Todo un «éxito técnico». Así calificó Wolfram von Richthofen (Jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor) el ataque que los aviones bajo su mando perpetraron el 26 de abril de 1937 sobre la ciudad española de Gernika. Para este oficial nazi, los muertos que provocaron los aeroplanos germanos e italianos (cientos para unos historiadores, miles para otros) no fueron más que unos perfectos blancos sobre los que probar las nuevas tácticas aéreas de la Luftwaffe.
Su mentalidad -tristemente pragmática- le llevó también a convertirse en uno de los instigadores de los llamados «bombardeos del terror» (la matanza indiscriminadas de civiles en poblaciones alejadas de las líneas enemigas) y a ser un abanderado de la utilización de la fuerza aérea alemana como piedra angular para destrozar las posiciones defensivas del contrario.
Su desmesurado amor por la aviación de combate y el uso masivo de los bombardeos hicieron de von Richthofen una verdadera personalidad en España, donde su terrorífica y sangrienta forma de ver la guerra ayudó a los nacionales a conquistar la aparentemente inexpugnable Bilbao. Todo ello, tras arrasar a la población civil de las ciudades de Durango y Gernika.
Adolf Hitler, de hecho, llegó a hablar en los siguientes términos de este personaje: «La gente dice que fue una intervención divina la que decidió la Guerra Civil en favor de Franco; quizá sea así, pero no fue una intervención del estilo de las de la Madre de Dios […], sino la intervención del general alemán von Richtofen y de las bombas de sus escuadrones que llovían desde el cielo». El «Führer», a su vez, no dudó en señalar al del Ferrol que tendría que levantar un monumento en honor de los Junkers Ju52 del oficial nazi, pues estos le habían llevado en volandas hasta la victoria sobre los republicanos.
En España
El futuro artífice del bombardeo de Gernika vino a este mundo -según explica Francisco Manuel Vargas Alonso en su dossier «La intervención alemana en el País Vasco (1936-1937)»- en Silesia (Alemania) el 10 de octubre de 1895. Con la llegada de la Primera Guerra Mundial decidió enrolarse en el ejército como oficial de caballería.
Por entonces su nombre no era conocido, pero sí su apellido. Y es que, su primo Manfred (el mítico «Barón Rojo») lo dio a conocer en toda Europa gracias a las decenas de derribos que -sobre su aeroplano- logró para el ejército germano. Nuestro protagonista no logró acabar con tantos enemigos como su pariente aunque, tras hacerse piloto, pudo presumir de haber aniquilado entre 7 y 8 aeroplanos (número que varía atendiendo a las fuentes). «Acabó la guerra condecorado con dos cruces de hierro y ocho victorias en su haber, todas logradas en 1918», añade el experto español en su obra.
En 1920 colgó la chaqueta de vuelo, pero volvió a cogerla tres años después Y lo hizo, curiosamente, tras licenciarse en ingeniería. A partir de entonces la vida de von Richthofen fue una amalgama de idas y venidas a lo largo de toda Europa. «Más tarde, en 1925, pasó a la URSS para realizar cursos de entrenamiento clandestinos. Continuó sus estudios universitarios, doctorándose en 1929, año en que recibía el cargo de agregado aéreo en Roma, puesto que desempeñaría hasta 1932. A su regreso a Alemania, continuaría progresando profesionalmente, mientras los nazis se asentaban en el poder», añade Vargas Alonso en su extenso dossier.
Para entonces, nuestro protagonista ya era conocido por su carácter sumamente metódico, por su crueldad, y -curiosamente- porque prefería pasar desapercibido a llamar la atención. Esto último, algo que cambiaría drásticamente después.
Cuatro años después, y tras el comienzo de la Guerra Civil española, el oficial fue enviado a la Península junto a la Legión Cóndor, «el nombre dado a la fuerza de intervención mayoritariamente aérea que la Alemania nazi envió en ayuda del general Franco» (según determina Álvaro Valcarce en «Lucha de sangre»).
Por su parte, Xabier Irujo señala en su último libro («Gernika», Crítica, 2017) que esta era una unidad «de tamaño reducido, muy operativa» y formada principalmente por miembros de la Luftwaffe. Todo ello, a pesar de que contaba con «componentes secundarios de las otras dos ramas del ejército». El experto señala a su vez en el texto que el grupo siempre estuvo dirigido de manera efectiva por la cúpula de la fuerza aérea germana.
A finales de 1936, el teniente coronel Richthofen fue designado jefe de Estado Mayor de la Legión Cóndor. En la práctica (y a pesar de la existencia de otros mandos como Hugo Sperrle) aquello le convertía en el mandamás de los hombres de la esvástica en España. El encargado directo de poner en práctica las órdenes del líder de la Luftwaffe, Hermann Goering.
