“En los 60, en España, era más fácil conseguir mariguana que un libro de Marx”. Así recuerda Domenec Roca, un abarrotero de 68 años, su adolescencia en Barcelona: saliendo a escondidas de su casa por las noches, con la adrenalina desbordada, como cuando se está a punto de cometer un crimen. Ni su familia ni la dictadura de Francisco Franco lo dejaban leer El Capital. Su padre, un chofer que tarareaba cantos falangistas cuando estaba ebrio, no quería nada de socialismo en casa.
Harto de buscar el título en todas partes, siguió el consejo de su profesor de ciencia política, quien le recomendó que visitara una nueva librería llamada Cinc d’Oros. “Pero antes debes presentarte con el dueño”, le dijo. “Si te agarran, te arrestan a ti y cierran el negocio”.
Como Domenec, miles de españoles vivieron sin la posibilidad de leer a Marx, a Miller, a Cortázar o a Camus. Y cuando la tuvieron, debieron esquivar los controles del Ministerio de Información, que aplicó un sistema censor durante casi 40 años.
Harto de buscar el título en todas partes, siguió el consejo de su profesor de ciencia política, quien le recomendó que visitara una nueva librería llamada Cinc d’Oros. “Pero antes debes presentarte con el dueño”, le dijo. “Si te agarran, te arrestan a ti y cierran el negocio”.
Como Domenec, miles de españoles vivieron sin la posibilidad de leer a Marx, a Miller, a Cortázar o a Camus. Y cuando la tuvieron, debieron esquivar los controles del Ministerio de Información, que aplicó un sistema censor durante casi 40 años.
A tres días de que comience la Feria del Libro de Madrid y tras la aprobación, en mayo pasado por parte del Congreso, de que se pida al gobierno la extracción del Valle de los Caídos de los restos del dictador para llevarlos a El Pardo, como un reconocimiento a las víctimas del franquismo -proceso que el Ejecutivo ha dejado en pausa-, el gremio editorial español recuerda el periodo negro que representó el régimen para la libertad de imprenta.
“La censura fue un golpe brutal para el mercado editorial español. El Valle de los Caídos debe ser derruido. Es un lugar anacrónico, innecesario y absurdo. Es como si Hitler hubiese creado su monumento póstumo para descansar y presumir sus crímenes”, afirma Aldo García, director de ediciones y librerías Antonio Machado.
Domenec no pudo concluir su licenciatura, pero ahora es un gran lector de Marx y de Engels. Cuenta que hace poco un amigo le regaló una colección de literatura erótica, que incluía dos de sus libros favoritos: Lolita, de Vladimir Nabokov, y Trópico de Cáncer, de Henry Miller, ambos prohibidos durante el franquismo. Considera que “lo mejor que podemos hacer con Franco es olvidarlo”.
“Los censores tenían mano libre para todo. Eran idiotas a sueldo del régimen. Tachaban a mansalva. Dejaban pasar textos como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, pero le quitaban capítulos enteros y modificaban párrafos. Incluso lo hacían con libros sencillos como El coloso de Marussi, de Miller, sólo porque éste también era el autor de novelas eróticas. La primera traducción que me encargó Carlos Barral fue la de unos fragmentos censurados de ese libro”, recuerda el editor Enrique Murillo, quien ha trabajado para sellos como Anagrama y Alfaguara.
Santiago Fernández de Caleya, director de Turner, sostiene que la censura propició el traslado de varias editoriales españolas a Latinoamérica, como Lozada, que emigró a Argentina, o el editor de la obra de Federico García Lorca, Manuel Altolaguirre, quien se refugió en México. “Turner surge en 1970 como la primera librería de habla inglesa en Madrid, pero también teníamos el negocio de la trastienda, donde se vendían libros ilícitos. La exhumación me parece irrelevante. Da igual donde están enterrados los muertos. La transición española se basó en una política de seudo olvido”, afirma.
