Gracias, Donald

Por Julio Trujillo

Cuando Donald Trump descendió por las escaleras eléctricas de la Trump Tower, mientras sonaba “Rockin’ in the Free World”, de Neil Young, para anunciar su candidatura a la Presidencia de Estados Unidos, nos hizo un gran favor a todos. Porque a veces se nos olvida —distraídos por la rutina de los días, mareados un poco por los discursos de la ideología, acostumbrados a digerir ciertos disparates como respetables opiniones ajenas— cuán flagrante y peligrosa puede llegar a ser la estupidez humana, sobre todo si está bien financiada. Donald Trump nos hizo el gran favor de recordarnos, en blanco y negro, esquematizando al borde de la caricatura, de una manera nítida y grotesca, exactamente todo lo que no queremos llegar a ser pero que podemos ser e incluso lamentablemente, en algunas instancias, ya somos: una raza de imbéciles con dinero. Donald Trump nos hizo el gran favor de señalarnos una fe preocupantísima: en este mundo se puede “triunfar” sin profundidad mental. No es necesario que tengamos la capacidad de la abstracción, de la complejidad, del discernimiento y la crítica; no importa que no seamos sutiles, ni memoriosos, ni leídos: podemos “triunfar” con un solo mandamiento chato y poderoso: haz lo que sea por tener, tener, tener. Y, claro, entrecomillo “triunfar” porque el concepto de éxito, tan a la gringa, no es otra cosa que también “tener”, y entonces nos encontramos ante una serpiente que se muerde la cola, un ouroboros: para tener, haz lo que sea por tener, hijo mío. Donald Trump nos hizo un gran favor al llamarnos violadores a los mexicanos para recordarnos la profundidad del terror que la inmigración le produce a la derecha y su statu quo, y para hacernos saber cómo la simple osadía de espetar una locura frente a un micrófono puede conectar en los oídos de otros subnormales como quien la dijo y, poco a poco, repitiéndose, convertirse en un dato que entre ellos ya nadie desafía. Donald Trump nos hizo un gran favor al afirmar, con orgullo, que él es un gran constructor de muros. Y sí, a las llanuras oxigenadas de la imaginación este señor le ha impuesto las paredes del dogma; a la promesa de una urbanización sensible y ecológicamente consciente, Trump ha respondido con el asbesto de sus torres; ha cancelado la posibilidad del buen gusto con la infraestructura masiva de la fealdad; y pretende taponar la necesaria porosidad de las fronteras con un gran muro que lo aísle de lo que más teme: la diferencia, la mezcla, el contacto humano. Donald Trump nos hizo un gran favor al autodescartarse cuando pretendió incluirse, y aunque sabemos que su anuncio fue más un golpe de publicidad que una verdadera candidatura, es bueno para nosotros recordar a los suyos: existen, en Estados Unidos y México y en todas partes: son los plutócratas lobotomizados y con poder que nos están haciendo mucho daño. Sonó la trompa de Trump. Ridiculizarlo es fácil. Refutarlo también. Pero ya no es tan fácil ejercer una resistencia constante contra él, los suyos y su fe: porque su influencia es mucho más ubicua de lo que sospechamos. Así que gracias, Donald, por alertarnos. julio.trujillo@razon.com.mx Twitter: @amadonegro