El poeta turco Nazim Hikmet escribió en las paredes de su prisión una frase con sabor a consigna: “No digas nunca, la palabra nunca”. Nuestro gran escritor merideño Mariano Picón Salas, por el contrario, aseguró en 1958, sobre los escombros de la dictadura militar de Pérez Jiménez, que “nunca” más volvería a caer Venezuela bajo el horrendo dominio de una dictadura militar o de algún Salvador de la Patria. Esta vez la democracia –aseguró con la emoción del momento– llegó para quedarse. Al célebre ensayista no le alcanzó la vida para presenciar el cruel desmentido que nos reservaba el tiempo. Fallecido en 1965, no podía imaginar –él ni nadie– que en el primer año del nuevo milenio caeríamos en el oscuro infierno en que hoy nos encontramos.
Fuera del ámbito de la política, el indicado adverbio tampoco tuvo mejor fortuna. Buen lector como era, Mariano habrá sonreído ante la solemne promesa que se haría Conan Doyle de no escribir “más nunca” sobre Sherlock, cuyas asombrosas facultades deductivas le habían impedido dedicarse a una literatura menos lúdica y trivial. Intentó matarlo pero no pudo porque la indignación de sus seguidores fue descomunal, al punto que Doyle, contrito, se sintió forzado a resucitar al tenaz detective, gorra, pipa y lupa incluidas. Escribió entonces El perro de los Baskerville, relato del que al cabo se sintió especialmente satisfecho. Elemental, mister Watson…
Cuando oigo proclamar que los dictadores totalitarios no abandonan “nunca” el mando por vía electoral, me viene a la memoria lo desafortunado que ha sido en política (y en cine, y en literatura) el bendito vocablo, y evoco la mansa entrega del poder por parte de los líderes comunistas del este europeo a los demócratas que supieron quebrar el totalitarismo y vencerlos electoralmente. En América ha ocurrido algo similar: Pinochet frente a la Concertación, Ortega frente a Violeta Chamorro, Fujimori frente a Toledo. Pero puesto que los ejemplos no son más que ejemplos, sería cosa de detenerse en lo que está ocurriendo en la atormentada Venezuela. Por limitaciones de espacio no gastaré tiempo ahora en describir las dimensiones del fracaso chavo-madurista. Pido a los interesados en actualizar cifras, que le soliciten a Gustavo Coronel el trágico compendio que ha publicado en el portal La Patilla, documentado con los testimonios más serios y descarnados.
La política es una ciencia que, como tal, se vale de instrumentos propios: estadísticas, sondeos, mediciones económicas, sociales, electorales. Pero si nos quedamos ahí recaeremos en el positivismo de Comte y Marx con su pretensión de proporcionar destinos exactos a los avatares histórico-sociales. Lo que esperaban de la ciencia no se materializó por la sencilla razón de que además de ciencia, la política es un arte con espacios de creatividad, imaginación, aprovechamiento de las trampas del adversario para volverlas en su contra. Por obra de arte político, Jaruzelsky le entregó el mando a Walesa, y, en nuestra Región, que Rojas Pinilla aceptara renunciar en paz, que el dictador Odría entregara el poder y se mantuviera en el juego democrático, al punto de presentar su candidatura en 1962. O saltos de la dictadura a la democracia como los de Pinochet a Patricio Alwyn y de Ortega a Chamorro.
Es verdad que Maduro se perpetuaría si pudiera, pero sus columnas internas están minadas, y no solo por los demoledores testimonios reunidos en el compendio del acucioso venezolano que es Gustavo Coronel, sino porque se ha configurado con paciencia y sin gritos una colosal mayoría en Venezuela y una impresionante solidaridad internacional, frente a las cuales el régimen que ha creado pareciera encontrarse en estado comatoso.
No va la palabra “nunca”, con su inútil pretensión de meter todas las certezas en un saco desfondado. “Nunca”, “Siempre” no aplican al universo de la historia y la política, cuyas sanas imprecisiones incentivan la imaginación y la creatividad. Para dirigir movimientos con sentido del logro y no sacrificarlos al desahogo emocional, hay que partir de la relación favorable o no de las fuerzas en el momento decisivo. Ni un día antes, por prematuro; ni un día después, por negligente.
Sí, claro, hay la contabilidad de los cañones: armas de fuego, poderes empuñados y compra de conciencias. Es una parte de la verdad. La otra es la decisiva. Es la fuerza interna e internacional acumulada en el momento más oportuno, dejando al otro –si fuere posible– en la disyuntiva de atenerse a la Constitución o agravar los signos trágicos de su situación. Veinte países del Consejo Permanente de la OEA evidenciaron el grave aislamiento del gobierno venezolano. No planificaron invasiones pese a los clamores maduristas. Nadie descarta ese instrumento democrático que es la CDI, que probablemente sería automático si este año se burlan las elecciones regionales supervisadas. Recuérdese: la suspensión de un país es recurso en alzada.
El destino de Maduro está en sus manos. Al responder retadoramente menoscabando aún más la AN, pudiera entrar, motu propio, en el laberinto cretense, desestimando la opción de abrir el compás y dialogar lo dialogable: elecciones este año, presos políticos, respeto a la Asamblea Nacional. Las trampas ya no funcionan. La de la validación fortaleció a sus tenaces adversarios. ¿Quién le está aconsejando redoblar la mano en una partida que no puede ganar? ¿No hay quien lo encamine a las elecciones?
¡Hombre! salir del mando por sufragio popular es lo normal, permite gozar del gran abrigo constitucional y evita que los perseguidos de hoy –si lo intentaran, que no es el caso– se conviertan en los perseguidores de mañana. La turbamulta es poco recomendable para la salud
Analista político venezolano.
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