Murillo cree que la censura fue un Santo Oficio sin hogueras que atentó contra la libertad de expresión, tanto a nivel de mercado como de pensamiento y narrativa. Él, de joven, traía libros desde el Reino Unido, donde vivió un tiempo para estudiar inglés. “En la calle Aribau de Barcelona todos conocíamos las librerías de segunda mano donde, si preguntabas en voz bajita, te pasaban a la trastienda y allí estaban los libros prohibidos, por ser políticos, lascivos o libertinos. Ahí encontrabas de todo, especialmente ediciones de América Latina”, señala.
EL RESURGIMIENTO DEL TERRORPese a los estrictos controles de censura, muchas librerías abrieron “secciones secretas”. Era un pacto tácito entre vendedor y cliente, tratado con suma discreción, porque una violación a leyes como la Serrano Sureña –vigente hasta 1966 y luego prolongada mediante diferentes nombres– podía derivar en la clausura permanente del establecimiento.
“La Antonio Machado nació en 1971, en Madrid, de la mano de algunos miembros del Partido Comunista. Había una trastienda donde se vendían libros prohibidos. Lo mismo sucedía en Visor, donde se empujaba una estantería secreta para ingresar a una sala oculta”, dice García. “Iban universitarios, periodistas, médicos, abogados. Hasta un policía...”.
Los libros, recuerda, llegaban de contrabando de Francia o América Latina. Su padre viajaba a México y a Argentina en busca de ediciones prohibidas. Luego las ingresaba a España ocultas en marcos de cuadros, porque la librería también tenía una galería de arte. También había quien los importaba de otro país europeo en automóvil, intentando engañar a los agentes de aduanas.
Veintinueve días después del triunfo de Franco en la Guerra Civil Española, La Falange organizó una quema a las afueras de la Universidad Central de Madrid, en la que se prendió fuego a “un montón de libros torpes y envenenados” con una buena parte de “la juventud universitaria, brazo en alto, cantando con valentía el himno Cara al Sol”, de acuerdo con una crónica publicada por el periódico Ya, en abril de 1939.
En los últimos años del franquismo –e incluso después– se dispararon los ataques contra las librerías. En 1971 fue atacada con bombas molotov la Cinc d’Oros. En 1976 la Rafael Alberti, de Madrid, y un año después, La Corcuera, en San Sebastián. “Manuel Arroyo, el fundador de Turner, fue perseguido por los ultraderechistas y su librería fue atacada con bombas”, refiere Fernández de Caleya.
“El franquismo estaba basado en lo que ahora se llaman posverdades. Y basaba su apoyo en la ignorancia, en una tradición muy hispánica que ha utilizado el analfabetismo completo o funcional para conseguir el apoyo ciego de las masas. La base social del franquismo es la misma que hoy tiene Trump, o Le Pen. Una base social que ahora vive de tuits, pero que antes vivía de los sermones de una iglesia española que se rigió bajo el cristianismo más fundamentalista”, concluye Murillo.
“La censura fue un golpe brutal para el mercado editorial español. El Valle de los Caídos debe ser derruido. Es un lugar anacrónico, innecesario y absurdo. Es como si Hitler hubiese creado su monumento póstumo para descansar y presumir sus crímenes”, afirma Aldo García, director de ediciones y librerías Antonio Machado.
Domenec no pudo concluir su licenciatura, pero ahora es un gran lector de Marx y de Engels. Cuenta que hace poco un amigo le regaló una colección de literatura erótica, que incluía dos de sus libros favoritos: Lolita, de Vladimir Nabokov, y Trópico de Cáncer, de Henry Miller, ambos prohibidos durante el franquismo. Considera que “lo mejor que podemos hacer con Franco es olvidarlo”.
