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PARAQUENOSEREPITALAHISTORIA .Para los interesados en el tema y los olvidadizos de sus hechos, aquí están para consultar múltiples artículos escritos por diversas personalidades internacionales y del país. El monopólico poder de este tirano con la supresión de las libertades fundamentales, su terrorismo de Estado basado en muertes ,desapariciones, torturas y la restricción del derecho a disentir de las personas , son razones suficientes y valederas PARA QUE NO SE REPITA SU HISTORIA . HISTORY CAN NOT BE REPEATED VERSION EN INGLES

jueves, 23 de junio de 2016

Trujillo: Violencia en Toda America

Jose Tobias Beato.

En memoria de las hermanas Mirabal: Patria, Minerva y María Teresa, conocidas ya como “las mariposas” y de su chofer y amigo, señor Rufino de la Cruz asesinados por Trujillo el 25 de noviembre de 1960)
Cuando se habla de la violencia que caracterizó al régimen de treinta y un años ininterrumpidos de Rafael Leónidas Trujillo, se piensa de inmediato en accidentes simulados, en torturas pavorosas como es, por ejemplo, la de sacarle a un preso las uñas de pies y manos a sangre fría.
Se piensa en la silla eléctrica y en sus quemantes voltios, o en el lacerante látigo llamado “cantaclaro” que terminaba en afiladadas puntas de hierro, con el que se desgarraban las espaldas y muslos  de sujetos que, luego de la sesión de pela, eran arrojados en celdas de espacio reducido, sin agua ni medicamentos para aliviarse, acompañados solamente de una hedionda lata que recibía sus humanas necesidades.
A esta escalofriante escena, agréguele en su mente, amigo lector, chinches y mosquitos por millares, un calor sofocante, y se comprenderá la pérdida de identidad por la que, bajo el temor y el dolor, enloquecido gritaba a todo pulmón un tal Ellobín Cruz: “Han matado ya a mi hermano, a mi tío, a toda mi familia, y ahora vienen en mi busca. Díganles que yo no soy Ellobín Cruz, sino José Rodríguez”.
Esta es la parte espeluznante de la violencia trujillista. La que narramos como advertencia para algunas mentes ingenuas que en los últimos tiempos, ante las dificultades de nuestra tierna democracia, claman por lo bajo por una dictadura.
Las dictaduras suelen ser ideológicas o personales. Pero, personales o ideológicas, de izquierda o de derecha, toda dictadura es abuso de poder, dolor, y, con frecuencia, muerte. Ni el abuso, ni el dolor ni la muerte son de izquierda o derecha; ni poseen color o bandera. Ataca a todos por igual, al ser tan sólo un hecho regresivo que impide la vida y el progreso.
“El bien hay que imponerlo” sentenció Trujillo, y con ese criterio, desde antes de las elecciones de 1930 abonó el terreno con la semilla del terror que trunca libertades y limita sueños. Desde esa época consideró que la eliminación física de todo aquel que se le opusiese o que estimara un peligro para su dictadura, debía ser la norma a ser aplicada con todo rigor.
Así, en abril del referido año, fueron recibidos a balazos los dirigentes de los partidos opositores Nacional y Progresista. En el mismo mes, Pedro Trujillo, hermano del futuro dictador, mató en las calles de la ciudad de La Romana a cuatro choferes.
El 7 de mayo de 1930, ante presiones de los militares y otros sectores, renunció la Junta Electoral, siendo inmediatamente sustituidos sus honorables miembros por seguidores de Trujillo. La Corte de Apelación de Santo Domingo fue tomada por elementos armados de ametralladoras.
