Según nos cuenta Valentina Peguero en su libro basado en investigaciones sobre los japoneses llegados a nuestro país, es algo que comenzó con un intercambio comercial a mediados de 1930.
Lo primero que hizo Japón fue convertirse en cliente, comprando en RD grandes cantidades de azúcar, pero la Segunda Guerra Mundial interrumpió las relaciones entre los dos países, las cuales se reanudaron en 1952 y no olvidemos que una de las hermanas del Dictador Trujillo tenía el nombre de Japonesa.
Los primeros inmigrantes llegaron el 16 de julio de 1956 a bordo del barco Brazil Marú, acompañados de Nobom Watanabe, Encargado de Inmigración de gobierno japonés. Cuenta la investigadora que la embarcación llegó engalanada con banderas de ambos países y otras del continente norteamericano.
Un cartel con enormes letras en el puerto de llegada decía: “Los inmigrantes japoneses, al pisar tierra dominicana, exclaman jubilosos: “Viva el Generalísimo Trujillo”. Luego de una corta estadía en la capital, fueron trasladados a Dajabón, cuya población los recibió con entusiasmo y curiosidad.
¿Por qué los japoneses eligieron República Dominicana? Fue que además de la derrota de Japón en la 2da Guerra Mundial, estos ciudadanos pasaron por momentos difíciles, su país estaba en bancarrota y sintieron entusiasmo al Dictador Trujillo ofrecerles unas 300 tareas de tierra.
EL PANORAMA
Pero ellos tenían poco conocimiento de nuestro país y a su llegada quedaron sorprendidos por la manera gesticulante del hablar de los dominicanos (todavía continuamos gesticulando) y se sentían trastornados por la enorme cantidad de moscas, mosquitos y otros insectos que trasmitían enfermedades, por lo cual muchos de ellos enfermaron.
Por el contrario, algo que llamaba la atención de los dominicanos residentes en Dajabón eran los zapatos de madera que usaban los hombres y los quimonos que usaban las mujeres, lo cual les era causa de admiración y sorpresa, y hasta risa.
Se les decía a los japoneses que fueran cada mañana a buscar leche a un determinado lugar donde también iban los dominicanos residentes en La Vigía (Dajabón), mientras los nuestros, que eran muy pobres, iban descalzos, con latas de agua, niños desnudos, hombres sobre burros y campesinos analfabetos.
Los inmigrantes iban bien vestidos, los niños atados a la espalda, pero buscando la leche en una bacinilla de porcelana o de metal. No había sanitario, y quizás ni letrina en ese lugar, los nuestros hacían sus necesidades en el fondo del patio y los inmigrantes japoneses no sabían cuál era el papel de la bacinilla.
Como ven, había grandes diferencias entre unos y otros. Dice la investigadora que los dominicanos, a manera de solidarias, les entregaban piñas, aguacates y otras tantas frutas, pero que los japoneses que no conocían la piña, la pelaban y cortaban de una manera diferente y extraña, siguiendo la línea natural de la fruta y luego le sacaban “los ojos” uno a uno, separando la cáscara de la masa. Las diferencias hoy se han transformado en familiaridad de ambos lados.
CHOQUE
Este libro de la investigadora Valentina Peguero, que es obligatorio y suave de leer, nos cuenta, además del rostro entre dominicanos y japoneses, otras tantas cosas que nos hacen reír y pensar en el cruce de una y otra cultura.
Que los campesinos en ese tiempo, y todavía ahora, anduvieran con largos y afilados machetes amarrados a la cintura, era alarmante para los japoneses, y todavía hoy para todos nosotros. Ellos se acercaban a sus casas para saludarlos pero no se quitaban las armas.
En Duvergé, Neiba, La Vigía y todo Dajabón, donde había cientos de inmigrantes, estos se dedicaban a la siembra de arroz, maní, cereales, hortalizas, etc., y a diferencia de los nuestros que usaban burros, caballos y mulos, ellos usaban bicicletas y triciclos para transportarse. Lo que más extrañaba era que comían carne de gato y de caballo, lo cual le generó tropiezos con la justicia dominicana que prohibía comer la carne de esos animales.
EL JEFE
La primera visita de Trujillo a la colonia fue a finales de noviembre de 1956, en la cual dedicó mayor atención que a los inmigrantes que vivían en Sosúa y que ya tenían 26 años viviendo allí. La producción de maní era controlada por La Manicera, que en ese entonces, el dictador era su dueño.
Al primer niño, de japoneses nacido en uno de esos lugares fronterizos, se le puso el nombre de Rafael Bienvenido, en homenaje a Trujillo y a hermano Héctor Bienvenido que en ese año era “presidente”. Y cuenta la investigadora que, a ese niño se le convirtió en un pionero y la gente iba a su casa para verlo. La prensa reportó que era fuerte, robusto, y saludable. Trujillo fue el padrino, lo cual no impidió que la familia pasara por toda clase de penurias. Al crecer, a Rafael Bienvenido, no le gustó la agricultura y tuvo la suerte de poder estudiar ingeniería mecánica en Japón.
El segundo grupo de inmigrantes japoneses llegó a finales de 1956, unas 35 familias, con un total de 157 personas, pero en 1958 un funcionario le comunicó al dictador que los inmigrantes establecidos en la frontera no defenderían al país como lo hacían los dominicanos, por lo cual Trujillo ordenó que se instalaran agricultores nacionales, con la condición de que fueran “blancos” y por eso llegó allí la mayoría de la provincia Espaillat, los cuales tenían su “tez blanca”.
Como usted verá, este libro “Colonización y Política. Los japoneses y otros inmigrantes en la República Dominicana” de la investigadora Valentina Peguero, nos lleva a una realidad certera y hasta un poco de risa por las diferencias entre lo que hacían los japoneses y lo que hacían los dominicanos.
No sé si todavía este libro estará en venta. Lo publicó Banreservas. Leerlo nos introduce en la mezcla cultural entre aquellos inmigrantes y los dominicanos y nos lleva a un gran peso emo
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