Serbios, griegos, armenios, camboyanos, tibetanos, judíos, hutus, tutsis… pueblos enteros que fueron masacrados, deportados o encerrados bajo diferentes pretextos, con un balance aterrador de más de 100 millones de muertos
La locura. Esa bien podría ser la causa que llevó a algunos líderes a convertir la pasada centuria en el siglo más mortífero de la historia de la humanidad. Pol Pot, Stalin, Hitler, Sadam Hussein… todos rigieron sus territorios a golpe de genocidio, acabando en muchos casos con más del 30% de su población bajo los pretextos más inverosímiles. El balance es aterrador: más de 100 millones de muertos y decenas de miles de pueblos conscientemente masacrados, violados, torturados y desterrado.
El
pasó del siglo XIX al XX, en las últimas décadas de dominio otomano en
los Balcanes, comenzó con varias limpiezas étnicas contra los serbios,
rumanos, búlgaros y griegos. «El Rey Nicolás I
(de Montenegro) ha dirigido una proclama a su pueblo exhortándole a
acudir en auxilio de sus hermanos los serbios, en cuyo país hombres,
mujeres y niños son asesinados por los turcos», podía leerse en ABC el 13 de octubre de 1912, donde aseguraba que el monarca sólo se proponía «impedir el exterminio de sus hermanos».
El genocidio de los griegos en Anatolia aún
no ha sido reconocido por la ONU, a pesar de que se estima que acabó
con la vida de alrededor de un millón de civiles. Es uno de los mayores
crímenes contra la humanidad conocidos si tenemos en cuenta que la
población griega total, según el censo de 1914, era de poco más de
2.600.000 de habitantes. Casi el 50% de la población eliminada.
Dos millones de armenios exterminados
Pero el mayor exterminio perpetrado por los turcos fue el padecido por los cristianos armenios que vivían en el este de Anatolia.
La población musulmana del Imperio Otomano sentía tal desprecio por
estos que, desde finales del siglo XIX, les sometieron a continuas
matanzas y expulsiones. Sólo entre 1894 y 1896 fueron asesinados 250.000
armenios.
«En
la Europa Occidental parece que estamos en la época de las
persecuciones. Los cristianos armenios son objeto de toda clase de
tropelías por parte de la autoridades y del pueblo turco», contaba
«Blanco y Negro» en octubre de 1894.
Y eso que el pueblo armenio no había sufrido todavía su mayor tropelía,
en 1915, cuando se les ocurrió intentar independizarse del Imperio
Otomano.
Turquía
reaccionó con tal violencia que desarmó a los armenios que había en su
ejército y los ejecutó. Después masacró y expulsó pueblos enteros hacia
el desierto sirio y quemó sus casas y tierras. En total, más de un
millón de armenios fue deportado en condiciones extremas o huyó a Rusia,
mientras otros dos millones fueron salvajemente asesinados.
Aunque algunos historiadores como Bernard Lewis han
cuestionado estas cifras, lo cierto es que de los 2.400.000 armenios
que las mismas autoridades otomanas estimaban que había en sus
territorios en 1867, sólo quedaron 120.000 en 1918. Un total de 20
países aprobaron una resolución formal para reconocer este genocidio,
mientras que otros países como Israel, Reino Unido, Alemania o la misma España no utilizan aún ese término para referirse a los hechos.
Stalin, a golpe de hambruna
La Primera Guerra Mundial se
prodigó en matanzas y deportaciones. Por poner sólo unos ejemplos,
150.000 serbios fueron expulsados en 1917 cuando entraron las tropas
austriacas en su país y otros 20.000 fueron asesinados en las tierras
ocupadas por los búlgaros. Pero la siguiente gran limpieza étnica del
siglo fue la llevada a cabo por Stalin
en la URSS, donde se llevó a la muerte a millones de personas y otras
tantas fueron enviadas a los campos de trabajo forzado o «gulags» en
condiciones infrahumanas.
Entre 1929 y 1932, siete años después de que asumiera la Secretaría General del Comité Central del Partido Comunista, Stalin provocó un periodo de extrema hambruna en
Ucrania mediante la expropiación de tierras, la concentración agrícola y
la interrupción de la producción de alimentos. Según el historiador Robert Conquest, murieron allí 14 millones de ucranianos.
La
cifra total de muertes bajo el régimen estalinista es una cuestión
todavía sometida a debate. Los registros desclasificados tras la caída
de la Unión Soviética hablaban
de 800.000 presos ejecutados, 1,7 millones muertos en gulags y otros
390.000 durante reasentamientos forzosos. En total, 3 millones de
víctimas. Pero otros investigadores hablan de 4 millones de muertos y
otros historiadores defienden que la cifra es considerablemente
superior.
La «Solución final»
Los genocidios de la Segunda Guerra Mundial son los más conocidos de la historia a causa de la «Solución final», un eufemismo acuñado por el jefe de seguridad de la Alemania nazi, Reinhard Heydrich, para definir la eliminación total del pueblo judío.
Aunque también se ha discutido aquí la cifra, se cree que Hitler
asesinó a seis millones de judíos con una política que comenzó en 1933
con su exclusión de la función pública, continuó con la expulsión de
cientos de miles de ellos de Alemania y acabó con la locura de un
exterminio que se llevó por delante también a gitanos, polacos o
serbios. Más de 700.000 de estos últimos murieron en el campo de
concentración croata de Jasenovac, el más grande de toda Europa.
