No podía haber sido mejor la selección del orador invitado que la de Franklin Báez Brugal en la solemne ceremonia donde donde fueron reconocidos por la Asociación de Industrias de la República Dominicana los hermanos José Miguel y Roberto Bonetti por su destacada ejecutoria empresarial. Su discurso fue claro, preciso, contundente y valiente.
Después de tener palabras de reconocimiento para el gobierno que preside Danilo Medina por la prioridad que ha otorgado al propósito de lograr una educación de calidad, como línea maestra de su gestión, Báez Brugal, en lenguaje llano y crudo, abordó algunos de los principales males que aquejan a nuestra sociedad y mantienen conturbado el ánimo ciudadano.
El conocido empresario puso énfasis en el candente tema de la corrupción que ha sido una constante en el discurso empresarial durante los últimos tiempos. Sus palabras vinieron a resultar una continuidad de los fuertes señalamientos que en días recientes hiciera el también destacado empresario Manuel Tavares, presidente de la Cámara Americana de Comercio, en su almuerzo mensual, donde tuvo como oradora invitada a la Procuradora Laura Guerrero, a cargo de la oficina encargada de perseguir los actos de corrupción dentro de la Administración Pública.
Políticos que de la noche a la mañana se han enriquecido escandalosamente como por mañoso arte de magia; empresarios que aumentan sus fortunas practicando el contrabando y la evasión de impuestos y narcotraficantes que desarrollan impunemente sus actividades criminales figuraron en la sólida pieza condenatoria del orador que, a su juicio, se han convertido, por vía de impunidad, en el torcido arquetipo de imitación para muchos dominicanos ansiosos de disfrutar también de la riqueza por las vías más rápidas e inescrupulosas.
Báez Brugal se dolió de las debilidades institucionales y la fragilidad que caracteriza nuestro sistema judicial, advirtiendo que una Justicia quebradiza e influenciable, incapaz de aplicar la ley con rigor parejo, en vez de un desempeño transparente que resulte inmune a los privilegios sociales e influencia política ejercido por personas honestas, capaces y responsables es como un barco a la deriva.
Interrumpido frecuentemente por los aplausos del público, el discurso guardó para el final una vigorosa dosis de crítica contra el proceder de parte de la clase política y de los partidos que componen el sistema, afirmando que los últimos eventos ponen en entredicho el libre juego democrático y la opción de elegir y ser elegido y cuyo único propósito parece ser el de utilizar el poder para hacer un uso incontrolado de los recursos tanto públicos como privados.
Resumiendo: no fue el suyo un discurso oficioso, complaciente y evasivo, sino por el contrario una pieza de combate donde afloraron realidades que aún conocidas cobran mayor relevancia al haber sido aireadas en el escenario y momento que se produjeron. Ellas conforman una agenda de problemas cuya solución es de la más urgente prioridad en un esfuerzo conjunto donde debe primar la aplicación de principios éticos tanto en el accionar del gobierno y de la clase política como en el proceder del propio sector privado y del pleno de la sociedad si queremos poner freno a la corrupción, terminar con la impunidad, erradicar la pobreza y sacar el país adelante para beneficio de todos.
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