Desde pequeño es criado en valores y respeto por los demás. Aprende –de sus padres- a esforzarse para lograr reconocimiento y al mismo tiempo, apreciar el esfuerzo de otros. No se atreve a desear lo ajeno ni cultiva envidia en su interior. Conoce el mérito de la honradez y es fiel a la verdad, cuando comete sus errores se disculpa, pero nunca los oculta.
Ingresa a la universidad y se inserta en la vida laboral. Comienza a comprender la grandeza de tener padres honestos, que con trabajo y esfuerzo le han guiado en la vida. Conoce el valor del dinero en relación a su laboriosidad y por ende, aprende a gastarlo cuidadosamente. Mientras madura, va experimentando situaciones y circunstancias de las que siempre le habían advertido pero que no lograba entender.
Termina la universidad, no logra conseguir un empleo digno de sus estudios, mucho menos una remuneración aceptable. Aprende el significado de tráfico de influencia. No entiende por qué el hijo del senador, que no le iguala ni en un tercio de su capacidad, tiene fortunas que sus padres con años de trabajo, nunca han podido amasar. Tampoco comprende porqué al joven pobre que no se detuvo en un chequeo policial lo mataron y al sobrino de un ministro que agredió agentes de Amet no le paso nada. Conoce en carne propia los fastidiosos conceptos de corrupción e impunidad. Observa como se consumen sus padres trabajando sin contar con una pensión ni poder retirarse dignamente, mientras políticos, con pocos años supuestamente laborando, se auto pensionan con millonarias sumas mensuales.
Se da cuenta que, en la sociedad que vive, los hombres como él no “progresan” y sacrifican demasiado por ser honorables. ¿Cómo exigir al capitán lo que el general no hace? Pasemos factura nuestros políticos.
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