Por Emilia Pereyra
SANTO DOMINGO. La incursión revolucionaria del 14 de junio de 1959 fue diezmada rápidamente por las fuerzas represivas de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, pero su oneroso saldo en fusilamientos, torturas y persecuciones fue tan traumático para la sociedad que socavó las bases del cruento régimen.
En la población causó angustia la crueldad de los suplicios y ejecuciones de los jóvenes expedicionarios, muchos de ellos pertenecientes a las clases medias y altas de entonces.
De acuerdo al historiador Juan Daniel Balcácer, la sociedad dominicana sintió en lo más profundo del alma colectiva la forma brutal y despiadada con que el régimen atormentó y exterminó a los jóvenes sobrevivientes capturados.
“ Y fue precisamente esa victoria moral y política de La Raza Inmortal ̶ como también se conoce a los mártires del 14 de junio ̶ el detonante que sacudió la conciencia dormida de muchos dominicanos, que se encontraba sumida en una pesadilla que había comenzado en aquella lejana mañana del 23 de febrero de 1930 cuando en Santiago de los Caballeros se iniciaron los primeros pasos efectivos que dio Trujillo para asaltar el poder con el derrocamiento el gobierno constitucional del ya anciano presidente Horacio Vásquez...”, agrega Balcácer en su obra “Trujillo el tiranicidio de 1961”.
El ensayista subraya que después de la fallida experiencia del exilio, aumentaron las tentativas en el interior del país, para deponer al sátrapa, “puesto que la tarea de liquidar físicamente a Trujillo no parecía factible que se cristalizara desde el exterior”.
Llegada de la expedición
La tensión de los años postreros de la dictadura empezó a aumentar cuando trascendió que el domingo de aquel 14 de junio de 1959, un avión D-49, con insignias de la Aviación Militar Dominicana, se posó en la pista del custodiado aeropuerto de Constanza y de él descendieron 54 expedicionarios que llegaban desde Cuba para combatir.
De inmediato, los guerrilleros, encabezados por Enrique Jiménez Moya, quien había batallado junto a Fidel Castro en la Sierra Maestra, doblegó en un rápido combate a los soldados encargados de la seguridad del aeropuerto, y trató de penetrar en las montañas circundantes.
Los revolucionarios se dividieron en dos columnas: una era dirigida por Jiménez Moya, dominicano, y otra por Delio Gómez Ochoa, cubano.
El día 15 naves de la aviación bombardean las serranías de Constanza, mientras el régimen desplegaba unos 3,000 soldados, camiones y armamentos en la zona.
Dado lo escabroso del terreno y el acoso de las fuerzas trujillistas, los guerrilleros no pudieron avanzar. Primero cayó la columna dirigida por Jiménez Moya, quien pereció en combate, así como varios de sus compañeros. Los demás fueron apresados, incluyendo al capitán Juan de Dios Ventura Simó.
Los detenidos fueron obligados a hablar bajo tortura e informaron de la segunda parte de la incursión armada, que se efectuaría por mar, a través de la costa noreste.
La aviación y la marina se mantuvieron vigilantes en los días siguientes. El 20 de junio, la lancha Carmen Elsa llegó a Maimón, con 96 expedicionarios, comandada por José Horacio Rodríguez y finalmente capitaneada por José Messón. A su vez, La Tinima desembarcó en Estero Hondo con unos 48 expedicionarios, capitaneada por José Antonio Campos Navarro.
Las fuerzas trujillistas atacaron las embarcaciones. La mayoría de los guerrilleros pereció y los sobrevivientes fueron detenidos al alcanzar playas y arrecifes.
La expedición, que partió con 261 personas, fue dividida en cinco pelotones de 50 hombres cada uno. Entre los expedicionarios había 211 dominicanos, 20 cubanos, 13 venezolanos, nueve puertorriqueños, tres norteamericanos, tres españoles, un guatemalteco y un nicaragüense.
Se habían entrenado en la finca Rancho Mil Cumbres, en Cuba. Los hombres llegaban con el objetivo de repetir la exitosa experiencia de Sierra Maestra, encabezada por Fidel Castro, y de combatir a la dictadura con el apoyo de las poblaciones rurales y urbanas.
