¿Podrían los reveses económicos provocar protestas de este grupo social a lo largo de América Latina?
ALEJANDRO TARRE La primera década del siglo XXI fue prodigiosa para América Latina. La pobreza se redujo casi por la mitad. Más de 60 millones ascendieron a la clase media. La desigualdad disminuyó y por primera vez los latinoamericanos que no son pobres superan en número a los que sí lo son. Nunca antes en la región la clase media había crecido tanto en tan poco tiempo.
Pero un dato de esta historia feliz no ha recibido suficiente atención. Entre las personas que han superado la pobreza no todas han alcanzado la clase media. Una parte habita esa zona gris resbaladiza que algunos académicos llaman el sector "vulnerable", conformado por las personas que salieron de la pobreza pero aún enfrentan un alto riesgo de caer otra vez en ella. Esta clase, que algunos agrupan con la clase media, es la más numerosa y sus miembros están literalmente a una enfermedad o una recesión de volver a ser pobres.
Que existan los vulnerables no quiere decir que la clase media ya esté vacunada contra la indigencia. Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo estima que el 14% de la clase media en 2003 cayó al menos una vez en la pobreza durante la siguiente década. Para los vulnerables el porcentaje asciende al 65%, también durante esa década de bonanza. Es decir: en los próximos años, que no serán tan prósperos, el riesgo podría ser mucho más alto para ambos grupos.
Los vulnerables no solo se diferencian de las clases más ricas en el ingreso. A diferencia del ciudadano promedio de clase media, los vulnerables no suelen tener título de bachiller. Las probabilidades de que se ganen la vida en el sector informal de la economía son mucho mayores. Entre 2003 y 2013 casi el 90% del aumento del empleo formal ocurrió entre los trabajadores de clase media.
Entre las personas que han superado la pobreza no todas han alcanzado la clase media. Una parte habita esa zona gris llamada "vulnerable"
La desaceleración china y el débil crecimiento económico global han golpeado a muchos países de América Latina. En los últimos años la región ha crecido a una tasa mucho menor a la de los mejores años del boom. Brasil, Argentina y Venezuela, que representan la mitad del PIB del continente, están en recesión o creciendo muy poco. Para 2015 el Fondo Monetario Internacional prevé una contracción económica regional, la primera desde la crisis económica mundial.
Esta situación, por supuesto, ya está afectando a los vulnerables y la clase media. La pobreza en Venezuela, por ejemplo, aumentó casi siete puntos entre 2012 y 2013. En Brasil la deuda promedio de los hogares es casi el 50% de la renta disponible, una situación asfixiante para las millones de personas que viven al día y cuyo ingreso ha disminuido por la recesión. Mauricio Prado, director ejecutivo de la empresa consultora Plano CDE, calcula que 35 millones de brasileños están bajo riesgo de caer en la pobreza.
Todo esto apunta a un incierto panorama político y social. Como en otras regiones emergentes, la bonanza acarreó una etapa de excesiva complacencia en América Latina. Muchos presidentes o partidos políticos han pasado períodos inusualmente largos en el poder. Pero este fenómeno, que se ha visto en países como Brasil, Argentina, Ecuador, Venezuela y Bolivia, pareciera estar llegando a su fin. El bajo o nulo crecimiento ha minado la popularidad de muchos presidentes. El cambio parece inevitable en países donde hasta hace poco lucía lejano e improbable.
¿Podrían los reveses sufridos por los vulnerables y la clase media provocar protestas a lo largo de la región? Es posible, pero nadie lo sabe. No hay un claro vínculo entre las protestas y los vaivenes de la clase media. Han estallado protestas en lugares donde la clase media crece rápidamente pero también donde crece muy lentamente; en países donde la clase media ha padecido amargos contratiempos y en países donde los retrocesos apenas se han sentido. Y los horizontes de tiempo son también imprevisibles. No hay manera de saber cuándo habrá protestas en un país donde la clase media crece o se contrae, independientemente de la velocidad con que esto ocurra.
Lo que sí sabemos con certeza es que todos los países se benefician a la larga del ensanchamiento de la clase media. Esta clase consume y ahorra más, gasta más en educación y salud, paga más impuestos, participa más en política, y ejerce más presión para mejorar los servicios públicos. También suele valorar más la democracia, los derechos de propiedad, las libertades individuales y el sistema de mercado. Y ayuda a cohesionar socialmente una sociedad, distendiendo las tensiones entre los pobres y la clase alta.
Sería una lástima que millones de personas, en vez de asentarse en la clase media o seguir ascendiendo hasta tocar sus puertas, no logren resistir los embates de poderosas fuerzas adversas que tienen poca capacidad de influir.
Alejandro Tarre es periodista venezolano. Twitter: @alejandrotarre
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