SANTO DOMINGO.- En la Hacienda María él dijo únicamente lo que había que decir. Al borde de esa última razón de todo, fue el único que habló y dijo absolutamente todo lo preciso, cuando con voz trémula y emocionada, su ánimo se empinó sobre su aciago destino para exclamar que ¡viva la República Dominicana, carajo! Demasiadas razones y pasiones en unas pocas palabras desgarradoras y heroicas, pronunciadas en el momento “cojonudo” y preciso, para darle sentido patriótico a un hecho que por sus circunstancias, contaminadas de realidad y humanidad, careció de proclamas, manifiestos y discursitos.
Sólo era asunto de la cruda realidad incontrovertible, expuesta definitivamente ante las mil razones del evento, las causas que usted quiera imaginarse, las que fueron y las que no fueron, las justas, las propias, las personales y las convenientes. Las que se les ocurran, las que usted quiera escoger e inventarse desde la comodidad de su aposento cuarenta años después.
El que el “Jefe” estuviera muerto por la acción esa de levantarse un día, montarse los timbales, “incojonarse”. Los días de campo, las giras a la playa, la juntadera, la bebedera y todo lo demás, expuesto ante el peligro de que te adivinaran el pensamiento, el gesto disimulado, la vaina de que se dieran cuenta, de que te descifraran la espontaneidad de la sonrisa fingida, la complacencia, o de que te “chivatearan”, te delataran y te cayeran arriba los “calieses”.
O más aún, asumir la empresa esa de asesinar el miedo, guardando la cautela, contando los pasos para despescuezar el rumbo pesaroso de la historia. Matarle en la funda a la historia misma, la pretendida inevitabilidad esa de acostumbrarnos a reseñar nuestra paciencia, nuestra tolerancia inexplicable ante esa larga realidad cautiva.
De todos los conjurados principales, no sólo por su edad y su experiencia, Modesto Díaz era el más político de todos. Proveniente de un vigoroso tronco procero cuyos orígenes se remontan a la independencia de la República, la política y sus luchas, gran pasión nacional, habían marcado sus ancestros.
Lucas Díaz, el viejo, comandante de las fuerzas azuanas de avanzada en la batalla del 19 de marzo de 1844, fue el primero en enfrentar a los haitianos, disputándole al enemigo a machetazos la orilla de la gloria del Rio Jura. Estando después bajo el mando de Pedro Santana, su hijo Modesto Díaz, participó también en todas las campañas de la guerra separatista alcanzando el grado de general y obteniendo varias condecoraciones por su valor y arrojo, aunque sus enemigos, según nos dice Rufino Martínez en su Diccionario Biográfico Histórico, trataron de enlodar su gloria con intrigas referentes a que siendo comandante de la retaguardia durante la Batalla de Santomé en diciembre de 1855, abandonó su puesto en el momento de mayor peligro, cosa al parecer poco probable, ya que el general Santana no tomó acción ninguna referente a esta especie.
Durante el régimen de la Anexión, fue como general de división, Comandante Militar de San Cristóbal, combatió a los restauradores en los campos de batalla con valor y vehemencia yéndose a Cuba cuando los españoles derrotados abandonaron el territorio nacional. Disgustado por los abusos del régimen colonial en esa isla, se fue a la guerra en contra de los españoles en 1868, siendo junto a su compueblano Máximo Gómez y los hermanos Marcano los que le enseñaron a los cubanos el uso militar del machete, arma redentora, forjadora de libertades. Recobrada la proceridad puesta a prueba en su patria, regresó en el 1878, tras diez años de lucha, a su país natal y se estableció en Yaguate, San Cristóbal, donde sentó sus reales. Rafael Leónidas Trujillo, tenía un año de edad, cuando murió el general Modesto Díaz, pero después haría grandes relaciones amistosas con el resto de la familia.
De Lucas Díaz, hijo mayor de Modesto, diría el déspota después que lo quiso como a un padre y de Modesto Díaz Quezada el hijo, a pesar de que era ocho años menor sería gran amigo, al igual que de Juan Tomás, que era aún mucho más joven. Por ello, Modesto ocupó siempre cargos importantes. Naturalmente habría que decir que estos cargos nunca fueron concesiones antojadizas o en virtud solo a la amistad. Modesto Díaz fue desde el principio y en el plano político, sin desmejorar su hombría de bien ni la postura final que lo consagró como héroe, de los forjadores de ese régimen, siendo de los constructores de esa realidad desde antes de la “Era”, hasta el punto de exponer su propia vida.