El primo del «Barón Rojo» subió oficialmente al cargo en enero de 1937, aunque había llegado mucho antes al teatro de operaciones para hacer pruebas con los aeroplanos enviados desde Alemania. «La abundante documentación a nuestra disposición demuestra que una de las tareas fundamentales de Wolfram von Richthofen como jefe del Estado Mayor fue experimentar nuevos métodos de guerra y desarrollar nuevas tácticas estratégicas en el campo de batalla en preparación de lo que se denominaba “la próxima guerra”, en referencia a la Segunda Guerra Mundial», añade Irujo en su libro.
Hacia Bilbao
Mientras Richthofen hacía sus pinitos en España, las tropas sublevadas se quedaron con un sabor agridulce en el norte de la Península. Y es que, a principios de 1937, estas tierras se encontraban divididas entre los partidarios de los rebeldes y aquellos que apoyaban a los republicanos.
La situación de estos últimos no podía ser peor, pues las regiones bajo su poder -ubicadas entre Oviedo, Burgos y Pamplona- no eran sobre el mapa peninsular más que una pequeña franja rodeada por una gigantesca marea de terreno nacional. Con todo, y a pesar de carecer de posibilidades efectivas de recibir suministros por tierra, los republicanos se abocaron a una resistencia a ultranza contra el enemigo. Una defensa cuyo último y más destacado bastión era la ciudad de Bilbao.
Sabiendo que tenía rodeados a los republicanos, el general sublevado Emilio Mola se vio vencedor y, el 30 de marzo de 1937, anunció que tomaría Bilbao en tres semanas. Lo cierto es que la promesa, aunque algo precipitada, no era del todo imposible, pues del lado de los nacionales luchaban los aparatos alemanes de la Legión Cóndor y los aviones de la Aviazione Legionaria enviados desde Italia. A su vez, y tal y como señala Irujo en su obra, la fecha establecida no podía ser mejor para los nazis. La razón era bien sencilla: el 20 de abril era el cumpleaños de Adolf Hitler, y Goering consideraba un regalo digno del «Führer» la conquista de la urbe por Richthofen.
La movilización contra los republicanos comenzó, así pues, bajo la premisa de nuestro protagonista, quien llamó a sus hombres a tratar «sin consideración a la población civil».
Un enemigo sin fuerza
Durante sus primeras semanas en España, Richthofen no tardó en percatarse de que los republicanos carecían de una fuerza aérea capacitada para rehuir los ataques de los cazas y los bombarderos del Eje. Y otro tanto sucedía con las piezas de artillería antiaérea gubernamentales, las cuales eran prácticamente inexistentes.
Ese factor permitió a nuestro protagonista aprovechar en el territorio español algunos aviones que, en cualquier otro campo de batalla, habrían sido calificados de obsoletos. Así pasó con los lentos y poco maniobrables Ju52 o los no menos antiguos Heinkel He51 (un caza cuyas carencias hubieran sido evidentes contra una amplia fuerza de Polikárpovs I-15 -el aeroplano de ataque más utilizado por las fuerzas republicanas-). «Teniendo en cuenta la avasalladora superioridad aérea rebelde en el frente vasco y la práctica ausencia de cazas enemigos, Richthofen decidió utilizarlos como aviones de ataque a tierra destinados al ametrallamiento de unidades y de la población civil», añade Irujo en su libro (editado por Crítica).
Bombardeos del terror
El día 31 comenzó la ofensiva contra los republicanos, y no pudo ser mejor para la Legión Cóndor. En menos de tres jornadas, los aviones de Richthofen (también al mando efectivo de la Aviazione Legionaria) protagonizaron 37 misiones de bombardeo sobre las posiciones republicanas. Operaciones en las que arrojaron 250 toneladas de explosivos y ametrallaron, durante diez horas al día, las defensas enemigas.
Las bajas republicanas, como el oficial nazi señaló en su diario, fueron «muy grandes entre muertos, prisioneros y heridos». En principio, los vuelos de castigo se llevaron a cabo sobre los territorios montañosos ubicados entre Legutio, Elgeta y Durango. Sin embargo, poco después el alemán también ordenó cargar contra varias localidades alejadas del frente de batalla.
¿Cuál era el objetivo de atacar urbes en las que únicamente residían civiles y soldados de reemplazo? Simplemente, poner en práctica una idea nuestro protagonista que venía barruntando desde que había oído hablar de su utilización por parte de la RAF inglesa: la de los «bombardeos del terror». Estos consistían en atacar a ciudadanos inocentes con la finalidad de generar pavor entre la población. Una estrategia que se materializó con la destrucción del bello pueblecito de Durango el 31 de marzo de 1937. «Durango fue el comienzo de los experimentos de Richthofen con los bombardeos del terror, destinados a abatir la moral de la población civil y destruir los núcleos urbanos», explica Paul Preston en su libro «El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después».
El nazi llegó a decir a Mola en una ocasión que «no es irrazonable ninguna medida capaz de destruir la moral del enemigo y es preferible hacerlo rápidamente».