“La táctica de los revolucionarios dominicanos, promovida infructuosamente desde la década de los 40, de organizar una expedición que llevara a cabo la lucha contra Trujillo, encontraba un ejemplo y un suelo fértil que la apoyara”, asegura el historiador José Miguel Abreu Cardet, en la obra “Cuba y las expediciones de junio de 1959”.
“La idea de la expedición nació el día cuando Castro viajó a Venezuela y se reunió con Rómulo Betancourt en Caracas, en la Quinta Marimar (residencia del presidente venezolano), quien le planteó el tema de Trujillo y su disposición de ofrecer todos los medios, excepto su territorio, para liberar al país de la dictadura. En ese encuentro había algunos dominicanos de la Unión Patriótica”, contó el héroe Delio Gómez Ochoa el pasado año a Diario Libre.
“La idea de la expedición nació el día cuando Castro viajó a Venezuela y se reunió con Rómulo Betancourt en Caracas, en la Quinta Marimar (residencia del presidente venezolano), quien le planteó el tema de Trujillo y su disposición de ofrecer todos los medios, excepto su territorio, para liberar al país de la dictadura. En ese encuentro había algunos dominicanos de la Unión Patriótica”, contó el héroe Delio Gómez Ochoa.
Contexto complejo
Cuando llegaron los guerrilleros a la República Dominicana, el contexto internacional no era favorable para la tiranía. Habían caído las dictaduras de Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela, de Gustavo Rojas Pinilla, en Colombia, y la de Fulgencio Batista, en Cuba.
Además, el surgimiento de la revolución cubana, encabezada por el carismático Castro, causaba un gran impacto en la juventud dominicana, sector en el que se había incrementado la resistencia interna contra el régimen.
A través de sus eficaces servicios de inteligencia, la tiranía tuvo noticias de que en la tierra de José Martí se entrenaban los futuros expedicionarios, procedentes de los grupos exiliados en Venezuela, Centroamérica y en Cuba. También se sabía que contaban con el apoyo del presidente venezolano Rómulo Betancourt y de otros poderosos adversarios de Trujillo.
Según dice Virgilio Álvarez Pina, en el libro “Memorias de don Cucho”, las informaciones que tenía el gobierno daban cuenta de la preparación de una gran invasión, pero la fecha en que se produciría y cómo era coordinada eran aspectos ignorados por las autoridades.
No obstante, una vez fue advertido de la amenaza que planeaba sobre el régimen, Trujillo dispuso una mayor vigilancia del territorio por aire, mar y tierra.
Muertes y represión
De los expedicionarios que arribaron por Constanza el 14 de junio y de los que llegaron por Maimón y Estero Hondo, el 20 de junio de 1959, sobrevivieron los dominicanos Poncio Pou Saleta, Mayovanex Vargas y Francisco Medardo Germán y los cubanos Delio Gómez Ochoa, veterano de la Sierra Maestra, y Pablito Mirabal, un adolescente que se destacó por su destreza en el manejo de las armas. También resistió Gonzalo Almonte Pacheco, posteriormente desaparecido por agentes de la dictadura.
Los demás hombres cayeron en los frentes de batalla y el resto fue fusilado en la Base Aérea de San Isidro, por disposición del jefe del Estado Mayor Conjunto, Rafael Leónidas (Ramfis) Trujillo Martínez.
Álvarez Pina revela que el trabajo sucio hecho por Ramfis Trujillo “tendría sus reclamos económicos”. “El flamante jefe del Estado Mayor Conjunto reclamó a su padre su precio, que estimó en diez millones de dólares, actitud ésta que provocó grandes conflictos entre padre e hijo y que arrastró a varios miembros del gabinete y a otros familiares y relacionados con el vástago mayor del jefe de Estado”.
Otros intentos: Cayo Confites y Luperón
Antes de la gesta, que la historia registra como la Expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo, hubo otros intentos desde el exterior para derrotar el régimen: Cayo Confites, en 1947, y Luperón, en 1949.
Al respecto Francis Pou publicó en la revista Clío (enero-junio 2009: “La única victoria que lograron alcanzar los miembros de esta malograda expedición lo constituyó la toma de la goleta Angelita, mientras navegaba por aguas cercanas a Cayo Confites. Pichirilo había informado al general Juan Rodríguez de su existencia y del golpe que representaría para Trujillo el ser atacado empleando una de sus propias embarcaciones, que pasó a llamarse por los expedicionarios con el nombre de Maceo”.