Los alemanes también perpetraron matanzas en los países que invadieron, ejecutando a pueblos enteros como Oradour-sur-Galne (Francia), Lídice (República Checa) o Glina (Yugoslavia), donde encerraron a todos los niños y mujeres en sus respectivas iglesias y los quemaron vivos.
Japón y el código Bushido
Japón
no se quedó atrás. Su particular visión de pueblo superior con respecto
al resto de las etnias de Asia, su no reconocimiento de la Convención
de Ginebra y el seguimiento del Bushido
–código de honor que no respetaba al enemigo que se rendía–,
propiciaron todo tipo de barbaridades, especialmente contra la población
civil.
Primero,
contra los chinos. En Nanking, por ejemplo, perdieron la vida 300.000
civiles en tan sólo seis semanas (20.000 mujeres fueron violadas y
57.000 ejecutadas en un solo día), sometiendo a sus víctimas a todo tipo
de experimentos con armas y medicamentos. Y después contra los
filipinos en la conocida «marcha de la muerte» de 1945, durante la incursión del ejército estadounidense.
Los japoneses prefirieron incendiar la ciudad de Manila y acabar con la
vida de cuantos más ciudadanos fuera posible, en un cruel y desesperado
intento por evitar que los supervivientes contaran su derrota. Se
contabilizaron más de 100.000 muertos, de los cuales, más de 70.000
fueron deliberadamente ejecutados por los soldados. Unos 300 eran españoles.
26 millones de civiles
La cifra de muertos en la Segunda Guerra Mundial dio un salto cuantitativo con respecto a la Primera. Perdieron la vida 26 millones de soldados y otros tantos civiles. A ellos hay que sumar nada menos que 50 millones de desplazados,
ya fuera huyendo de los combates, expulsados de sus tierras o
deportados, como ocurrió con los cientos de miles de soviéticos
disidentes y alemanes que Stalin envió a Siberia en condiciones
inhumanas.
Tras la guerra les tocó el turno al Tibet y
la India. El primero, invadido por el ejército chino, sufrió una
matanza sin precedentes con más de 315.000 tibetanos expulsados. En el
segundo, los enfrentamientos entre musulmanes, hindúes y sijs tras la
independencia de 1947 acabaron con medio millón de personas muertas.
En Oriente Próximo, el mayor drama quizá fue el de los kurdos,
un pueblo de 35 millones de habitantes al que se le prometió la
organización de un Estado tras la Primera Guerra Mundial, pero que acabó
desperdigado entre Turquía, Siria, Irán e Irak, sufriendo la
persecución implacable de todos ellos. Son tristemente recordados los
ataques con armas químicas ordenados por Sadam Hussein
en 1988, que, además de provocar decenas de miles de muertos en el
norte de Irak, produjo un drama humanitario entre los que huían hacia la
frontera de Turquía.
Pol Pot, el genocida que superó a los nazis
Las torturas cometidas por Pol Pot en Camboya tras la retirada de Estados Unidos en 1975 sobrepasaron los límites de la imaginación.
El régimen prochino de los jemeres rojos deportó forzosamente al campo a
toda la población urbana, vaciando literalmente las ciudades, y exterminó a toda la población «aburguesada»,
es decir, a toda aquella que tuviera dinero o un mínimo de cultura. Se
calcula que de los seis millones de habitantes que vivían en Camboya,
Pol Pot eliminó a una tercera parte en tan solo cuatro años. Superaron,
dicen los historiadores, la crueldad nazi.
Sudamérica
no fue una excepción en lo que a violación de los derechos humanos se
refiere. Las dictaduras militares de la década de los setenta y ochenta
provocaron matanzas indiscriminadas de campesinos en Nicaragua y El
Salvador. En el Chile de Pinochet fueron asesinadas 4.000 personas. Mientras que en la dictadura del general Videla en Argentina,
tras el golpe de Estado de 1976, los muertos llegaron a 30.000, con
familias enteras desaparecidas de forma atroz en una de las peores
guerras sucias que ha conocido la humanidad.
Desde
1945, África ha vivido sumergida también en conflictos y golpes de
Estado. Primero por las guerras de independencia contra los poderes
coloniales, más tarde entre los países por el reajuste de fronteras y,
finalmente, por las tensiones entre las etnias y las tribus.
Especialmente cruel fue el que se produjo en Ruanda y Burundi en 1994,
tras el asesinato de sus respectivos presidentes. La mayoría de la etnia hutu se lanzó a la caza de la minoría privilegiada tutsi,
provocando un genocidio sin igual en el continente negro, sobre todo,
por la sistematización con la fue organizado. Y por si no fuera
suficiente, tras la victoria de las milicias tutsis, se produjo una
nueva sangría esta vez entre los hutus, lo cuales huyeron en masa hacia
el Zaire. El triste balance de este conflicto fue de un millón de
muertos y otro millón de desplazados de sus casas y tierras.
Un
siglo XX, en resumen, en el que es fácil perderse entre los millones de
muertos de un genocidio u otro. La centuria más atroz de la historia de
la Humanidad, que puso su punto y final con nada menos que 50 millones
de personas viviendo lejos de sus casas por la sinrazón humana.
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