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miércoles, 23 de agosto de 2017

Dictadura que no gobierna, por Gehard Cartay Ramírez #Venezuela

Parece mentira, pero esta es la tragedia de la Venezuela de hoy: la dictadura de un grupito corrupto e inepto que ejerce el poder sólo en su beneficio.
Por paradójico que parezca se trata de una dictadura que no gobierna, si por gobernar se entiende la utilización del Estado para la consecución de sus fines fundamentales, entre ellos, el ejercicio de la autoridad sobre el territorio donde se encuentra, el respeto de la Constitución y las leyes y el cumplimiento de las garantías esenciales para sus ciudadanos (derecho a la vida, a la alimentación, a la salud, al trabajo, es decir, al mejoramiento de su calidad de vida, así como sus derechos políticos y democráticos.).
La tarea de gobernar supone garantizar el cumplimiento de todos esos derechos para todos los ciudadanos. Desde tiempos inmemoriales, las comunidades comenzaron a organizarse con tales propósitos y delegaron –de manera consciente o no– el poder para hacerlo en una autoridad. Al principio, se atribuía a la voluntad divina, que, a su vez, la depositaba en reyes o figuras parecidas. Con el tiempo, y sobre todo a partir de la revolución francesa, comenzó a tomar cuerpo la idea de que la fuente de ese poder no podía ser otra que la voluntad popular. Fue cuando nació la democracia.
Pero, en nuestro caso, insisto en que no deja de ser una paradoja que la dictadura venezolana ejerza todo el poder pero no gobierne, como todos bien sabemos. Y lo señalo así porque casi siempre las dictaduras gobiernan al ejercer todo su poder. Al decir que gobiernan, lo fundamento en que algunas de ellas han sido eficientes en el combate contra la delincuencia, por ejemplo, a consecuencia del terror que han impuesto y de la efectividad de sus cuerpos represivos. Otras lo han sido en materia económica o de obras públicas.
Quien estudie los casos de Hitler, Pinochet o Pérez Jiménez, por citar apenas tres casos emblemáticos, encontrará que el primero le aseguró en sus años iniciales de gobierno una cierta bonanza económica a los alemanes, así como fuentes de trabajo, construcción de grandes obras públicas y mejoramiento de la calidad de vida, todo ello luego de la derrota y ruina de aquel país después de la Primera Guerra Mundial. Más tarde, cuando inició su ofensiva expansionista y desató la siguiente guerra mundial, condujo a su pueblo a la ruina y a una nueva derrota. Pinochet recuperó la economía chilena luego del desastre de Allende y su socialismo. Y aquí, Pérez Jiménez ejecutó grandes obras públicas, mantuvo una economía en crecimiento y una tranquilidad general para quienes no combatieran a su dictadura. Todas ellas fueron crueles dictaduras, que jamás podrán justificarse, pero ciertamente hicieron bien algunas cosas.
La actual dictadura venezolana, en cambio, ha arruinado al país y empobrecido a su pueblo como nunca lo hizo antes ningún gobierno, sin que tampoco muestre una obra importante en estos 18 largos años, ni haya garantizado la paz interna. Todo lo contrario. Ahora hay más hambre, violencia y muerte por todas partes. Han empobrecido criminalmente una clase media que venía consolidándose en los últimos 50 años y hoy los pobres son más pobres que nunca. Como bien se sabe, escasean la comida y las medicinas, crece el desempleo y millones de compatriotas han tenido que huir a otros países en busca de oportunidades de vida y de trabajo.
Hoy el Estado venezolano, a pesar de ser una dictadura, es un Estado fallido, casi en vías de extinción. Un Estado que no controla ni siquiera sus propias fronteras territoriales, entregadas a la narco guerrilla y sus aliados de la cúpula podrida, así como a contrabandistas de la gasolina venezolana, todo ello por su flanco surooccidental, mientras que en Amazonas saquean el uranio y el llamado oro azul gobiernos extranjeros que desarrollan proyectos nucleares bélicos. En el estado Bolívar el llamado “arco minero” ha sido también entregado a gobiernos de afuera, mientras se destruye el medio ambiente y el hambre crece entre los guayaneses. Nuestras costas y espacio aéreo han sido convertidos impunemente en rutas del narcotráfico mundial.
Ya se sabe que la delincuencia, aliada del régimen, goza de total impunidad y sigue su cosecha diaria de asesinatos, robos, secuestros y crímenes contra los venezolanos. Los servicios públicos no sirven y casi todo casi todo se encuentra deteriorado como nunca antes. Venezuela es, pues, un país en ruina, mientras la cúpula que manda cada día se enriquece más.
Puede parecer contradictorio, insisto, pero Venezuela sufre hoy una dictadura que no gobierna. Una dictadura al frente de un Estado fallido.

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