El 1949 varios revolucionarios llegaron a las costas dominicana en un hidroavión, cargado de armas, procedente de Guatemala, con el objetivo de iniciar una lucha guerrillera. Se trataba de la expedición de Luperón, organizada por Juan Rodríguez García (Juancito).
“Por varias causas adversas y la traición de un infiltrado, los integrantes del Frente Interno no estuvieron en Luperón para recibir las armas y pertrechos militares: hubo una desdichada confusión entre los 12 expedicionarios que, en la oscuridad de la población, se dispararon entre sí y se provocaron bajas; al verse fracasados decidieron abandonar la operación y volar a Santiago de Cuba para ofrecerle atención médica a sus compañeros heridos, con tan mala suerte que al despegar el hidroavión encalló en un bajío; en ese instante se apareció un buque de guerra del régimen (el GC-9), que disparó a la nave y la incendió, muriendo calcinados los heridos y quien los atendía: Salvador Reyes Valdez”, relata Abreu Cardet.
Los demás expedicionarios fueron emboscados y apresados. Otros resultaron asesinados. Algunos fueron dejados vivos para ser mostrados como pruebas de la “agresión comunista”, auspiciada por los presidentes Juan José Arévalo, de Guatemala, José Figueres, de Costa Rica, y Carlos Prío Socarrás, de Cuba.
En el 1958 abortó otra expedición que saldría desde Miami y llegaría, vía área, a La Vega, para iniciar la lucha en las montañas. Aunque los revolucionarios consiguieron armas e incluso un avión, fueron detenidos por las autoridades de Estados Unidos. De los 16 integrantes de este grupo, dirigido por Manuel Batista Clisante, 11 volvieron el 14 de junio de 1959. Muchos de ellos murieron en combate y otros fueron asesinados en prisión.
Al respecto Francis Pou publicó en la revista Clío (enero-junio 2009: “La única victoria que lograron alcanzar los miembros de esta malograda expedición lo constituyó la toma de la goleta Angelita, mientras navegaba por aguas cercanas a Cayo Confites. Pichirilo había informado al general Juan Rodríguez de su existencia y del golpe que representaría para Trujillo el ser atacado empleando una de sus propias embarcaciones, que pasó a llamarse por los expedicionarios con el nombre de Maceo”.
El 1949 varios revolucionarios llegaron a las costas dominicana en un hidroavión, cargado de armas, procedente de Guatemala, con el objetivo de iniciar una lucha guerrillera. Se trataba de la expedición de Luperón, organizada por Juan Rodríguez García (Juancito).
“Por varias causas adversas y la traición de un infiltrado, los integrantes del Frente Interno no estuvieron en Luperón para recibir las armas y pertrechos militares: hubo una desdichada confusión entre los 12 expedicionarios que, en la oscuridad de la población, se dispararon entre sí y se provocaron bajas; al verse fracasados decidieron abandonar la operación y volar a Santiago de Cuba para ofrecerle atención médica a sus compañeros heridos, con tan mala suerte que al despegar el hidroavión encalló en un bajío; en ese instante se apareció un buque de guerra del régimen (el GC-9), que disparó a la nave y la incendió, muriendo calcinados los heridos y quien los atendía: Salvador Reyes Valdez”, relata Abreu Cardet.
Los demás expedicionarios fueron emboscados y apresados. Otros resultaron asesinados. Algunos fueron dejados vivos para ser mostrados como pruebas de la “agresión comunista”, auspiciada por los presidentes Juan José Arévalo, de Guatemala, José Figueres, de Costa Rica, y Carlos Prío Socarrás, de Cuba.
En el 1958 abortó otra expedición que saldría desde Miami y llegaría, vía área, a La Vega, para iniciar la lucha en las montañas. Aunque los revolucionarios consiguieron armas e incluso un avión, fueron detenidos por las autoridades de Estados Unidos. De los 16 integrantes de este grupo, dirigido por Manuel Batista Clisante, 11 volvieron el 14 de junio de 1959. Muchos de ellos murieron en combate y otros fueron asesinados en prisión.
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