Ya basta de bromas. ¿Qué extrañas razones políticas, de quiénes y por qué, pueden explicar que todavía se hable en voz baja de sacar los restos del Valle de los Caídos, como si se tratara de un hecho pecaminoso, cruel o excéntrico? Es, justamente lo contrario: cruel y excéntrico es mantener un lugar de honor para el dictador que tuvo acogotado bajo su férreo puño a este país durante cuarenta años. ¿Qué razón hay para no trasladar sus huesos, cuando los de Azaña siguen en Montauban o los de Negrín en el Père-Lachaise? Se trata, sin más, de llevar educadamente, cuidadosamente, cristianamente incluso, dada la afición familiar por las cruces, las vírgenes y los santos, sus huesos polvorientos a descansar en el cementerio de El Pardo, junto a los restos de su querida esposa y demás deudos familiares. ¿Por qué nos tiembla el pulso cuando a él jamás le tembló la mano para firmar miles de condenas a muerte?
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