Emilia Pereyra .
SANTO DOMINGO. Se ha documentado que el dictador Rafael Leónidas Trujillo, ajusticiado el 30 de mayo de 1961, era dado a las manipulaciones y a extender sus tentáculos para dominar a sus adversarios, con los métodos posibles, por lo que tejió una amplia red para avasallar en el Caribe y América Latina.
En el libro “Un leviatán tropical: las redes clientelares de Trujillo en América Latina y el Caribe”, recientemente publicado por el Archivo General de la Nación, el historiador y narrador Elíades Acosta Matos, analiza y aporta mucha información documental sobre estos aspectos de la dictadura de 31 años.
El autor enfatiza que las redes clientelares de Trujillo no solo se ocupaban del espionaje, el control, la amenaza y el asesinato de sus principales adversarios, más allá de las fronteras nacionales, sino también de orquestar permanentes campañas de prensa, de la descalificación sistemática de sus críticos, de la contratación de firmas de abogados y relaciones públicas encargadas de defender y promover sus intereses y negocios y de la cooptación y el soborno más descarnado a figuras prominentes de la vida pública internacional, que podían ser de utilidad a sus propósitos.
Acosta Matos precisa que los innumerables espías, lobistas, sicarios, periodistas de alquiler, mediadores y legisladores que durante décadas formaron parte de las redes internacionales lo hacían al servicio de Trujillo, no del gobierno ni del Partido Dominicano y mucho menos del pueblo.
“Al momento de ser ajusticiado, en la noche del 30 de mayo de 1961, los complotados cargaron con dos trofeos: su cuerpo cruzado por seis balazos, el revólver de cachas blancas recibido de manos de uno de sus instructores yanquis, al graduarse de teniente, y un maletín del que jamás se separaba, repleto de pesos dominicanos y dólares, con lo que (Trujillo) compraba voluntades y hacía crecer sus redes clientelares dentro y fuera del país”, agrega.
El dictador fue tan eficaz en la expansión de su poder en el Caribe y América Latina, en la neutralización de sus adversarios y en el lobbysmo que el 12 de diciembre de 1949, que en un memorándum confidencial del Ministerio de Estado de Cuba, señala Acosta Matos, se acuñaba el concepto “imperialismo dominicano”.
Pactos de Trujillo
Acosta Matos comprobó que en el caso de Cuba, Trujillo “fue capaz de adversar a muerte, y también pactar y utilizar los servicios de presidentes como Fulgencio Batista y Carlos Prío Socarrás; de personajes como Rolando Masferrer, Eusebio Mujal o Eufemio Fernández; de doctos diplomáticos como los cancilleres Orestes Ferrera y Miguel Ángel Campa y de gánsteres y sicarios vulgares como El Muerto Soler, El Extraño, El Muñeco, o Policarpo Soler, de escritores y poetas como Alberto Lamar Schweyer y Gastón Baquero, y de feroces represores como el coronel Orlando Piedra y el comandante Castell y los generales Pedraza y del Río Chaviano”.
El autor expresa que sus primeros amigos, y en cierta medida asesores, fueron los provectos generales Gerardo Machado y Morales, de Cuba, y Juan Vicente Gómez Chachón, de Venezuela.
Argumenta que de esos dictadores Trujillo aprendería no pocas lecciones del arte de gobernar tiránicamente, liquidar a sus enemigos, cooptar colaboradores y prolongarse indefinidamente en el poder, sentado sobre las bayonetas y desatando la más brutal represión, técnicas usuales del terrorismo de Estado.
Relaciones con la prensa extranjera
Consta que Trujillo cultivó una relación de “odio-amor” con la prensa, como la califica Acosta Matos, y que el tirano hizo un gran esfuerzo para adocenar a periódicos y periodistas extranjeros, a muchos de los cuales invitaba a visitar el país con todos los gastos pagados.
En el plano nacional, Trujillo no admitía cuestionamientos en los medios de comunicación de la época, que controlaba de manera rígida.
Acosta indica: “Como norma, los periodistas que se invitaban a visitar el país eran profesionales que de una u otra forma habían expresado simpatías, o al menos respeto, por la dictadura trujillista. A través de las embajadas, legaciones y consulados se detectaba a quienes podrían ser de utilidad al régimen, y tras efectuar las averiguaciones pertinentes, muchas veces utilizando los servicios de quienes habían sido captados con anterioridad, se les formulaban las propuestas correspondientes”.