Siendo en mayo de 1930, Síndico de San Cristóbal y líder de la llamada “Confederación”, fue atacado a tiros en las afueras de Baní en un atentado que dejó un saldo de tres heridos. El 18 de julio de 1931, tiene participación notoria en la instauración del Partido Dominicano. Es diputado ante el Congreso Nacional en esa misma época. Cónsul en la ciudad de Nueva York en julio de 1932. Subsecretario de agricultura en 1933.
Confirmado en el mismo cargo en 1934 según el periódico Listín Diario de esa fecha. El 24 de mayo de 1934 pronuncia un discurso en la inauguración del Puente Lucas Díaz que lleva el nombre de su padre. Vicepresidente de la junta directiva del Partido Dominicano desde su fundación. Subsecretario de Trabajo en 1935. En marzo de 1936 es reconocido por Juan Bautista Lamarche, como valor inédito de la nueva política dominicana del régimen de Trujillo, junto a Ramón Emilio Jiménez, Joaquín Balaguer, José Enrique Aybar, Vicente Tolentino, Roberto Despradel, Rafael Vidal, Tomas Hernández, Paino Pichardo entre otros 21 prestantes ciudadanos. Cónsul en Barcelona España en 1936. En noviembre de 1944, al crearse la nueva provincia de Baní, es nombrado entre las nuevas autoridades.
El 23 de enero del 1947 sustituye a Paino Pichardo como Presidente del consejo administrativo del distrito de Santo Domingo. Senador por la Provincia Espaillat en septiembre de 1948 donde estrecho su amistad con Antonio de la Maza. Diputado en 1958, que pide considerar de urgencia el proyecto de ley del también diputado Miguel Ángel Báez Díaz, que confirma y ratifica el grado de generalísimo a Rafael Trujillo.
Es por lo tanto el hombre político por excelencia, destacado personaje, sin máculas ni indignidades. Cree en la causa de su amigo hasta que se puede creer, y defiende el régimen que ayudó a forjar, hasta que el mismo se hace indefendible, insoportable, desbordando inclusive su propia lógica de fuerza.
En esa tesitura, a su avanzada edad, con la vista puesta en el porvenir, pensando en la nación y convencido de que la historia no se puede corregir, decide con la serenidad que siempre lo caracterizó, contribuir a poner fin a lo que inició hacia más de treinta años. Dirige junto a su hermano, el general Juan Tomás Díaz, cabeza del mismo, la parte política del complot, dándole a su realización las piezas de su articulación, la participación de Pupo Román, secretario de las Fuerzas Armadas y de su grupo, la cobertura conveniente e inconsciente de Negro Trujillo su gran amigo y compueblano, hermano mimado del déspota y Presidente hasta agosto del 1960. Su amistad con Balaguer el nuevo Presidente, compañero de mil batallas, la presencia de los Báez Díaz sus parientes, y todos aquellos resortes adquiridos tras 30 años de vida pública.
A diferencia de su hermano Juan Tomas, más joven que él, su carrera se maceró en la civilidad del régimen y no en los cuarteles, donde el primero hizo realmente una carrera esforzada en la lógica disciplinada de los “guardias”. Por ello se dice, cosa que es objeto de discusión y controversia, que Modesto era partidario de un golpe de estado, que involucrara no la muerte de Trujillo sino su apresamiento. En más de una ocasión se dice que aconsejó prudencia a de la Maza ante su obsesión por el atentado llamando a la prudencia que aconsejaba sus canas y su experiencia.
De todas formas, resalta de forma notoria, según las declaraciones de los participantes interrogados por la fiscalía, la serenidad y animo imperturbable de Modesto después de realizados los hechos y más aun la de sus propias declaraciones, de donde emerge esa misma serenidad imperturbable. Su postura final nos conduce por esos caminos misteriosos de la herencia a su abuelo del mismo nombre, que supo como él rescatar su prestigio, para estar en paz con el gesto heroico, preservando en la memoria y la conciencia de sus conciudadanos su proceridad.
Me encanta este artículo!!!
ResponderEliminarQue bueno que contamos con usted como lecora de este blog. Un saludo
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