Editorial Diario Libre.
Muchos consideran que la democracia dominicana no comenzó con el ajusticiamiento del dictador Rafael Leónidas Trujillo, sino diez y siete años después, con el cambio electoral de 1978.
De 1961 al 1978, tuvimos inestabilidad, guerra civil, intervención extranjera y el gobierno autocrático de doce años del Dr. Joaquín Balaguer.
Fue en 1978 cuando se expresó de maneja tajante, a pesar de los resabios y las transacciones necesarias, ese espíritu democrático que latía desde hacía tiempo, pero que no había encontrado los surcos en los cuales podía reverdecer.
Estamos a cuarenta años de esa experiencia y muchos elementos de la cultura política del dominicano no han cambiado. Todavía tenemos los rayos trujillistas asomándose en el horizonte. Todavía la reelección es un tema sin solución, como continúan sin salida los temas de la institucionalidad democrática, de la corrupción y de la impunidad.
Por eso, la ocasión parece oportuna para hacer un esfuerzo serio para dotar de contenido esta democracia imperfecta y cargada de interrogantes que tenemos.
Estos cuarenta años debieran servir para señalar un norte. ¿Hacia dónde queremos ir, por cuáles caminos, con qué propósitos?
Una ley de partidos razonable, es decir, fruto del convencimiento de que se deben avanzar muchos temas sin necesidad de agotarlos todos, debiera ser aprobada por las fuerzas políticas. Se trata de encontrar fórmulas, que las hay y muchas, para ir señalando una dirección, un avance, basado en el precepto chino de que un viaje comienza con un primer paso. Apostamos a ese pacto.
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