Al conmemorarse el 54 aniversario del ajusticiamiento del tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina, la Fundación Héroes del 30 de Mayo lamentó que por la incapacidad de la clase política que ha detentado el poder todavía se invoque al cruel y siniestro personaje que durante 30 años convirtió a República Dominicana en un feudo. La preocupación merece atención. La frustración, desesperación, impotencia e ignorancia se combinan con muchos otros factores para invocar un pasado tan oprobioso como solución a los males del presente y a la incertidumbre del futuro.
A Trujillo no le bastó, como recuerda Luis F. Mejía, cimentar su régimen en el terror. Necesitó corromper al pueblo, quebrantándole toda entereza moral, todo concepto de dignidad. Era más fácil reinar en la forma en que lo hizo sobre masas envilecidas que sobre una ciudadanía libre, celosa de sus derechos, ansiosa de superación. Al concebir la corrupción y la humillación, no tardó en encontrar en el oportunismo figuras prestas para colaborar con sus propósitos.
En 1938, el poeta y periodista Gilberto Sánchez Lustrino ganó el primer lugar de concurso para premiar la mejor biografía de Trujillo con la obra “Trujillo, el constructor de una nacionalidad”. Había que justificar la masacre de 1937, pero también resaltar la reconstrucción de la ciudad después de la devastación del 3 de septiembre de 1930 que el dictador capitalizó gracias a la cooperación internacional. Sobre el fenómeno atmosférico, el escritor señala:
“El ciclón (San Zenón) no tuvo otro origen que mera rivalidad de dioses. Temeroso Neptuno de que en la caracola de la cuenta antillana que baña el Mare Nostrum, los caballos de doradas crines de su carro raptaran a Anfitrite para ofrecerla al nuevo Dios Latino que bajo la cúpula de opulenta Quisqueya rendía la gloria en éxtasis de adoración, hinchó el pulmón para soplar las olas en soberbio ademán provocador para asombrarse a poco al ver cómo el rival desafiaba sus iras en medio a la infernal devastación, entre un tronco que se abate o mole arquitectónica que se desploma”.
Además del diploma y la medalla, el autor fue premiado con el cargo de ministro extraordinario en Brasil. Pero Sánchez Lustrino tampoco fue el único intelectual que encontró la vía de escalar a través de las lisonjas al dictador.
El terror, las faltas de libertades y el grado de envilecimiento que vivió la sociedad dominicana son razones más que suficientes para sacudirse de ese pasado y acabar de sepultar de una vez y por todas una tiranía cuya vigencia la justifica la incapacidad de la clase política que la ha sucedido para construir un régimen de derechos. Y la propia reproducción de sus funestos métodos para satisfacer, de una u otra manera, ambiciones de poder.
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