Por Rafael Nuñez.
Cuando Rafael Leónidas Trujillo materializó el golpe de Estado contra Horacio Vásquez, la intelectualidad dominicana de entonces, unida al coro de políticos de ocasión, trató de justificar de mil maneras aquella acción, esgrimiendo argumentos que iban desde la dudosa legitimidad de los dos últimos años del destituido Presidente, hasta la construcción de mitos para legitimar lo que terminó siendo una dictadura, una de las más sangrientas y bárbaras de la región.
Desde los discípulos de Eugenio María de Hostos, hasta los admiradores del uruguayo José Enrique Rodó y del venezolano Vallenilla Lanz, el tropel de casi toda la intelectualidad vernácula, se plegó ante la nueva fuerza que aún no daba visos de ser tan férrea y avasalladora como terminó siendo.
El nacionalismo, el modernismo, la fundación de una “Patria Nueva”, la paz, la concordia, el orden, la continuidad y la independencia económica fueron los mitos construidos por los intelectuales de Trujillo, que asomaron sus hombros a la dictadura para justificarla y justificarse.
Hay, sin embargo, entre los seguidores del pensamiento hostosiano un distinguido intelectual dominicano, Américo Lugo, que sobresale por una histórica misiva que envió al tirano el 26 de enero de 1936, luego de que Trujillo en la inauguración de un mercado y acueducto en Esperanza, lo llamó “historiador oficial”, debido a que el ensayista firmó un contrato con el gobierno para escribir una “Historia de la isla de Santo Domingo”.
Al ser señalado por el tirano en ciernes con el calificativo de “historiador oficial” en aquel acto público, Trujillo pretendía dejar en la memoria colectiva que Lugo había firmado un contrato con su gobierno para escribir la historia del pasado y del presente. En la valiente carta a Trujillo, con todo respeto a su investidura, Américo Lugo puso de relieve su independencia de criterio y la claridad de su rol, y cito: “Me veo en la necesidad de ocupar su elevada atención para manifestarle que no me considero historiador oficial, ni obligado a escribir la historia de lo presente. No me considero historiador oficial, porque mi convenio excluye por naturaleza toda idea de subordinación, y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia. No recibo órdenes de nadie, y escribo en un rincón de mi casa. Tampoco me considero historiador del presente, porque, por el contrario, la cláusula primera de mi contrato con el Gobierno Dominicano excluye de manera expresa el escribir la historia del presente. Dicha cláusula dice así: “El doctor Américo Lugo se obliga frente al Gobierno Dominicano a escribir una obra intitulada Historia de la Isla de Santo Domingo, que constará de cuatro volúmenes en octavo, de cuatrocientas páginas, más o menos, cada volumen; la cual comprenderá el período comprendido entre los años 1492 a 1899, o sea desde el descubrimiento de la isla hasta la última administración del Presidente Ulises Heureaux inclusive. A partir de esa fecha, el Dr. Lugo se obliga a hacer en su obra un recuento histórico de las demás administraciones”. “Recuento” significa: Enumeración, inventario”.
“En consecuencia, recuento histórico significa una enumeración de sucesos históricos; pero de ningún modo significa escribir la historia de dichos sucesos. Y un recuento es lo único a que me he obligado, a contar de 1899 o sea de la última administración del Presidente Heureaux. El título de historiador oficial carecía de sentido aplicado a un historiador del pasado. No podría referirse sino a la persona nombrada para escribir la historia de la administración actual; y la historia de la administración actual está excluida de mi Contrato con el Gobierno Dominicano, como lo está la de todas las demás administraciones públicas posteriores al 26 de julio de 1899. Yo manifesté al enviado de Ud. que mi deseo era, y había sido siempre no escribir historia, sino hasta el año 1886 solamente. Se me arguyó que mi historia quedaría muy atrás para los estudiantes; y en obsequio de éstos convine en alargarla hasta 1899, y en hacer un recuento o enumeración de sucesos históricos a contar de esa fecha, pero nada más”.
Américo Lugo no sólo traza la raya de Pizarro para dejar constancia de su independencia de criterio, sino de su desapego a lo material y al dinero, al oro corruptor que se lleva de encuentro casi a todos los políticos. Y lo hizo con estos formidables párrafos en su carta al dictador:
“A Ud. no podía sorprenderle que yo me negase a traspasar en mi historia, los linderos del siglo XX. Ud. recordará que en Marzo de 1934, Ud. me ofreció una fuerte suma de dinero para que yo salvara mi casa, a cambio de que yo escribiera la Historia de la Década, lo cual era proponerme que fuese su historiador oficial; y Ud. recordará así mismo que preferí perder mi casa, como efectivamente la perdí, contestando a Ud. en carta de fecha 4 de abril de 1934 lo siguiente: “Yo podría ser, aunque humilde, historiador, pero no historiógrafo… Creo un error la resolución de escribir la historia de la última década. Lo acontecido durante ella está todavía demasiado palpitante. Los sucesos no son materia de la historia, sino cuando son materia muerta. Lo presente ha menester ser depurado, y sólo el tiempo destila el licor de verdad dulce y útil para lo porvenir. Todo cuanto se escribe sobre lo actual o lo inmediatamente inactual, está fatalmente condenado a revisión.
“La administración del general Vásquez y la de Ud. sólo podrán ser relatadas con imparcialidad en lo futuro. El juicio que uno merece de la posteridad no depende nunca de lo que digan sus contemporáneos; depende exclusivamente de uno mismo. Aparte de estas consideraciones decisivas, yo no podría escribir ese trozo de historia por dos razones: la primera, mi falta de salud; la segunda, mi falta de recursos. Recibir dinero por escribirla en mis presentes condiciones, tendría el aire de vender mi pluma, y ésta no tiene precio.
“…Un historiógrafo o historiador oficial huele a palaciego y cortesano, y yo soy la antítesis de todo eso. No soy ni puedo ser sino un humilde historiador de lo pasado, y sólo como tal me he obligado con el Gobierno. Un historiador oficial es un historiógrafo, y la diferencia que hay entre simple historiador e historiógrafo ha sido magistralmente expuesta por Voltaire en su “Diccionario Filosófico”.
No tiene desperdicio el cuerpo completo de la carta, de la cual solo escogí por razones de espacio algunos párrafos en los que se resaltan la conciencia que Américo Lugo tuvo de su papel, así como el carácter de acero demostrado, cualidades que la historia les reserva a pocos, a quienes asumen responsabilidades con su pueblo
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