Estos sujetos formaban parte de una banda conocida como la 42, que encabezados por Miguel Paulino, andaban en un carro Packard rojo, dando palizas y matando impunemente a todo opositor destacado. En La Vega operaba otra banda que sus habitantes llamaban “La lechuza”: salía a sembrar el terror solamente de noche, en un carro negro sin luces.
 Trujillo era hombre de rencores; el abogado Martínez Reyna, en ausencia del presidente  Vásquez, le había sugerido al vicepresidente Alfonseca destituir a Trujillo como jefe del ejército, cosa que aquel no logró hacer; de modo que el primero de junio del mismo año 30, Martínez Reina fue horrorosamente victimado por una pandilla de asesinos: acribillado a balazos y a puñaladas, se le degolló y le fue cercenada la nariz. Su esposa, embarazada, entró al aposento en el momento en qu mataban a su esposo: fue muerta de dos disparos en el vientre.
Ninguno de los dos quedó para recordar el soneto compuesto por Martinez Reina: “Aquel pañuelo blanco que me diste/la noche que de amor te hablé al oído,/es el amigo que en la ausencia triste/mi llanto inagotable ha recogido.”
A continuación miembros del ejército fusilaron al periodista Emilio Reyes, cerca de Baní, y también al general Alberto Larancuent, en la capital dominicana. En puerto Plata acecharon en su finca a Pulú Pelegrín y lo mataron.
El general Cipriano Bencosme, antiguo partidario de Horacio Vásquez, el hombre a quien Trujillo derrocó en una conjura en la que estaban también Joaquín Balaguer, Rafael Estrella Ureña y F. Bonnelly, se levantó en armas en el Cibao. A los pocos días Bencosme fue muerto de un certero tiro. Tras él perdieron la vida cerca de cien dominicanos por no haberle denunciado o por haberle brindado hospitalidad.
Sin embargo, Trujillo, gran actor, al conocer de la muerte de Bencosme, anunció consternado en apariencia: “su bravura temeraria, contra el propio querer de su familia y el de casi todos los mocanos, dió lugar a aquel encuentro desgraciado en que cayó sin vida en campos de Puerto Plata”.
Después tocó el turno a Desiderio Arias, hombre peligroso, guerrillero experimentado, vinculado alegadamente a intereses alemanes (Ver sobre esto el documentadísimo libro “Balaguer y Trujillo” de Francisco Rodríguez de León, 1996, págs. 13 y 549).
Arias, hombre de valor cantado hasta en un merengue, había participado en el golpe del 23 de febrero de 1930 contra Horacio Vásquez. Había sido aliado de Trujillo en las elecciones de 1930, en las que había salido elegido senador.
El 10 de junio de 1931 Desiderio Arias lanzó un manifiesto, con el que inició su guerrilla en la línea noroeste. En ese documento admitía que el gobierno de Vásquez había sido un gobierno democrático y de progreso, pese a algunos errores administrativos. Enumeraba la enorme cantidad de crímenes del gobierno cometidos en apenas unos meses. Denunciaba que le había sido quitada su senaduría por la fuerza la noche del 16 de diciembre de 1930. Y sobre todo, admitía que el golpe del 23 de febrero no había legado nada positivo al pueblo dominicano, y que había sido un error confiar en Trujillo con base en la juventud de éste.  
Arias se fue a la manigua con unos pocos seguidores. Y fue traicionado. En un campo de Mao cayó el cacique liniero. Su espigado cuerpo fue ametrallado. Sus manos y pies, cortados a machetazos. Su cabeza, también cortada, fue paseada por Santiago en medio de proclamas trujillistas.  A partir de ese momento ya no habrían más jefes. Solamente uno: Trujillo.