Han quedado evidencias, agrega el autor, de que los viajeros, aparte de contar con todos los gastos pagos y las más exquisitas atenciones, tras arribar a República Dominicana, eran sometidos a chequeos, vigilancia y provocaciones sutiles, con el objetivo de comprobar, hasta la saciedad, hasta qué grado se podía confiar en ellos.
A juicio de Acosta Matos, los sobornos trujillistas a la prensa del continente eran de una solidez y extensión nunca antes vistas. “No se trataba solo de pagar espacios propagandísticos, ni los servicios de periodistas aislados, sino de comprar el favor de periódicos completos, para lo cual se erogaban subsidios secretos anuales”.
Además, el tirano construyó una red de escritores protrujillistas, que se nutría con nuevas adquisiciones, que incluían a desertores y tránsfugas, indica el autor.
Si bien fue copiosa la bibliografía trujillista, al punto de que cuando el historiador Emilio Rodríguez Demorizi la compiló con motivo de la conmemoración del 25 aniversario del régimen, ya contaba con más de 5,000 entradas, el interés mayor era la producción de publicaciones calumniosas dirigidas a lectores foráneos, donde se le pasaba factura a los enemigos reales o supuestos del tirano.
Diatribas y atentado contra Betancourt
La publicación de “El Romulato”, en 1946, del venezolano Beltrán Martínez, tenía la intención de acusar a Rómulo Betancourt, presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, de entonces, de ser comunista, dictador, homosexual y cobarde.
El encono contra Betancourt, su enemigo político, llegó al cenit cuando Trujillo patrocinó un atentado que casi le cuesta la vida el gobernante venezolano el 24 de junio de 1960. El hecho delictivo motivó sanciones diplomáticas y económicas impuestas por la Organizaciones de Estados Americanos (OEA) contra la República Dominicana.
El ataque ocurrió mientras el vehículo de Betancourt, seguido de dignatarios y oficiales de seguridad, avanzaba por la avenida de Los Próceres, en Caracas, para dirigirse a un desfile militar con motivo de la celebración del Día del Ejército y la conmemoración de la Batalla de Carabobo. Entonces el auto pasó junto a un carro Oldsmobile, de color verde, que reventó e hizo saltar el vehículo del ejecutivo venezolano y lo destruyó parcialmente.
Betancourt sufrió quemaduras en los brazos, las manos y parte de la cara. En la tentativa murieron el coronel Ramón Armas Pérez, jefe de la casa militar de la Presidencia, y el asistente naval López Parra.
Hablando después ante los venezolanos, el mandatario se expresó de manera visionaria: "Nunca he ignorado los riesgos que comporta empeñarse en darle una orientación democrática seria al país. No me cabe la menor duda de que en el atentado de ayer tiene metida su mano ensangrentada la dictadura dominicana. Pero esa dictadura vive su hora pre agónica, son los postreros coletazos de un animal prehistórico incompatible con el siglo XX".
El periodista e historiador Miguel Guerrero ha dicho que el atentado contra Betancourt recibió el repudió de la comunidad internacional, antes de ser objeto de intensos debates en la Organización de Estados Americanos (OEA).
“Trujillo fracasó en el plano diplomático, pese a sus astutas maniobras diplomáticas desplegadas, no logró evadir la condena. Sin embargo, ese deplorable hecho puso de relieve, tal vez como en ningún otro momento de los treinta años anteriores, la habilidad de su servicio exterior y la entrega total de los intelectuales del régimen a una causa de antemano perdida”, dijo.
Contra adversarios extranjeros
El sátrapa nacido en San Cristóbal, el 24 de octubre de 1891, no solo combatía constantemente a sus adversarios internos. Tampoco descuidaba el espionaje ni los ataques contra importantes antagonistas extranjeros como los presidentes Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, de Cuba; Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, de Guatemala; los venezolanos Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt y el costarricense José Figueres.
Acosta Matos indica que a su vesania difamadora no escaparon tampoco dictadores como Fulgencio Batista, de Cuba, y Francois Duvalier, de Haití. Tampoco políticos norteamericanos, como Benjamin Sumner Welles, ni republicanos españoles como Jesús de Galídez o José Almoina.
Precisamente la alevosa y larga mano de Trujillo acabó con la vida de los españoles Jesús de Galíndez y Almoina.
Galíndez Suárez, intelectual y entonces catedrático de la Universidad de Columbia, fue secuestrado por agentes de la dictadura en Nueva York, y traído a República Dominicana, donde fue asesinado en 1956. El motivo: el antiguo colaborador de Trujillo se había convertido en su adversario y escribía una tesis doctoral sobre el régimen dictatorial.
