Víctor Cortecero, 28 de noviembre de 2015 a las 09:04
Ejecución islamista en Raqqa.
IS
Muchos nos acostamos la noche del viernes 22 de noviembre con un nudo borrascoso en la garganta. Cada cual es libre de expresar su dolor y su conmoción como pueda, pero al mismo tiempo, ya sabíamos que este nudo no se deshace fácilmente.
El nudo está ahí, a pocos kilómetros de nosotros. Esta tormenta prolongada ya había sido anunciada.
Anteriores rayos ya habían amenazado el verano de nuestra civilización europea. Una civilización que floreció hace ya algún tiempo y que nos ha permitido vivir la mejor época de bienestar y libertades de la Historia de la humanidad, nuestro gran verano.
La efímera y ocasional "primavera árabe" nunca tuvo un verdadero verano. Europa, tras el renacimiento, el humanismo, y la reforma religiosa, tuvo con la Ilustración el gran impulso de civilización, que se extendió también a otras zonas del planeta.
Los países "árabes", se han convertido en cambio, en un polo de regresión sin visos de solución para las próximas décadas.
Derribar a los dictadores de estos países, bien sea mediante una rebelión interna, o bien con ayuda exterior, ya se nos antoja como una ventana de oportunidad para los grupos terroristas islamistas, y parecemos conformarnos con el mantenimiento de dictadores y sátrapas "amigos" que sean capaces de controlar a los yihadistas. Se ha demostrado durante las últimas décadas el error que supone armar a una u otra facción en las guerras internas de estos países.
Estos conflictos terminan siendo el campo de pruebas de los yihadistas, redundan en un aumento de la radicalización, y las armas acaban en manos de grupos fundamentalistas.
Hay dictadores en países musulmanes, que por muy abominables que sean, no nos invitan a recomendar una intervención militar contra ellos si se dan cuatro requisitos básicos: proporcionar estabilidad sin conflictos armados en sus respectivos países; no financiar el fundamentalismo en el exterior, y ser en el interior, un muro de contención eficaz; cooperar con Europa en materia de inteligencia y seguridad; y comprometerse a no desarrollar armas de destrucción masiva en sus Estados.
Que no se cumplan, al menos en parte, estos requisitos, no ha de suponer una intervención militar, pero sería irresponsable no intervenir en otros casos.
Lo sería no hacerlo con Daesh, Al Qaeda u otros grupos similares. Esta amenaza del fundamentalismo islámico del siglo XXI sólo es comparable al nazismo y fascismo de los años 30 del pasado siglo, y requiere decisiones drásticas.
Facciones integristas que no sólo tiran homosexuales desde las azoteas mientras una masa enfervorecida aplaude, que no sólo secuestran niños para utilizarlos como armas de guerra, violan y esclavizan a las mujeres, o queman vivas a personas encerradas en jaulas.
No sólo son capaces de superar a los nazis en la crueldad de sus métodos, y tienen una común voluntad expansiva, sino que tienen al menos tres diferencias importantes respecto al nazismo:
Tienen capacidad para organizar y cometer atentados indiscriminados contra la población de otros países sirviéndose de medios que aquellos no tenían: internet, nuevas tecnologías, y nuevas armas de destrucción; tienen una insuperable voluntad de sacrificio autodestructivo: serían capaces de destruir el planeta entero si fuera necesario aunque eso supusiera su propio aniquilamiento.
Ya se encargaría Alá de juzgarnos a todos; y por último existe un gran número de grupos y células dispersas con una importante autonomía para seguir destruyéndonos aunque se descabezara a sus líderes.
También es necesario señalar que además de los territorios controlados por Daesh, y además de los terroristas que puedan actuar como lobos solitarios, hay otros muchos grupos fuertemente organizados por diversas zonas de África y Asia, con vínculos en muchos casos con Al-Qaeda -y vínculos crecientes con Daesh en algunos de ellos-, como su franquicia en Siria, Al-Nusra, que usa métodos totalitarios, y de gran crueldad, en los territorios que controla, aunque, sorprendentemente, a líderes como Obama les parezca que hemos de centrarnos únicamente en Daesh. Si la reacción de Bush ante las acciones de Al-Qaeda no fue acertada, la de Obama tampoco parece que lo sea.
Hace unos días, una cita falsa atribuida a Vladimir Putin se hizo viral. En ella se decía que perdonar a las terroristas era cosa de Dios, pero mandarlos con él era cosa suya.
Se convirtió en viral porque refleja perfectamente la impotencia de nuestra civilización secularizada, laica, y racionalista frente a un enemigo con el que resulta imposible cualquier tipo de razonamiento o diálogo, porque está cegado por una ideología religiosa que le empuja a exterminar a todas aquellas personas que sean "infieles" a su fe: cristianos, musulmanes disidentes, ateos, etc.
En cambio, la solución de "diálogo y empatía" propuesta por Carmena, que sí era verídica, se convirtió en un chiste viral.
Un envío de tropas europeas donde miles de nuestros jóvenes mueran no parece la solución más justa, aunque quizás en ciertas circunstancias muy específicas esta opción deberá ser sopesada.
Ante todo, se habrá de usar de forma creciente toda la tecnología de la que dispongamos para exterminar con determinación a estos grupos, para que esta guerra sea algo más corta, y nos evite sufrimientos aún más prolongados.
Acciones exteriores, que deberán ir unidas a un fortalecimiento de nuestra política de seguridad interior, a un reforzamiento de nuestras fronteras, la expulsión o encarcelamiento de quienes tengan vínculos con el yihadismo, el cierre de mezquitas donde se propague el fundamentalismo, y otras medidas que deberán ser afrontadas por líderes que estén a la altura de las circunstancias, que sean capaces de establecer prioridades en estos momentos críticos.
Manteniendo al mismo tiempo el sistema de libertades propio de nuestra civilización, la razón de esta batalla, en este verano que no lo pensemos imperecedero, que necesita un esfuerzo por su preservación.
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