Tras resucitar la saga de «La momia» este mismo año, Tom Cruise regresa a la gran pantalla con «Barry Seal: El traficante», en la que revive al homónimo aviador. Cruise vuelve a unirse al director Doug Liman, con quien coincidió en «Al filo del mañana», para trasladar al cine las hazañas de un piloto a quien la CIA reclutó para llevar a cabo una de las mayores operaciones encubiertas en la historia de Estados Unidos. Un «doble agente» que llegó a trabajar con narcotraficantes como los hermanos Ochoa e incluso delató a Pablo Escobar; todos ellos, miembros del cártel de Medellín.
La película está ambientada en los años ochenta y ubicada en la remota ciudad de Mena (Arkansas). Su aeropuerto se convirtió en el centro logístico del narcotráfico del cártel de Medellín en Estados Unidos, bajo la presidencia de Ronald Reagan y la vicepresidencia de George H. W. Bush (ambos presentes en el filme). El hombre que se escondía tras este gran aparato organizativo era precisamente Seal, quien, sin embargo, en sus últimos años de vida acabó trabajando como informante para la Administración para el Control de Drogas norteamericana (DEA).
Fanático de la aviación desde su infancia, Seal se convirtió en el piloto más joven de Estados Unidos tras realizar su primer vuelo en solitario a los 15 años. No solo estuvo vinculado a Escobar y Ochoa; también al magnate y director de cine Howard Hughes, propietario de la mayor aerolínea estadounidense, «Trans World Airlines», en la que trabajó durante años como piloto comercial y capitán. Sus controvertidas relaciones incluyeron a Manuel Antonio Noriega, dictador militar de Panamá entre 1983 y 1989, que también hace acto de presencia en la cinta. Sin embargo, la más importante fue su conexión con la CIA, con la que colaboró en operaciones contra el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), partido político que gobernó en Nicaragua entre 1979 y 1990. Un nuevo bandazo del piloto le llevó a revelar que la agencia financiaba a los «contras», insurgentes al FSNL, suministrándoles armamento.
Una de sus misiones más decisivas fue la de pilotar una avioneta equipada con cámaras de la CIA para delatar a Escobar y evidenciar la implicación de Nicaragua con el narcotráfico. Un cambio de bando que acabó convirtiéndose en su pena de muerte: el 19 de febrero de 1986 fue asesinado mientras aparcaba su cadillac. ¿Los responsables? Tres miembros del cártel de Medellín que habían sido sus socios.
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