29 de junio de 2016 - 12:07 am -
¿En qué sociedad la cultura de su pueblo puede ser enriquecida al tiempo que la memoria histórica es tratada como un adorno, a ocurrencia y conveniencia?
Son muchísimos los países donde se ha usado y se usa que los billetes de lotería estén adornados con figuras representativas y emblemas de la Historia nacional. Esto puede concluirse luego de un examen sencillo, vía internet, a la imagen a billetes de lotería de España, Bolivia o la misma República Dominicana; especialmente en naciones de tradición hispanoamericana.
Para comprender esto hay que adentrarse en la función simbólica que estas figuras y emblemas cumplen. En rigor, no hablan de sí mismos, sino que confieren una calidad a aquello en que están incorporados.
Con la presencia de pinturas de toda clase de héroes, las loterías nacionales en nuestra región han transmitido en sus billetes en el mensaje de que jugar a la suerte por dinero no es tan malo, incluso es un acto de ejercicio cívico y de nacionalidad. La presencia de próceres y representaciones admiradas deja dicho, además, algo importante: el juego no dejará a nadie discriminado precisamente por su espíritu patriótico; genera confianza en el organizador. El hecho de que las loterías nacionales casi siempre se han hecho acompañar del apellido “de beneficencia” o similares, se ve reforzado con estas figuras, dibujos y pinturas, toda vez que subraya que jugar o apostar a este sorteo no es un hecho inmoral, no se ve revestido de toda la condena valórica que la sociedad tradicional aplica al juego de azar y es incluso un aporte al bienestar colectivo.
¿Es esto suficiente argumento como para que en los billetes de la Lotería Nacional dominicana se exhiban retratos de Juan Pablo Duarte, Francisco Alberto Caamaño o Juan Bosch?
Para responder a esa pregunta es necesario dejar de lado por un momento el juicio moralizante sobre los juegos de azar, y es indispensable hacerse cargo del circo al que han sido llevadas, durante casi un siglo, todas las figuras heroicas de la Historia dominicana.
Esto tiene sus bases en el Trujillato, al que se le considera muerto por el hecho de haber sido ajusticiado a balazos su cabeza el 30 de mayo de 1961 y por encontrarse prohibida su exaltación y la divulgación de sus ideas y sus obras, olvidando a menudo que la Historia es lo más parecido a la materia y a la energía: nunca muere, sólo se transforma, y lo hace constituyéndose en cultura y en valores (o antivalores) que se modifican y establecen con un arraigo impresionante.
Es el Trujillato el régimen político, jurídico, económico e ideológico en que toda la Historia dominicana adquiere sentido en una figura, el “Generalísimo” Rafael Leonidas Trujillo, y con él sus familiares. Los días feriados y festivos más importantes del país así lo resaltaban. La Cartilla Cívica enseñaba a amar la Patria amando a Trujillo. La capital dominicana adquirió su nombre y él fue reconocido como Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, renacida de las cenizas del San Zenón “gracias a él”. En esa época, todos los próceres, todos los hitos históricos, todas las epopeyas pasaban por el filtro de ser o no adecuadas al régimen, y su validez se dictaminaba en función de la validez del Benefactor y su obra. Todo lo hecho antes que él se hizo secundario, adjetivo, mero tránsito, mero trámite. Vulgar y pedestre. Intrascendente. A lo sumo, necesario para que Él existiera.
Esa Historia no murió el 30 de mayo de 1961. La cultura de la épica manipulada, mancillada, prostituida y mercantilizada continuó infamemente durante todos estos años. Es el país donde Héctor Bienvenido Trujillo, Donald Reid Cabral y Antonio Imbert Barrera tienen fotos como expresidentes en el Palacio Nacional. Es el país de Joaquín Balaguer “padre de la democracia” y donde se designa una estación del Metro con su nombre, al lado de la de una de sus víctimas, el joven Amín Abel Hasbún. El país donde Pedro Santana es exaltado en el mismo panteón de héroes y heroínas restauradores.
Es en esa tradición en que hay que ver inscrito que Duarte, Caamaño y Bosch vayan a adornar -literalmente- billetes de lotería.
Porque hay que añadir -ahora sí- que pocas cosas hay tan infames y degradantes -por descaradas- como el peculado institucionalizado y legalizado en base a esquilmar bolsillos, la desesperación y la cultura de la pobreza, sintetizadas en los juegos de azar. Estamos en República Dominicana y no en Islandia; el Pueblo no juega por “hábito” sino inducido por publicidad engañosa y miseria generalizada. Por eso resulta escandaloso que esa forma de producir y recaudar riquezas sea mantenida todavía en la sociedad dominicana, permitida y tolerada, y que más aún se haga desde el sistema público, desde el Estado. Es a la vez producto del país que tenemos y síntoma de cómo convivimos tranquilos con la idea de que así sea. Que se prefiera “seguir la corriente a la costumbre de apostar” que recaudar más impuestos e impulsar más el trabajo, el empleo y la producción. Más que por el “vicio” de los jugadores, los juegos de lotería son sucios por desleales, por parasitarios y por su publicidad falsa; sólo son comparables al negocio artero que celebran día tras día contra las mayorías las AFP y las ARS que acumulan riquezas sobre la base de la desgracia ajena, así como loterías y juegos de suerte producen beneficios sobre la base de que el pueblo pierda. Parte de este mismo escándalo es que Juan de los Santos (Juancito Sport), una persona asesinada en las lides de sus negocios precisamente de azar -aparte de ser alcalde-, tuviera hace apenas seis meses funerales de Estado y honras de prócer nacional.
Por todo lo antes dicho, se agradece lo que dice José Francisco Peña Tavárez, administrador de la Lotería Nacional, al pedir disculpas por usar la imagen de Bosch para ilustrar los billetes del domingo 26 de junio, disculpas que en todo caso llegan tarde y son lo mínimo esperable en una sociedad donde la ley prime, entre ella la que regula el derecho de autor. Pero lo terrible es la frase que acompaña esas disculpas en la prensa, ya que dice Peña Tavarez: “El interés de la Lotería Nacional es recordar a los grandes hombres como: Juan Pablo Duarte, Ramón Matías Mella, Francisco del Rosario Sánchez, Eduardo Brito, María Montez, Pedro Mir, Máximo Gómez, Concepción Bona y fechas emblemáticas como el día de las madres, día de la juventud, día de los enamorados, día de los padres, día de la Restauración, 27 de Febrero, con la finalidad de contribuir con la cultura del pueblo dominicano”.
¿En qué sociedad la cultura de su pueblo puede ser enriquecida al tiempo que la memoria histórica es tratada como un adorno, a ocurrencia y conveniencia? ¿En qué sociedad se contribuye al pueblo mientras los juegos de azar que parasitan, usufructúan y manipulan las carencias de ese mismo pueblo son una normalidad?
Ni Duarte, ni Caamaño ni Bosch ni ninguno de los mencionados “homenajeados” deben volver a aparecer en billete alguno, y ojalá llegue el día en que por respeto a este Pueblo dejen de existir esos billetes.
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