El 5 de octubre de 1965, en horas de la madrugada, el local y los talleres de la revista ¡Ahora! volaron en pedazos. Una potente carga de dinamita se encargó de que así fuera. Dos meses más tarde, todavía resonando el estruendo en los oídos del país, la publicación volvió a circular. Estaba hecha de un material indestructible. Estaba hecha de periodismo insumiso.
«Solo aspiramos a dar a conocer en las páginas de ¡Ahora! el pensamiento y los perfiles de hombres honrados. Solo deseamos ansiosamente desenmascarar a los enmascarados: aquellos que son un peligro nacional, aquellos que han venido destruyendo el sentimiento y los derechos humanos de nuestro pueblo, aquellos revestidos de un falso apostolado, aquellos falsos héroes, aquellos militares que deshonran su uniforme, aquellos que anteponen sus propios intereses a los de la Patria”, decía la Carta del Director.
Cincuenta años después, Rafael Molina Morillo, autor de esas líneas, sigue dando la batalla como si el tiempo no hubiera transcurrido. Ya no es el hombre brioso que apenas sobrepasaba la treintena cuando las escribió. Le escasea el pelo aunque el bigote continúa bien provisto, enmarcando una sonrisa que enternece. Su andar es lento, como el movimiento de sus manos. Habla también despacio y, a veces, su voz es inaudible. Pero sus ojos, esos sí, no parecen cansados de pasearse por el mundo y la vida. Tienen la misma mirada inquisitiva, penetrante, de la época en que, aun más joven que cuando la bomba, se embarcó junto al poeta y periodista Freddy Gatón Arce en la aventura de formar periodistas académicos en una Universidad Autónoma de Santo Domingo agitada por el huracán postrujillista.
Humano, Rafael Molina Morillo ha tenido altibajos que ha sabido sortear dignamente. Ni aún en sus peores circunstancias le ha faltado la coherencia, ese bien escaso. Para comprobarlo basta con comparar lo que dice en su Carta del Director con lo que, sereno y visionario, afirma en esta entrevista a la que accede en su despacho del periódico El Día.
Hace unos años, en un artículo sobre ética y periodismo, usted se preguntaba para qué sirve un periodista. Hagamos nuevamente la pregunta: ¿para qué sirve?
¿Para qué sirve un periodista? Eso equivale a preguntarse para qué sirve uno mismo. En realidad pienso que el periodista sirve para canalizar información, ideas, hacer sugerencias a la sociedad. Vigilar que las cosas públicas se hagan bien y que las privadas tengan un componente de moralidad y respeto. Para desenmascarar a los que indignan a la sociedad. Pero no sirve para imponer castigos ni solucionar problemas. Cuando se presentan situaciones difíciles, mucha gente dice: “la prensa no dice nada”, “la prensa no resuelve eso”, la prensa, la prensa... Pero la prensa no es la Policía ni los periodistas sus agentes.
Ese periodista al que se refiere parece no existir.
Hay muchas cosas que no existen y sin embargo son útiles porque son una meta a alcanzar, un lugar adonde quisiéramos llegar.
Usted posee parte de la memoria histórica del periodismo dominicano. A partir de 1961, ¿qué ha cambiado?
Quizá no ha habido tantos cambios, sino más bien una ausencia parcial de ese periodismo cercano a lo ideal. Pero no creo que ha desaparecido, ni vaya a desaparecer, el periodismo que todos queremos y que la sociedad necesita. Quizá sea cada vez más difícil, pero aparecerán siempre soldados de esa tropa.
Usted ha hablado de rebelarse contra lo mediocre, lo rutinario y lo indigno como un deber del periodista. ¿Prevalece esta rebeldía en el periodismo de hoy?
Lamentablemente no. Vemos cómo la corrupción, que es un mal que tanto denunciamos los periodistas y los órganos de prensa cuando ocurre y se manifiesta en las instituciones y en la sociedad en general, está también en gran medida incrustada en el oficio periodístico. Hay corrupción en los periodistas, en los ejecutivos, en los administradores. Está infiltrada en todas partes y hay que luchar contra eso.
¿Cómo salir a camino si, como usted viene de decir, en el negocio confluyen tantos sectores?
Quienes propugnan un periodismo ético deben constituirse en ejemplo para que quienes vienen surgiendo de las universidades, o de la misma práctica, sepan y vean lo importante que es ser honesto en el ejercicio profesional. Pero creo que, con el tiempo, serán cada vez los segmentos de la sociedad que se darán cuenta de cuál periodista es honesto, cuál le dice su verdad.
La cuestión se sitúa más allá del plano estrictamente moral. Hay una práctica concreta que es la de ejercer el periodismo no por vocación, sino como negocio.
Sí, es cierto. ¿Cómo se combate eso?...
Si es que hay forma de combatirlo.