Empero, la rebelión continuaría, y la sangre seguiría corriendo, ya no solamente en República Dominicana, sino también en Nueva York, donde Trujillo secuestró al vasco  Galíndez. Este acto y la secuela de muertes que arrastró, se llevaría de encuentro al mismo Trujillo, pues el asesinato de Octavio de la Maza, uno de los implicados en el secuestro, fue el motivo efectivo de la muerte de Trujillo el 30 de mayo de 1961, una vez que el hermano de Octavio, Antonio, decidió efectuar una justa venganza.
En Cuba Trujillo ordenó el asesinato del líder sindical dominicano Mauricio Báez. En Costa Rica, de común acuerdo con los Somoza de Nicaragua, intentó matar al presidente costarricense José Figueres. En Guatemala, la muerte del presidente de ese país Castillo Armas, tuvo la participación muy clara del dictador dominicano.
Ya en las postrimerías del régimen, Trujillo cometió tres graves errores más. El primero, el intento de asesinato del presidente de Venezuela Rómulo Betancourt, el 24 de junio de 1960. Una bomba accionada por control remoto incendió el Cadillac presidencial, acción de la que Betancourt salió herido y quemado, y uno de sus escoltas muerto. Ello originó sanciones económicas  para la República Dominicana y su consiguiente aislamiento político.
El segundo error fue la muerte de tres reconocidas enemigas de Trujillo, las hermanas Mirabal (las mariposas), y de su chofer Rufino de la Cruz, hombre leal, amigo de la familia. Un crimen contra mujeres de trabajo, hermosas e inteligentes que la sociedad dominicana no perdonó y que sublevó a miles, además de llevarse de encuentro a un hombre bueno que nada tenía que ver con el asunto.
El tercer error fue el violento enfrentamiento de Trujillo con la Iglesia. De no haber sido decapitada la dictadura, nadie sabe qué cosas terribles hubiesen acontecido: el último domingo que Trujillo vivió (28 de mayo de 1961), en la reunión almuerzo que dió a algunos de sus colaboradores, salió a relucir la actividad que contra el gobierno realizaban algunos sacerdotes.
Entonces, cuenta el doctor Balaguer presente allí en tanto presidente títere, el secretario de las fuerzas armadas, señor Román Fernández, cortó terminante: “Jefe: sólo estamos esperando su orden para colgar a todos los curas en el Parque Colón.” (J. Balaguer, La palabra encadenada, tercera ed., 1997, pág. 405).   
A principios de noviembre de 1960, el dictador visitó en Villa Tapia a su amigo Rafael Quezada. Este, al verle preocupado, le inquirió por los motivos, a lo que Trujillo contestó: “tengo dos problemas por resolver: los curas y las Mirabal”. La sentencia sobre las muchachas estaba dictada. Y efectivamente, su muerte ocurrió a las pocas semanas de esa conversación, el 25 de noviembre de 1960.
Las Mirabal habían estado presas varias veces; también su padre. Pero en aquel momento histórico ellas estaban libres y sus esposos encarcelados en Puerto Plata, bien lejos de su hogar en Ojo de Agua, Salcedo. Los esbirros trujillistas aprovecharon la visita que hicieron a sus maridos para detenerlas al regreso, apalearlas, estrangularlas y finalmente meterlas en el Jeep que viajaban y lanzarlas desde una montaña, simulando muy malamente un accidente.
Al día siguiente, Trujillo mostró nuevamente sus singulares dotes de actor. El tirano se levantaba de madrugada y antes de las seis de la mañana ya estaba enterado de todo cuanto había acontecido el día o la noche anterior. Como era su costumbre llamó al mayor Cándido Torres, en ese momento encargado de los servicios de seguridad, y le preguntó como si nada: “¿Qué hay de nuevo?”
El mayor comenzó a informarle de las novedades, pero Trujillo le interrumpió severo: “¿Y no sabe usted que las hermanas Mirabal han sufrido un accidente y que es posible que ese crimen se achaque al Servicio de Inteligencia, como ocurre cada vez que muere alguien señalado por el rumor público como enemigo del Gobierno? Váyase seguido y adopte las medidas que sean de lugar para que ese acontecimiento casual no se tome como pretexto para un escándalo” (Balaguer, obra cit., pág. 317). Naturalmente, el mayor Torres, que sabía que el supuesto accidente había sido una orden dada por el mismo con quien hablaba, se quedó estupefacto, admirado de su capacidad histriónica, o sin saber en qué creer.

Más aún; meses más tarde, recorriendo el país según su costumbre, Trujillo se paró en el mismo barranco desde donde las Mirabal fueron derricadas y muy pensativo, casi pesaroso comentó: “Aquí es donde murieron las Mirabal; crimen horrible que muchos insensatos atribuyen al Gobierno. ¡Mujeres tan dignas e indefensas!”
 No pararían las muertes durante aquel duro régimen hasta que la noche del 30 de mayo de 1961, un grupo de conjurados encabezados por Antonio de la Maza, le dieron muerte a Trujillo dispararándole un escopetazo con un tiro preparado que le entró por la axila izquierda. Luego lo remató con otro que le voló el puente dental de la mandíbula superior, al tiempo que le gritaba al ya cadáver: “éste gavilán no mata más pollitos”.

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