Posteriormente, el déspota acabo con la existencia de Almoina, en 1960. El gallego, que había sido secretario particular de Trujillo, se ganó su inquina a causa de la difusión de críticas sobre él y su régimen.
Almoina, quien fue profesor de la Universidad de Santo Domingo, escribió un informe confidencial, dirigido a los gobiernos de la cuenca del Caribe, en el que lanzó duras críticas a Trujillo, atribuyéndole serios planes intervencionistas en los asuntos internos de otros países. En el voluminoso texto, analizó, entre otras muchas cosas, las condiciones personales de Trujillo y le atribuyó ser un enfermo mental. Incluso le imputó ser un degenerado, que incurría en la práctica homosexual.
El historiador español Xurxo Martínez Crespo, autor del libro “Exilio. Dominicana. México”, expresó: “Almoina escribe y paga de su propio bolsillo ‘Una satrapía en el Caribe. Historia puntual de mala vida del déspota Rafael Leónidas Trujillo’, el alegato más arriesgado de los que se escribieron contra la dictadura de Trujillo. Para ocultarse, firma como Gregorio Bustamante y llega a incluir una descripción de sí mismo: "El miserable e indigno gallego".
Según Martínez Crespo, en esas palabras “hay algo más que una jugada de despiste, que el miedo a la guerra sucia del régimen dominicano: una confesión de arrepentimiento. El terror a los servicios secretos de Trujillo provocó que el lugués se guardase las espaldas publicando, simultáneamente y bajo su nombre auténtico, ‘Yo fui secretario de Trujillo’, versión complaciente de su paso como asesor del déspota”.
Almoina cayó ante el impacto de las balas en Ciudad de México a manos de cubanos escapados de la revolución en su isla y refugiados en Santo Domingo. La sed de venganza de Trujillo también estuvo detrás de este crimen.
Acosta Matos indica que a su vesania difamadora no escaparon tampoco dictadores como Fulgencio Batista, de Cuba, y Francois Duvalier, de Haití. Tampoco políticos norteamericanos, como Benjamin Sumner Welles, ni republicanos españoles como Jesús de Galídez o José Almoina.
Precisamente la alevosa y larga mano de Trujillo acabó con la vida de los españoles Jesús de Galíndez y Almoina.
Galíndez Suárez, intelectual y entonces catedrático de la Universidad de Columbia, fue secuestrado por agentes de la dictadura en Nueva York, y traído a República Dominicana, donde fue asesinado en 1956. El motivo: el antiguo colaborador de Trujillo se había convertido en su adversario y escribía una tesis doctoral sobre el régimen dictatorial.
Posteriormente, el déspota acabo con la existencia de Almoina, en 1960. El gallego, que había sido secretario particular de Trujillo, se ganó su inquina a causa de la difusión de críticas sobre él y su régimen.
Almoina, quien fue profesor de la Universidad de Santo Domingo, escribió un informe confidencial, dirigido a los gobiernos de la cuenca del Caribe, en el que lanzó duras críticas a Trujillo, atribuyéndole serios planes intervencionistas en los asuntos internos de otros países. En el voluminoso texto, analizó, entre otras muchas cosas, las condiciones personales de Trujillo y le atribuyó ser un enfermo mental. Incluso le imputó ser un degenerado, que incurría en la práctica homosexual.
El historiador español Xurxo Martínez Crespo, autor del libro “Exilio. Dominicana. México”, expresó: “Almoina escribe y paga de su propio bolsillo ‘Una satrapía en el Caribe. Historia puntual de mala vida del déspota Rafael Leónidas Trujillo’, el alegato más arriesgado de los que se escribieron contra la dictadura de Trujillo. Para ocultarse, firma como Gregorio Bustamante y llega a incluir una descripción de sí mismo: "El miserable e indigno gallego".
Según Martínez Crespo, en esas palabras “hay algo más que una jugada de despiste, que el miedo a la guerra sucia del régimen dominicano: una confesión de arrepentimiento. El terror a los servicios secretos de Trujillo provocó que el lugués se guardase las espaldas publicando, simultáneamente y bajo su nombre auténtico, ‘Yo fui secretario de Trujillo’, versión complaciente de su paso como asesor del déspota”.
Almoina cayó ante el impacto de las balas en Ciudad de México a manos de cubanos escapados de la revolución en su isla y refugiados en Santo Domingo. La sed de venganza de Trujillo también estuvo detrás de este crimen.
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