajadora en los países de la periferia. Para ello, requirió de una campaña ideológica parecida a la que le dio resultados en la Guerra Fría tras la II Guerra Mundial: el Macartismo, que en sus tiempos funcionó, y ahora también.
Hoy, con los nuevos avances en las tecnologías de comunicación, el gobierno mundial ha logrado permear en la conciencia de los trabajadores de los países tercermundistas, creando ficticios “dictadores”, nuevos demonios “enemigos de la democracia” y satanizando a los derechos humanos y al “populismo”, como así llaman a la defensa de los recursos naturales, el bienestar social, la soberanía y la libre autodeterminación de los pueblos, castigando la resistencia de los países pobres ante la dictadura del mercado y sus aliados: los ricos con sus gobernantes, universidades de élite, iglesias y medios convencionales, y los no ricos que aspiran eternamente a serlo y que defienden hasta con la vida los valores del mercado y del dinero.
El desastre mundial
Para poner algunos ejemplos: la criminal radicalización del fundamentalismo islámico de ISIS no se debe a la casualidad. Con el pretexto de los ataques del 11-07, los EUA, en aras de apropiarse de la plataforma petrolera de la península arábiga, creó en Medio Oriente un caos rompiendo la endeble estabilidad de esta región y del Norte de África que, bien o mal, mantenían Muamar el Gadafi en Libia y Sadam Hussein en Irak (“dictadores” construidos por el imaginario estadounidense), estados laicos que contenían al radicalismo musulmán. Pero los EUA, caracterizando a su conveniencia a estos personajes como dictadores, eliminándolos, rompieron ese balance, agregando a Siria, Irán y Afganistán a la lista. Hoy, esa región se encuentra en completo caos, siendo cuna del terrorismo extremista que asola Europa y Eurasia. Barcelona es el último recordatorio del fracaso de las políticas globales de los EUA y sus aliados europeos (que hoy sufren las consecuencias) víctimas del Islam radical.
En América Latina, el mercado, en aras de apropiarse de la mayor plataforma petrolera del mundo en territorio venezolano (para alimentar la reserva estratégica de los EUA), con ayuda de la oligarquía local y los medios globales, han construido un nuevo “dictador”: Nicolás Maduro. El resultado, más de 130 personas muertas a causa de las violentas manifestaciones organizadas por la oposición de derecha apoyada por el aparato de inteligencia estadounidense, que le ha apostado a la manipulación mediática de la opinión pública, responsabilizando de manera acrítica de la violencia al régimen emanado de la Revolución Bolivariana. Así, el objetivo es crear un chivo expiatorio para justificar la intervención, incluso mediante la fuerza militar de ser necesario.
En las tripas del imperio, la violencia provocada por los neonazis supremacistas en Charlottesville, Virginia, en la línea ideológica de Donald Trump, muestra crudamente las contradicciones de la ideología neoliberal.
México, tierra de narcos, ha caído en la trampa: la ONU reporta más de 30 mil desapariciones denunciadas de 2006 a la fecha; de 10 mil averiguaciones previas por tortura, ninguna autoridad consignada; de 2012 a enero de 2017, más de 90 mil homicidios dolosos, y así. Además de la indignante e impune corrupción gubernamental con Grupo Higa, OHL y Odebrecht.
La violencia no es por falta de valores, no es culpa de los padres de familia, no es la ineficacia de las autoridades, es algo peor: son las consecuencias de abrigar los valores materiales del mercado, del cochino dinero.
-Director de la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste.
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