La democracia es el mejor sistema político que ha conocido la humanidad. Implica el reconocimiento de los derechos civiles y políticos, el principio de la igualdad, la libertad y la soberanía popular como pilares, y la separación de los poderes como forma de controlar el poder para evitar arbitrariedades y abusos.
La democracia moderna fue una respuesta al absolutismo monárquico de los siglos XVII y XVIII, que con su omnipotencia y omnipresencia hacía invisible a quien no fuera del clero, la nobleza o tuviera linaje real.
La democracia es la lucha del individuo por defender su dignidad, su condición humana y la afirmación de unos derechos intrínsecos inalienables, imprescriptibles e innegociables.
La democracia es la lucha del individuo por defender su dignidad, su condición humana y la afirmación de unos derechos intrínsecos inalienables, imprescriptibles e innegociables.
La democracia fue y seguirá siendo el régimen más conforme al bienestar social. Lo es cuando cumple su misión de ser el gobierno del pueblo. Para que exista una democracia real los ciudadanos responsables debemos cuidar que esta no se convierta en una “demodesgracia”.
Platón propuso el gobierno de los sabios filósofos como crítica a la democracia griega que cometió la barbaridad de darle muerte a Sócrates, uno de los hombres más honorables y éticos de su tiempo.
El veneno de la cicuta que bebió el gran maestro de ayer y de hoy fue la injusticia y la desgracia en la cual se convierte una democracia cuando es fruto de la manipulación y la demagogia.
“Demodesgracia” es lo que vive una sociedad en la que en el juego político se permite la calumnia y la difamación y se dañan reputaciones bajo el principio de “difama que algo queda”.
“Demodesgracia” es lo que impera cuando la justicia se alía con la delincuencia poniendo en juego la seguridad ciudadana y la paz social. Ya lo decía Hesíodo 700 años antes de Cristo.
La “demodesgracia” reproduce desesperanza y apatía frente a lo público.
Fortalecer la democracia es rescatar la confianza en las instituciones y dar voz al pueblo. Construir desde esa voz, porque, como ya lo gritaron los griegos, los romanos, los antiguos y los modernos: vox populi, vox Dei, la voz del pueblo es la voz de Dios.
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