Por si no estuviera poco convencido de la utilidad de estos bombardeos, Richthofen obtuvo también el apoyo de reconocidos oficiales italianos como el general Ettore Bastico (quien era partidario de «quebrar la moral del enemigo» a base de bombazos sobre inocentes) o Vincenzo Velardi (que abogaba por bombardear de forma contundente los núcleos urbanos ubicados en la retaguardia para desmoralizar a los republicanos). Incluso el mismo Mussolini fue un firme defensor de esta forma de luchar. Y es que, según Irujo, el dictador italiano señaló que el trabajo perfecto para la aviación era aterrorizar «a la retaguardia roja y especialmente a los centros urbanos».
A principios de abril de 1937, puestos en práctica los primeros «bombardeos del terror» sobre territorio vasco, el cruel Richthofen dejó patente en su diario el orgullo que suponían para él aquella estrategia: «Estupendos efectos del bombardeo y de los cazas […]. Por todas partes muertos y mutilados, camiones pesados que llevaban parte de su munición, explotados. [El pueblo de] Ochandiano muy destruido, con muchos muertos». Además, se mostró más que satisfecho por haber demostrado los devastadores efectos psicológicos que estos ataques tenían sobre los republicanos. Una gran victoria que se unió a la que obtuvo reflejando lo fácil que era para los bombarderos desalojar una posición «roja» si esta carecía de apoyo de cazas o baterías antiaéreas.
La barbarie de Gernika
¿Cómo es posible que, siendo tan efectivos sus ataques, Richthofen y su Legión Cóndor no arrebataran lo poco que le quedaba a los republicanos del norte de España en pocas jornadas? Según destacó él mismo en su diario, todo fue por culpa de la escasa eficiencia de los mandos españoles, a los que solía criticar. Uno de los ataques más curiosos se dio cuando, en su obsesión por madrugar, el primo del «Barón Rojo» afirmó que había que iniciar los bombardeos de artillería sobre el enemigo a las siete de la mañana. La respuesta del superior sublevado fue que comenzarían una hora después, a las ocho. Un pequeño factor que -sumado a tantos otros- repercutía para él en una pérdida sustancia de tiempo.
Pero esa no fue la única crítica de Richthofen a los españoles. En otra ocasión se quedó totalmente asombrado (e indignado) cuando fue informado de que un jefe español al mando de una compañía de carros de combate se había marchado de permiso a Sevilla justo antes de la batalla.
Con todo, quien realmente conseguía sacarle de quicio era Mola, al que acusaba de ser «demasiado blando» con la población republicana y de cometer todo tipo de «estupideces» en batalla. Durante la contienda ambos tuvieron varios encontronazos verbales con el mismísimo Franco de por medio. Durante los mismos, Richthofen solía acusar al español de ordenar el avance de la infantería demasiado tarde y, por tanto, de retrasar todos sus planes. Así lo dejó claro en su diario, donde recogió una conversación subida de tono con el oficial: «Le reprocho la falta de energía. Hago presente que la aviación, que hasta ahora lo ha hecho todo, no puede colaborar con un mando tan desmayado. Se pone, como ya había previsto, muy enfadado y […] busca defenderse atacando».
Finalmente, el lento avance sobre Bilbao y la falta de energía de las tropas sublevadas (en palabras de Richthofen) hicieron que el germano tomara la decisión de dar un golpe de efecto brutal y atacar la ciudad de Gernika. Una población de suma importancia para los republicanos en la que residían principalmente civiles.
La decisión que tomó apoyado por varios oficiales italianos. «El general Pietro Pinna expresó en un informe redactado el 17 de abril que los mandos italiano y alemán entendían que la operación de Bizkaia y la ocupación de Bilbao se saldarían únicamente mediante un “golpe decisivo” o un “suceso rápido y decisivo” que provocara una reversión militar», destaca Irujo. Los militares señalaron, además, que este golpe de mano debería ser llevado a cabo por la aviación y perpetrado contra una población civil para destruir psicológicamente al enemigo.
El resumen de lo sucedido fue publicado por el corresponsal del diario «The Times», George Steer, el 28 de abril: «Guernica, la ciudad más antigua del pueblo vasco y el centro de su tradición cultural, ha quedado completamente destruida por una incursión aérea rebelde. El bombardeo de esta ciudad abierta, situada a una gran distancia del frente, duró exactamente tres horas y cuarto, durante las cuales una poderosa flota aérea compuesta por tres tipos de cazas descargó de forma ininterrumpida bombas de hasta mil libras de peso y, según se calcula, más de tres mil proyectiles incendiarios de aluminio de dos libras de peso cada uno. Los cazas, mientras tanto, efectuaban pasadas en vuelo rasante sobre el centro de la ciudad y ametrallaban a la población civil que buscaba refugio».
El resto, como se suele decir, es historia. Una historia nefasta que acabó con cientos de civiles muertos. Finalmente, Bilbao cayó el 19 de junio.
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