...Con la conducta de cada uno. Es una lucha que no sé si tendrá un fin pero, si lo tiene, cualquiera de los bandos, vamos a decirlo así, puede salir ganancioso. ¿Qué quiere eso decir? Que tal vez llegue un momento de descalabro total. No es mi opinión que va a ocurrir, ni es mi deseo, pero lo veo como una posibilidad.
¿El descalabro?
Si, el descalabro. Y ahora mismo estamos más hacia el lado del descalabro que del lado del éxito de la ética y de la moral.
¿Qué factores confluyen para que el descalabro sea pronosticable?
Me voy a referir a un detalle que se aparta un poco del tema. Veo en la educación pública, no conozco tanto la privada, que de las asignaturas se han ido eliminando algunas que son conceptuales, como la educación doméstica y la educación cívica. En los diferentes grados de la escuela se van fijando en la mente del individuo conceptos que duran para toda la vida. Creo que la raíz de todo está en la educación y sobre todo en las cosas que se enseñan. Hay una degradación, se está retrocediendo.
¿Esas ausencias son extrapolables a las escuelas de Periodismo?
Te confieso que sé poco de las escuelas de Periodismo de ahora. Lo que conozco lo sé porque en alguna ocasión participé en el cuerpo de profesores de la Universidad Católica de Santo Domingo, pero por poco tiempo. Se daba el caso de que los alumnos no acudían y muchos profesores no acudían tampoco. Así que me desencanté y me separé de esa actividad.
Esa situación parece conducir a muchas derivas.
Las escuelas de Comunicación, que es como ahora se las llama, tienen una matrícula de estudiantes más interesados en la ramificación de la enseñanza, como presentación de televisión... muchas otras cosas que no se tratan del periodismo como uno lo concibe: como una profesión con una responsabilidad social y que no será solo un medio de subsistencia.
¿Cómo influyen estos déficits formativos en el ejercicio de la profesión?
Hay situaciones muy difíciles de entender. Por ejemplo, en nuestros días, con los avances tecnológicos que, sin duda alguna, son maravillosos, extraordinarios, útiles, hay que admitir al mismo tiempo que contribuyen a esa degradación, a la falta de cultura general de toda la sociedad, pero sobre todo de los estudiantes. Con las facilidades que brindan el internet y todos sus derivados, el copy-paste, el resolverlo todo con la ayuda del señor Google y todos esos instrumentos, se lee menos. ¿Para qué leer un libro si hay disponible un resumen que está a un teclado de distancia? ¿Si se puede resolver cualquier problema porque están todas las respuestas? Dicen que cualquier niño de siete u ocho años tiene acceso a miles de veces más conocimiento que el que tuvo Aristóteles. Y debe ser verdad, porque todo está ahí. Todo esto da lugar a vacíos en el conocimiento, en la ilustración; y en este paquete va incluido el aspecto ético, moral, en el que insisto tanto, porque este retroceso que observamos en el ejercicio periodístico tiene que ver con todos estos adelantos.
Debería ser lo contrario.
Es que las normas morales no se pueden transmitir como conocimiento, sino como vivencia. No me atrevo a proponer ningún tipo de solución porque no sé, no es mi especialidad, no sé cómo rescatar a la sociedad de este derrumbe. No solamente se cometen faltas, sino que se hace de manera desvergonzada, sin rubor ninguno.
Se dice que el chantaje de periodistas a diversos sectores es moneda corriente.
La única meta es ganar dinero. No, ganarlo no, obtener dinero. Porque ganarlo es cuando usted hace un esfuerzo lícito. No estoy opuesto a la riqueza, ojalá todos podamos ser cada vez más ricos, tener más comodidades y acceso a las cosas que nos agraden. Pero el asunto es que debemos hacerlo por medios honestos.
Cuando los periodistas se enfrentan a críticas similares argumentan que los medios no pagan lo suficiente para tener una vida digna. De ahí que “buscársela” se haya legitimado como estrategia.
Ese argumento desarma a cualquiera, porque es la verdad. La profesión periodística está muy mal pagada en el país. Si comparas lo que gana lícitamente un periodista en un medio de comunicación con lo que pagan otras actividades que no requieren ni remotamente la capacidad y la disposición del periodismo, hay que concluir que el periodista lo sigue siendo o porque le gusta mucho o porque pretende utilizar los medios que le da el ejercicio periodístico para sacar ventaja personal sin límite. Hay que tener mucha fortaleza ética para resistir las tentaciones. Pero lo cierto es que los salarios que pagan los medios a los periodistas no permiten vivir como Dios manda.
Entonces estamos frente a un círculo vicioso.
Es un círculo vicioso. Para mí es muy difícil de entender cómo con estos salarios pueden los periodistas seguir trabajando, a menos que no sea recurriendo a otros trabajos o a prácticas dolosas. No puedo juzgar a nadie por las cosas que tiene, pero hay algunos casos de periodistas que son realmente escandalosos, y que sin embargo estos siguen siendo atendidos, leídos y escuchados por la sociedad como si se tratara de fuentes dignas de crédito.
¿Cuáles son los daños más notorios que este periodismo hace a la sociedad dominicana?
