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viernes, 10 de junio de 2016

Respecto al Himno Nacional


Por Miguel De Camps Jiménez. 10 de junio de 2016 - 12:08 am -  
¡Mi Dios querido! ¿Hasta dónde iremos a llegar? ¿Qué nos pasa?
mdecamps

Miguel De Camps Jiménez

Abogado e historiador con maestría en Artes Gráficas y en Historia Dominicana y del Caribe. Es autor del libro “Para comprender el Himno Nacional Dominicano” y de “El criollo Antonio Sánchez Valverde, su época, su vida y su obra”.
¡¡Deje eso!! ¡¡Sin oficio!!
Esas palabras de mi madre siempre iban acompañadas de un golpe con el primer trapo que tuviera a mano, llegaron a mi mente al encontrarme con la noticia de que alguien que se dice abogado, (por suerte no se presentó como poeta) recurrió ante el Tribunal Constitucional, con la intención de que esa Alta Corte, mediante sentencia, falle declarando algunas estrofas de nuestro Himno Nacional como inconstitucionales, bajo el alegato de que nuestro país se llama Dominicana, no Quisqueya.
¡Mi Dios querido! ¿Hasta dónde iremos a llegar? ¿Qué nos pasa?
Encontrándose vivo don Emilio Prud’Homme, autor de las letras de nuestro canto patriótico salió al frente ante un editorial del periódico Listín Diario del 26 de febrero de 1923 donde se planteó como un grave problema la omisión en el texto del Himno del patricio Ramón Mella añadiendo, dicho editorial,  “que nuestros niños no debían educarse así”, por lo que solicitaban al nuevo Congreso,  corregir ese “error”, que supuestamente había en el texto del Himno Nacional.
Voy a retomar las palabras de don Emilio,  quien mediante una carta con su firma, fechada el 11 de septiembre de 1923, dirigida al señor Félix M. Nolasco, quien a la sazón era el editorialista del periódico Listín Diario. Decía don Emilio:
“El Himno Nacional de un pueblo que, como el nuestro, ha fatigado a la gloria con la soberbia repetición de más de mil hechos personales de libertad e independencia, no podría contener, sin mengua del arte y sin pecar contra la necesaria brevedad, la larga lista de sus campeones, de sus mártires y de sus héroes famosos. Tal obra resultaría fea, pesada, extravagante y ridícula.
El Himno patriótico no tiene para qué efectuar servicios correspondientes a los tratados de historia. Por qué no exige Ud. también, que figuren en el Himno los nombres de Monción, Pimentel, Luperón, Salcedo, García, Polanco, Cabral y demás insignes restauradores, tan padres de la Patria como Mella, Sánchez y Duarte?. [N.A.: Es conveniente recordar que para  la fecha en que se escribió el Himno la selección de, Duarte, Sánchez y Mella, como Padres de la Patria aún no se había realizado].
Y por qué no pide Ud. también, que sean puestos en el canto triunfal que nos ocupa los nombres de los gloriosos campos de batalla, Santomé, Cachimán, Estrelleta, El Número, Comendador, Santiago, Puerto Plata, Azua y muchos más que sería largó enumerar aquí, ya que figuran los de Beller y las Carreras?
(…) Mi objeto al nombrar a Duarte y Sánchez en el himno no fue invocar héroes sino invocar el espíritu de los grandes libertadores representados en mi imaginación por esos dos grandes varones de mi patria”.
Donde Prud’Homme pone los puntos sobre las íes, es cuando le dice al Listín Diario, a Sócrates Nolasco y de camino a los futuros pensadores: “Cuando escribí, para apoyar la idea de que Quisqueya, nuestra soberbia e indómita Patria, si fuere mil veces esclava, mil veces sabría ser libre”.
Como maestro de escuela, como abogado y como juez presidente  de la Suprema Corte de Justicia previó que algún iluminado podría sorprender con algún disparate parecido al que estamos viendo ahora, y previniendo esto escribió:
“¡Ah! Yo espero que los futuros congresos nacionales de mi pobre patria no se atrevan a modificar nada de este Himno. Ellos tendrán presente que sí la humilde propiedad material y literaria es de este modesto servidor de ustedes, la propiedad espiritual, afectiva y al mismo tiempo oficial, es del Pueblo Soberano.
Nadie tiene el derecho de tocar las cosas ajenas, ni mucho menos, las cosas sagradas”.
Inspirado en las palabras del maestro Emilio Prud’homme sólo queda decirle al autor de la desdichada solicitud al Tribunal Constitucional: ¡Deje eso!  ¡Sin oficio!

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