Por: Claudio Acosta
e-mail: c.acosta@hoy.com.do
A no pocos ha sorprendido que el nieto de Rafael Leónidas Trujillo, Ramfis Domínguez Trujillo, tenga el 7% de la intención del voto de los ciudadanos consultados por la firma encuestadora Latin Insights, por encima de políticos que tienen mucho tiempo en la palestra, que han sido incluso candidatos presidenciales, y casi cabeza con cabeza con el expresidente Hipólito Mejía, uno de los principales líderes del Partido Revolucionario Moderno (PRM). ¿A qué atribuir ese sorprendente 7%? ¿Al resurgimiento del trujillismo y los movimientos nacionalistas anti haitianos? ¿Al cansancio de los ciudadanos de los políticos? ¿Al deterioro de la seguridad pública por culpa de la delincuencia? ¿A la cacareada crisis de los partidos? ¿A todas las anteriores? Domínguez Trujilllo declaró en una entrevista reciente que la popularidad que lo acompaña se debe, en primer lugar, al apellido que lleva, y en segundo lugar a la añoranza de la población, decepcionada de los políticos tradicionales, que echa en falta a su abuelo y aún lo reclama con frases como “Qué falta hace un Trujillo”. Todos hemos escuchado, en algún momento, frases como esas, generalmente pronunciadas por gente que no vivió ni sufrió los rigores de su sangrienta dictadura, pero de ahí a que un Trujillo vuelva a gobernar este país, y que lo haga gracias al voto mayoritario de los ciudadanos, hay una gran distancia que parece difícil de recorrer. Es una lástima que la sociedad dominicana pierda miserablemente su tiempo en discusiones estériles, que no conducen a ninguna parte, como es el caso de las primarias en la Ley de Partidos, en lugar de poner atención a los síntomas que indican que algo anda muy mal. A ese malestar creciente que hace que los ciudadanos fijen su atención en otras opciones, no necesariamente mejores aunque se vendan distintas, hay que buscarle remedio, para evitar que ese 7% continúe creciendo hasta convertirse en nuestra peor pesadilla.
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