Marisol Vicens Bello
Nuestro país ha tenido un desarrollo notable en las últimas décadas y el continuo crecimiento económico que ha exhibido es aplaudido por los organismos internacionales y mostrado como presea por nuestras autoridades, aunque la población alegue que no siente dicho crecimiento o que el mismo no ha impactado como debería en la mejoría de su calidad de vida.
Uno de los factores que hacen que esto sea así, es que el desarrollo y crecimiento no ha estado acompañado del debido fortalecimiento institucional, pues a pesar de todas las reformas legislativas y la creación de instituciones es un hecho indiscutible que la corrupción y el tráfico de influencias han aumentado de forma alarmante, lo que no solo desvía miles de millones que deberían ser empleados en beneficio de la gente para el enriquecimiento ilícito de funcionarios y sus aliados, sino que hace inefectivo muchas veces el gasto público por malas contrataciones y falta de seguimiento a las obras y proyectos.
Esto ha ocasionado que se haya erigido un modelo equivocado que sumado a las tendencias mundiales de consumismo, vanidad y excesiva valorización de las riquezas materiales, ha traído consigo que cada vez más personas busquen en la política la forma de un rápido ascenso económico y social, que los mayores negocios se den con un Estado cada vez más grande y en el cual las reglas se convierten en trabas para los que quieren hacer las cosas bien y en puertas abiertas para las más sórdidas complicidades y que la autoridad haya perdido el respeto de buena parte de la población.
La falta de consecuencias, el servilismo y la excesiva tolerancia reinantes han ocasionado un desgaste de los valores a todos los niveles pues el mensaje que continuamente recibe la sociedad es que lo importante es tener dinero no la forma en que se obtiene, que una buena conexión política te puede hacer llegar a los más altos cargos aunque no tengas los méritos académicos o intelectuales y que el peso de la ley es solo para aquellos que no gozan del favor político.
Las consecuencias de este desgaste de valores son inconmensurables, unos entienden que su dinero, poder o conexiones los colocan por encima del bien y del mal, otros que todo vale para obtener dinero.
El horrendo asesinato de una adolescente en estado de embarazo en San Francisco de Macorís que ha llenado de pesar a su familia y a todo un país que ha sufrido con ella, es el más cruel retrato de hasta dónde puede llegar la cadena del mal de personas que de tanto ganar riquezas y posiciones gracias a su poder, se convierten en monstruos que entienden que pueden llegar al extremo de segar vidas de las formas más viles e intentar quedar impunes, como están acostumbradas a hacerlo.
Por eso el mayor reto que tiene nuestro país es el de encontrar la forma de luchar efectivamente contra la corrupción, de rescatar la moral y la ética, para que en vez de jefaturas hayan autoridades que gocen de respeto y que las buenas conductas ciudadanas descansen más en la firmeza de sus valores que en las letras de una ley.
Son muchas las tareas por hacer y es difícil alcanzar el objetivo, pero si no iniciamos un saneamiento de la política aprobando la ley de partidos que se requiere, si no enviamos mensajes claros de cese de la impunidad con investigaciones profundas y sanciones a todos los implicados en el caso más sonoro de corrupción en toda Latinoamérica y si no importantizamos la moral, la ética, la verdad como principios fundamentales para la sana convivencia, llegaremos a extremos que nos harán perder a todos, aun a aquellos a los que su poderío actual les hacen minimizar las consecuenci
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