Editorial Diario Libre.
No parece que estemos en vía de encontrar una solución a los tapones. Son cada vez más largos, más broncos. Entorpecen la actividad diaria laboral, familiar, de ocio, educación y cultura. Son, dicho en román paladino, un verdadero peñazo. Cuestan dinero contante y sonante y frenan el desarrollo de actividades, encuentros, proyectos. Salir de casa... se piensa dos veces.
Tampoco la ciudad ofrece suficientes parqueos. Los habrá cuando sean un negocio, público y/o privado, que invite a invertir en ellos y cuando sea obligatorio respetar las aceras y las calles para lo que deben utilizarse.
El mundo se mueve en otra dirección. Madrid peatonaliza su centro con privilegios para los residentes, Londres impone tasas para circular en la City y la consultora Deloitte analiza un cambio gradual del ecosistema del transporte. Gradual, pero imparable. Un par de generaciones de jóvenes europeos no se plantean comprar un carro. En Nueva York, un vehículo es un problema.
Aquí, en Santo Domingo, se va a experimentar con la peatonalización de unas calles de la Zona Colonial. Recuperar el espacio para caminarla hará también más atractivo vivir en ella y no pensarla solo como un lugar para ocio o para turistas. Moverse por ella sin sortear vehículos enormes subidos en aceras minúsculas favorecerá recuperar su vocación para la vivienda.
¿Qué hace a una ciudad ser lo que es?, se le preguntó a Bjarke Ingels, uno de los actuales arquitectos estrella: “Los ciudadanos. Fíjese cómo determinados grupos de artistas se trasladan a vivir hacia barrios más económicos y esa concentración genera urbanidad. Cuando la gente llega a un lugar y se instala en él, dicha zona mejora, se desarrolla. El proceso de gentrificación se describe siempre como negativo, pero es también el motor para la redefinición de lo urbano.”
IAizpun@diariolibre.com
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