“Los censores tenían mano libre para todo. Eran idiotas a sueldo del régimen. Tachaban a mansalva. Dejaban pasar textos como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, pero le quitaban capítulos enteros y modificaban párrafos. Incluso lo hacían con libros sencillos como El coloso de Marussi, de Miller, sólo porque éste también era el autor de novelas eróticas. La primera traducción que me encargó Carlos Barral fue la de unos fragmentos censurados de ese libro”, recuerda el editor Enrique Murillo, quien ha trabajado para sellos como Anagrama y Alfaguara.
Santiago Fernández de Caleya, director de Turner, sostiene que la censura propició el traslado de varias editoriales españolas a Latinoamérica, como Lozada, que emigró a Argentina, o el editor de la obra de Federico García Lorca, Manuel Altolaguirre, quien se refugió en México. “Turner surge en 1970 como la primera librería de habla inglesa en Madrid, pero también teníamos el negocio de la trastienda, donde se vendían libros ilícitos. La exhumación me parece irrelevante. Da igual donde están enterrados los muertos. La transición española se basó en una política de seudo olvido”, afirma.
Murillo cree que la censura fue un Santo Oficio sin hogueras que atentó contra la libertad de expresión, tanto a nivel de mercado como de pensamiento y narrativa. Él, de joven, traía libros desde el Reino Unido, donde vivió un tiempo para estudiar inglés. “En la calle Aribau de Barcelona todos conocíamos las librerías de segunda mano donde, si preguntabas en voz bajita, te pasaban a la trastienda y allí estaban los libros prohibidos, por ser políticos, lascivos o libertinos. Ahí encontrabas de todo, especialmente ediciones de América Latina”, señala.
EL RESURGIMIENTO DEL TERRORPese a los estrictos controles de censura, muchas librerías abrieron “secciones secretas”. Era un pacto tácito entre vendedor y cliente, tratado con suma discreción, porque una violación a leyes como la Serrano Sureña –vigente hasta 1966 y luego prolongada mediante diferentes nombres– podía derivar en la clausura permanente del establecimiento.
“La Antonio Machado nació en 1971, en Madrid, de la mano de algunos miembros del Partido Comunista. Había una trastienda donde se vendían libros prohibidos. Lo mismo sucedía en Visor, donde se empujaba una estantería secreta para ingresar a una sala oculta”, dice García. “Iban universitarios, periodistas, médicos, abogados. Hasta un policía...”.
Los libros, recuerda, llegaban de contrabando de Francia o América Latina. Su padre viajaba a México y a Argentina en busca de ediciones prohibidas. Luego las ingresaba a España ocultas en marcos de cuadros, porque la librería también tenía una galería de arte. También había quien los importaba de otro país europeo en automóvil, intentando engañar a los agentes de aduanas.
Veintinueve días después del triunfo de Franco en la Guerra Civil Española, La Falange organizó una quema a las afueras de la Universidad Central de Madrid, en la que se prendió fuego a “un montón de libros torpes y envenenados” con una buena parte de “la juventud universitaria, brazo en alto, cantando con valentía el himno Cara al Sol”, de acuerdo con una crónica publicada por el periódico Ya, en abril de 1939.
En los últimos años del franquismo –e incluso después– se dispararon los ataques contra las librerías. En 1971 fue atacada con bombas molotov la Cinc d’Oros. En 1976 la Rafael Alberti, de Madrid, y un año después, La Corcuera, en San Sebastián. “Manuel Arroyo, el fundador de Turner, fue perseguido por los ultraderechistas y su librería fue atacada con bombas”, refiere Fernández de Caleya.
“El franquismo estaba basado en lo que ahora se llaman posverdades. Y basaba su apoyo en la ignorancia, en una tradición muy hispánica que ha utilizado el analfabetismo completo o funcional para conseguir el apoyo ciego de las masas. La base social del franquismo es la misma que hoy tiene Trump, o Le Pen. Una base social que ahora vive de tuits, pero que antes vivía de los sermones de una iglesia española que se rigió bajo el cristianismo más fundamentalista”, concluye Murillo.
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