Joan Riera |
El encarcelamiento de Sànchez y Cuixart marca el punto de inflexión del procés catalán. A partir de ahora todo serán imputaciones, juzgados, detenciones y, en caso extremo, cárcel. Rajoy ha lanzado al Estado contra los actuales inquilinos de la Generalitat al tener la seguridad de que las instituciones europeas no intervendrán. Y si lo hacen será para confundir a los soberanistas hasta hacerles perder el camino. Ya se vio la semana pasada con la declaración de independencia. Puigdemont tenía ante sí a mil periodistas. Pero Donald Tust le ofreció 'mediación' y frenó sus intenciones. Puigdemont congeló el paso del Rubicón. Y como se vio en los días siguientes, ni mediación, ni media palabra, ni puñetas: Las instituciones europeas han tomado el pelo a los soberanistas. El independentismo catalán se resiste a creer que está solo,. Pero esta es la evidencia. No de otra forma puede comprenderse que Sànchez y Cuixart estén encerrados en Soto del Real.
Parece mentira que en la Plaça de Sant Jaume no hayan aprendido del pasado. En 1936 los republicanos españoles, con los catalanes en cabeza, pararon y resisitieron el golpe de Estado, que muy pronto tuvo el apoyo de Hitler y Mussolini. Barcelona abortó el golpe el 19 de julio y Madrid se sumó al día siguiente. Pero, ¡oh sorpresa!, las democracias europeas, comenzando por Francia y el Reino Unido, pusieron en marcha el Comité de No Intervención, dejando a la República en la estacada. Encima, los Estados Unidos vendían petróleo a Franco. Mandaban el pragmatismo y el dinero. Había un miedo atroz a Hitler, al que se intentaba calmar. Y los republicanos españoles, con un Madrid sitiado y una Catalunya convertida en la bombardeada retaguardia motor de la resistencia, les importaban un comino. Un miserable comino. Tiraditos los dejaron. Y punto.
Una década más tarde las democracias se alzaban vencedoras. La Alemania nazi y la Italia fascista habían sido aplastadas. Las democracias, en un gesto cara a la galería, retiraron sus embajadores de Madrid. Los exiliados republicanos se las prometían felices. Pero la alegría duro poco. A principios de los años cincuenta Franco firmó un pacto con los Estados Unidos de Eisenhower. Cedía bases a cambio del reconocimiento de su régimen. Y ahí se asentó el franquismo. Pocos años después la España de Franco fue admitida en la ONU. Tuvo de embajador designado por el Caudillo a Manuel Aznar, abuelo de José María Aznar.
El único padrinazgo europeo a un proceso democrático español aconteció con la Transición. Como en las ocasiones anteriores era una cuestión económica y de tablero geopolítico, no de sentimientos. Ni Washington, ni Londres ni el ya vigoroso Mercado Común querían desestabilizaciones ni líos en la Península Ibérica. Se calibró la necesidad de un cambio político controlado y la socialdemocracia alemana apadrinó al PSOE de Felipe González. Para Europa, la pieza ibérica del tablero debe seguir inamovible. Es un mercado interesante, con una oferta turística excelente y con un PIB notable. Lo demás es para ellos humo. La Generalitat, que tiene el único presidente de todo el continente fusilado en los trágicos años 30 y 40, ha creído ingenuamente durante lustros que podría convencer de su causa a los gobernantes europeos. Vana ilusión. Ahora empiezan a comprender que Catalunya es para ellos una cosa, no una causa.
El espejismo catalán viene determinado por el hundimiento del bloque del Este. Confundieron una lejana estrella fugaz con una luz. Comenzaron a albergar esperanzas a principios de los ochenta (cuando reinauguraban su Generalitat) al ver el apoyo occidental a la Polonia de Walessa. Luego se hundió el bloque del Este y el nacimiento de repúblicas como Eslovaquia, Eslovenia o Lituania. Poco a poco se omnubilaron. No comprendieron que Occidente se estaba repartiendo los despojos del antiguo bloque soviético por intereses económicos no por fe ciega en la democracia. Ahora los catalanes se dan cuenta, Comprenden que en la península Ibérica todo estaba 'atado y bien atado' desde hace muchas décadas.
Los indicios avanzan hacia la agonía del procés a base de acciones judiciales, fugas de empresas y quien sabe si ilegalización de los partidos independentistas. Aún habrá resistencia pacífica. Pero ya ven que ejercer de Ghandis dentro del euro de muy poco sirve sin apoyos exteriores. Están aislados, igual que en 1938 con el ejército de Franco cruzando el Ebro y esperándoles al norte, al otro lado de la frontera, los campos de concentración de Argelés sur Mer, que fue donde les metieron sus hermanos republicanos franceses.
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