Hay quienes creen que la conspiración política de 1961, que culminó exitosamente con la eliminación física del dictador Rafael L. Trujillo, fue un hecho fortuito que -a falta de algo que hacer- se le ocurrió antojadizamente a un grupo de ciudadanos. Yerran quienes piensan tal ingenuidad. La conjura que se ha dado en llamar del 30 de mayo, porque fue ese día cuando se materializó la primera parte de la trama, obedeció a una planificación cuidadosamente elaborada, fundamentalmente dividida en dos fases. La primera consistía en ajusticiar al tirano, única forma posible de apartarlo del poder omnímodo que -como la hiedra a la pared- ejercía desde hacía 30 años; mientras que la misión de los responsables de la segunda fase era tratar de tomar control del gobierno y de todas sus instituciones.
¿Qué ocurrió esa noche? Se recordará que los conjurados, para facilitar su capacidad operativa, distribuyeron en tres grupos a los comprometidos con la causa: primero, el grupo de acción, que era el responsable de interceptar a Trujillo y darle muerte; segundo, el grupo militar, que tenía la responsabilidad de apresar a los más encumbrados miembros de la familia Trujillo, al presidente Joaquín Balaguer, así como a los principales funcionarios civiles y militares clave, y enviarlos al extranjero en condición de exiliados; y, tercero, el grupo político, cuya misión, una vez muerto el dictador, era poner en marcha una suerte de golpe de Estado y propiciar la formación de un gobierno provisional que, en el corto tiempo, preparara el país para unas elecciones libres. Una figura clave de ese segundo grupo militar, o más bien sub-grupo que estaba bajo la supervisión directa del centro político, lo era el Mayor General José René Román Fernández, entonces Secretario de las Fuerzas Armadas, y quien se comprometió a actuar tan pronto constatara que Trujillo había sido eliminado físicamente. Pero la segunda fase del 30 de mayo, que el licenciado Marino Cáceres Ureña juzgó de difícil realización por la complejidad de la misma -según le confesó a Luis Amiama Tió cuando este le habló con lujo de detalles del complot-, no fue posible siquiera comenzar a desarrollarla debido a diversas e imprevistas contingencias que ocurrieron subsiguientemente al tiranicidio.
El imprevisible azar. ¿Cuáles fueron esos eventos de la casualidad que frustraron la segunda fase? He aquí algunos: en las proximidades del lugar donde cayó muerto Trujillo se encontraba el general Arturo Espaillat, quien luego de comprobar que el primero había sido objeto de un atentado, acto seguido contactó al general Román Fernández (que estaba totalmente ajeno a que esa noche tendría lugar el atentado) y luego al Generalísmo Héctor Bienvenido Trujillo, quien a su vez alertó al temible Servicio de Inteligencia Militar y demás órganos de inteligencia del gobierno. En cuestión de horas, se pudo saber gran parte de lo sucedido en la avenida, pues el chofer de Trujillo, capitán Zacarías de la Cruz, salvó la vida milagrosamente y fue internado en el hospital militar Dr. Marión, desde donde declaró que él y Trujillo habían sido atacados a tiros y que su Jefe estaba desaparecido. Paralelamente, uno de los conjurados, Pedro Livio Cedeño, resultó gravemente herido y tuvo que ser trasladado a una clínica privada (la Clínica Internacional), en donde rápidamente fue localizado por el SIM. Más aún: cuando los tiranicidas se retiraron del lugar del ajusticiamiento, con el cadáver de Trujillo en la cajuela de uno de los autos participantes en la emboscada, no se percataron de que habían dejado una pistola calibre 38 propiedad de Antonio de la Maza, así como también el carro marca Mercury, perteneciente a Salvador Estrella Sahdalá. Con esos elementos a mano, fruto del azar, a los agentes del SIM no les resultó difícil identificar los nombres de algunos de los que habían estado en la avenida esa noche, razón por la que desplegaron una feroz persecución, al tiempo que una desenfrenada búsqueda y contínuas requisas en las casas de las personas identificadas como sospechosas de haber participado en el hecho de sangre de la avenida. Lo de búsqueda desenfrenada obedece a que las autoridades ignoraban cuál había sido la suerte del dictador Trujillo. En su poder estaba el carro en el que este se desplazaba hacia San Cristóbal, convertido en un colador -por los numerosos impactos de balas que tenía-; tenían su kepis militar y hasta su prótesis dental. Por un lado, también tenían al chofer del tirano, mal herido, en un hospital militar de la ciudad, y, por el otro, tenían a Pedro Livio Cedeño, mal herido de bala, en una clínica privada. En esos momentos tan angustiantes para las altas esferas del poder político y militar de la dictadura, el principal interés de los agentes del SIM, en adición a capturar a los sospechosos, era establecer con precisión qué le había sucedido al Generalísimo Rafael L. Trujillo. Hasta prueba en contrario, solo lo daban por desaparecido y no descartaban la posibilidad de que había sido secuestrado... Continuaré con el tema, pues las jóvenes generaciones deben conocer quiénes fueron los integrantes de esa valiente pléyade de hombres y mujeres del 30 de mayo de 1961.
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