En primer lugar, la costumbre hace hábito, y de tanto ver, escuchar y leer informaciones o situaciones inmorales, o mentirosas o falsas, termina la sociedad acomodándose. Y hasta aceptándolo y creyéndolo cuando es obvio que tiene que haber algo o mucho incorrecto en lo que se dice. La sociedad se acostumbra, se adormece o anestesia, y termina aceptando cualquier cosa que se invente, que se diga, que se tergiverse. Este es el principal daño que veo, porque todos nos vamos contagiando como si fuere una epidemia.
¿Cómo pueden las nuevas tecnologías ayudar a contrarrestar los efectos de este tipo de periodismo?
Hay avances y hay retrocesos. Es una batalla, una lucha sorda la que se libra en ese sentido. Pero creo que, sumando y restando, estamos perdiendo la batalla, tengo que admitirlo. Pienso más que nada en el medio en que me desenvuelvo, que es la prensa escrita. Estoy convencido de que cada vez tenemos menos crédito, quizá más desarrollo tecnológico pero menos contenido respetable y útil para contribuir a una sociedad más sana, a una sociedad más responsable.
¿Pierde la democracia?
La democracia se va convirtiendo en otra cosa. Sigue con el nombre de democracia sin serlo.
Cuando se leen, escuchan o visionan los medios parece haber un solo discurso.
Estamos mejor informados, tenemos acceso a más información, más variada, más confrontada. Tenemos más elementos para sacar nuestras propias conclusiones, pero pasa que todo ese flujo, ese torrente de información a nuestra disposición, a la hora de ponerse en práctica, nos encontramos con que los actores, los personajes, tienen un vacío. Es como si tuviéramos dentro un compartimento donde se alojan lo moral y lo ético, y este estuviera vacío en la mayoría de las personas. Y contra eso... no sé cuál es la fórmula, la solución. Por eso lo veo casi como un espectador del descalabro.
Es una visión pesimista.
No, no soy pesimista, siempre creo que hay una posibilidad. Por eso no me he ocupado de cambiar de actividad ni de oficio principal. Una vez lo intenté porque pensaba que ya había terminado, pero volví a caer, no en la trampa, sino en esta actividad en la que creo que todavía se puede hacer algo. Es una situación de desilusión, de desencanto, de temor, pero no de pesimismo.
¿Siente nostalgia del periodismo que ejerció en otra época?
No es esa mi situación. Tengo muchos años de ejercicio y una parte de ellos corresponden a la dictadura de Trujillo. No puedo tener remembranzas de esa época. Pero haber trabajado ese periodismo me pone en la condición de apreciar la falta de libertad, la falta de iniciativa para hacer cosas, o de denunciar cosas o aplaudir cosas. Posteriormente he vivido en tiempos de libertad, en tiempos de conveniencias... en fin. El periodismo en la República Dominicana ha tenido muchos vaivenes, la mayoría desfavorables, sea porque ha tenido limitaciones que vienen de lo externo o limitaciones internas. O limitaciones individuales.
Profesor, ¿cuál es entonces el balance?
Lo pensaba antes de que lo preguntaras. El balance es una mezcla, pero con más de negativo. No cabe duda de que el periodismo contribuyó mucho a algunas conquistas en la República Dominicana y que su papel debe serle reconocido. Esa corrupción de la que hablamos es ostensible, y clara y diáfana en algunos casos especiales, pero calladamente y en menor medida, también subyace a las cosas cotidianas. No nos damos cuenta, pero con frecuencia hay un interés oculto, particular, que no es lo que se le está diciendo al lector, o al televidente o al radioyente. Hay algo debajo, hay algo que está movido por el interés de alguien, que casi siempre se resuelve con dinero o con situaciones que producen dinero.
De todos modos, la conducta de los periodistas se da en un contexto donde hay alguien que paga.
Es así. A mí me molesta mucho, por ejemplo, que cuando se discute un proyecto entre varios socios y se están repartiendo responsabilidades, uno de ellos dice: “A los periodistas déjenmelos a mí, que eso yo sé cómo lo manejo”, dando a entender, naturalmente, que conoce el precio de cada uno. Hay que insistir en que no hablamos de que todos los periodistas padezcan del mismo defecto, sino de que al parecer está sabido de antemano que eso se resuelve siempre.
Pese a todo, ¿usted volvería a ser periodista?
Cuando tenía seis o siete años, como todos los niños yo quería ser Superman o Batman, o cualquiera de esos superhéroes, que ya ni eso aparece en los periódicos. Después quise ser abogado. Estudié Derecho pero nunca ejercí la profesión como tal. Por una circunstancia muy singular, alguien me “descubrió”, como se “descubren” los artistas de hoy, y me puso a trabajar en un periódico. Me gustó y ahí me he quedado. Pero si tuviera ahora que volver a pensarlo, estoy seguro de que no elegiría ser ninguno de esos superhéroes, sino que desde el principio diría que quiero ser periodista.
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