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martes, 9 de mayo de 2017

La decepción cubana de Jorge Edwards


Su nueva obra, ‘Prosas infiltradas’, vuelve al origen de su libro sobre Cuba: ‘Persona non grata’, publicado en 1973

Juan Cruz

Jorge Edwards tenía 16 años, era un adolescente, cuando conoció a Pablo Neruda, de quien fue amigo hasta su muerte; y tenía 39 años cuando conoció a Fidel Castro, líder de la Revolución cubana. Con Castro, al que fue enviado por Salvador Allende como encargado de negocios cuando el poder popular llegó a Chile, las relaciones fueron muy difíciles desde el comienzo. De esa experiencia en Cuba nació un libro, Persona non grata,que hasta ahora mismo marca la relación de Edwards (Santiago de Chile, 1931) con la anécdota y la categoría del progresismo hispanoamericano. Castro no le perdonó jamás que pusiera en cuestión el modo en que aquella Cuba (que es como esta) trataba la libertad de sus intelectuales y escritores.
En un libro en el que otra vez vuelve al origen de Persona non grata (Prosas infiltradas, Reino de Cordelia, Madrid, 2017), Edwards narra los encuentros y desencuentros con Castro que culminaron en su expulsión de Cuba y en ese libro que tanto le haría sudar. En el nuevo cuenta el escritor chileno, Premio Cervantes de 1999, que había conocido a Castro en Princeton, la universidad estadounidense, cuando el líder cubano era un líder adorado, también por Hollywood y por la multitud estudiantil de Estados Unidos. Ahí supo hasta qué punto Fidel quería más la revolución por las armas (como había pasado en Perú, donde había triunfado el golpe del general Alvarado) que lo que habría de producirse en Chile, una revolución sin armas.
Cuando lo vio en Cuba, nada más llegar, escuchó de nuevo esas comparaciones: lo de Chile no va a ninguna parte. El encuentro final con Fidel lo llevó a Edwards a ser considerado persona non grata. Había llegado en 1971 y fue expulsado tres meses más tarde. Se había hecho con amistades indeseables para el régimen castrista, había dejado que lo contaminaran Heberto Padilla y otros disidentes del interior. Todo eso está en Persona non grata. Lo que escribe ahora está en el frontispicio de Prosas infiltradas es una reconsideración melancólica de aquella decepción. Le hemos preguntado ahora si él se esperaba esa decepción y cómo le afectó el ninguneo universal, como intelectual hispanoamericano, que se produjo cuando fue expulsado de Cuba y dio a la estampa, en 1973, ese libro.
Amigo de Neruda
“Estaba preparado para esa decepción”, dijo Jorge Edwards en entrevista con EL PAÍS. “El propio Allende me dijo que yo no era adecuado para esta misión; algunos intelectuales mexicanos me habían alertado de que me iba a encontrar con focos de descontento que me harían abrir los ojos demasiado. Neruda, que era mi amigo, había sido en cierto modo repudiado por intelectuales de la izquierda cubanófila porque aceptó ir a Nueva York en 1966, a una reunión del Pen Club… Todo conspiraba para que aquello saliera mal”.
Y salió como se cuenta en Persona non grata y como ahora ratifica en Prosas infiltradas. “Fidel me recibió bien”, dice Edwards. “Pero la segunda noche de Cuba estuve en el bar del hotel con Heberto Padilla, con José Lezama Lima. Y era evidente que las intuiciones que me habían hecho llegar no estaban lejos de la realidad que ellos me contaban en ese momento. El embajador de la Yugoslavia de Tito me avisó también de que aquello no era lo que se esperaba de la Revolución”.
¿Y por qué escribió un libro que le iba a perjudicar tanto en su relación con el lugar común de entonces en la intelectualidad hispanoamericana? “Porque yo observaba que en parte del Gobierno chileno se veía Cuba como una panacea. Y quise advertirles. Si eso pasaba, me dije, yo sería un exiliado de Chile, como lo era ya Guillermo Cabrera Infante de Cuba”.
Y escribió el libro; tuvo mucho éxito, pero también alcanzó el ninguneo universal: “Sí, hubo para mí muchos vetos. Se alejó de mí Julio Cortázar, por ejemplo. Pero otros vinieron, como Octavio Paz. Editores como Seuil, donde estaba Regis Debray, que seguía siendo proclive a la Revolución, o Gallimard, donde estaba Ugnè Kurvelis, entonces compañera de Cortázar, se negaron a publicar el libro… Siempre he sido un inconsciente con respecto a lo que me puede pasar por las cosas que cuento. Ha sucedido ahora con La última hermana, sobre parte de mi familia. Y sí, sufrí vetos, bloqueos. Soy un sobreviviente de toda aquella situación. Neruda me decía, cuando yo le contaba lo que pasé y vi en Cuba, me decía siempre: ‘Eso está muy bien, escríbelo… Pero no lo publiques todavía’. Si él siguiera vivo aún me estaría diciendo eso: ‘¡Pero no lo publiques todavía!”.
Y lo publicó. Ahora dice que lo que pasa en Venezuela, por ejemplo, y lo que pasa con la izquierda emergente en España le recuerdan lo que vio al llegar a Cuba. “Aquí, por ejemplo, observo que Podemos llega atrasado al invento. Y el invento ya se cayó allí. Y aquí se les está cayendo a cada rato”.
Esta semana Edwards presentará este libro en el que, entre otras cosas, recapitula sobre el periodo más duro de su vida como persona non grata y sobre autores como Paz, Jorge Luis Borges, Cortázar y Neruda. “Neruda era mi amigo, yo nunca fui su secretario. A ver si logro que eso se diga de una vez: no fui secretario de Neruda, fui amigo suyo”.

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