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miércoles, 17 de mayo de 2017

El Valle de los caidos, valle de la vergüenza

Los valles suelen ser parajes que nos ofrece la geografía en los que la belleza natural es la protagonista. De hecho, son llanuras entre montañas que forman una depresión por cuyo interior fluye una cuenca hidrográfica o, lo que es lo mismo, un río. Es lo que hay. La mayoría de estos accidentes geológicos proporcionan a los humanos una visión no exenta de esplendor y hermosura. Los hay que exhiben una angostura que produce un cierto resquemor al espectador, mientras que otros, los más holgados, crean una sensación de sosiego y serenidad que apacigua el espiritu y enaltece el alma.
No es el caso de un valle determinado ubicado casi en el centro geográfico de un estado que, muy evidentemente, carece de la más mínima dignidad o decencia. Me refiero al denominado “Valle de los Caídos”, en plena Sierra del Guadarrama, más concretamente en el valle de Cuelgamuros, dependiente del municipio de San Lorenzo del Escorial, a pocos quilómetros de Madrid. Fue construido entre los años 1940 y 1958. Hoy en día, en pleno 2017 del siglo XXI, sólo nos falta saber su fecha de destrucción.
Independientemente de su nulo valor artístico -de estilo fascista global- el monumento que hizo construir el “Generalísimo” Franco da un asco inconmensurable por su repugnante simbolismo. La megalomanía a veces nos deja bellos monumentos como las pirámides de Egipto aunque, ya puestos, a todos nos gustaría saber de los desmanes despóticos de los faraones de la época. Aun así, los túmulos funerarios egipcios, por lo menos, quedan monos en medio del desierto.
En el interior de la Basílica (algún imbécil con cargo relevante en la Curia Vaticana decidió premiar este engendro y elevarlo a la categoría de Basílica; ¡con dos bemoles!) se hallan enterrados en lugar privilegiado dos de los protagonistas de un período catastrófico: uno, Francisco Franco (¿qué decir de Franco?) y el otro, José Antonio Primo de Rivera, fundador del fascismo de ralea española. Una curiosidad histórica: la relación de Franco y Primo de Rivera fue pésima en todo momento; no se soportaban, hasta tal punto que el “Caudillo” tuvo en sus manos un intercambio de prisioneros anaquistas y comunistas a cambio de liberar a José Antonio de la cárcel de Alicante donde se encontraba preso y finalmente fue fusilado. ¡Vaya faena que ahora tengan que estar reposando juntitos toda la eternidad, casi cogidos de la mano...!
Además de los dos individuos citados, en el recinto del Valle de los Caídos se encuentran enterrados (¿enterrados?) 33.872 combatientes de la Guerra Incivil que lucharon en ambos lados de la puta contienda. Puede que muchos de los familares de los muertos “nacionales” se sientan felices con tan digno acomodo; puede. Si a mi padre, por ejemplo (que se pasó al bando fascista después que las hordas “revolucionarias” asesinaran a su padre, o sea, mi abuelo), le hubieran enterrado en el profano recinto se hubiera cabreado toda la vida infinita. Los dos estuvieron en el bando nacional a causa de los criminales desmanes de una parte de personajes siniestros que iban de por libre y no tenían nada que ver con los auténticos republicanos que, por otro lado, no consiguieron controlarlos correctamente y se les fueron de las manos.
Ahora, estas semanas, el tema ha vuelto a resurgir al estilo del más puro Guadiana. En el Congreso de los Diputados se ha votado una proposición de ley para exhumar los restos de Franco y llevarlos a donde su familia les dé la real gana. La proposición, una vez votada, ha sido aceptada por la mayoría de diputados aunque, por aquellas cosas de la política, el Partido Popular, está facultado para hacer caso omiso de dicha aprobación. Es lo que hará; no lo duden.
Por otro lado, a los familiares de los antiguos luchadores por la causa republicana, imagínense la gracia que les hace que los restos de sus ancestros reposen (¿reposen?) en paz (¿paz?) en el interior de este sacrílego aposento. Se los llevaron, ya muertos, con el “noble” objetivo de contribuir a rellenar los vacíos de construcción de tan “magno” edificio; ahora forman parte de las paredes de la Basílica, la cripta y las paredes de la Abadía benedictina, juntos, revueltos como una vulgar argamasa. A ver quién es el guapo que consigue rescatar un solo hueso para exhumarlo y llevarlo junto a sus seres queridos de donde nunca se hubieron de haber apartado.
Una única solución definitiva: contratar a Ferran Adrià para que, mágicamente, realice una de sus famosas deconstrucciones y desarticule todo este montaje fantasma, empezando por la gigantesca cruz (de 150 metros de alto y 24 metros cada brazo) y acabando con el derribo de todos los muros del cercado trampa. Por cierto, pienso que a Nuestro Señor Jesucristo (Cristo para los amigos) le harían un favor si se lo llevaran de allí: estoy segurísimo que, desde la inauguración, se siente moralmente abatido por tamaña salvajada. Al Papa Pío XII (con el defecto físico clásico de mirar a otro lado) le importaría todo un pepino, pero al pobre Cristo no se le puede hacer esta patochada. Hay que bajarlo de allí, con esmero y respeto, y llevárselo a un sitio más tranquilo y más de acuerdo con su doctrina.
Una última pregunta: ¿se pueden llegar a imaginar ustedes que existiera en Alemania, en algún rincón del país germano, una descomunal basílica donde se pudiera rendir culto a Hitler?

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