30 de noviembre de 2015 - 8:00 am -
Por último, Balaguer aprovechó la polémica para enrostrar a Rafael F. Bonnelly haber sido la persona que más daño le había hecho en su vida, “la que me ha hecho las mayores ofensas, la que me ha atribuido actos más ruines, y la que con mayor saña se ha referido siempre a mi labor como gobernante y como hombre público”.
16 de agosto de 1978; concluía el despótico período de “los 12 años de Balaguer” y se abría la esperanza de un régimen democrático que superara el trujillismo, el trauma de la revolución de Abril y el totalitarismo representando en quien había gobernado con saña y su Partido Reformista; pero la maña, los intereses acumulados en tantos años de gobierno y el control del aparato político que organizó el certamen electoral se resistió temprano a la apertura anhelada.
Electo el 1 de junio de 1966, el gobierno del doctor Joaquín Balaguer era fruto de unas elecciones fraudulentas, organizadas por los Estados Unidos y la Organización de Estados Americanos con el país ocupado por tropas extranjeras y en un ambiente político de intolerancia que impidió al profesor Juan Bosch, aspirante a la presidencia por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), salir a las calles a promover su candidatura.
El autoritarismo con sabor a dictadura se implantó de inmediato, el 1 de julio de 1966, en medio de un charco de sangre, la represión política, las deportaciones de los opositores, los impedimentos de entradas a dominicanos considerados peligrosos, las desapariciones, los incontrolables, los presos políticos, el crimen a mansalva, en fin….el terror y el miedo.
Doce largos años que parecieron infinitos, prolongados a través de escaramuzas electorales bautizadas de “reelección”, con las banderolas coloradas del Partido Reformista en las puntas de los fusiles militares: 1970 y 1974. Y en cada coyuntura la incertidumbre del fraude electoral dirigido y aplicado desde las alturas del gobierno, que sin miramientos festejaba como los más limpios procesos democráticos. Pero en 1978, la estrategia resultó desbordada por la necesidad de cambios y una nueva coyuntura política internacional que situó a los Estados Unidos en una posición liberal. El Partido Revolucionario Dominicano decidió desafiar al Partido Reformista obviando las presiones y amenazas militares y José Francisco Peña Gómez, líder de aquel partido, decidió enfrentar el continuismo apoyado en la candidatura del rico hacendado cibaeño Antonio Guzmán Fernández.
El escenario político no era propicio para Balaguer y el pueblo acudió a las urnas dispuesto a poner fin al continuismo. Aquella noche del 16 de mayo de 1978 los dominicanos festejaban jubilosos el aplastante triunfo del PRD; pero derrotado Balaguer por los votos, la amenaza se convirtió en acción y los militares asaltaron y tomaron el control de la Junta Central Electoral deteniendo el conteo de las votaciones. La actuación inconstitucional se abrió a la confrontación, las protestas y a las presiones internacionales para que el presidente respetara lo que se popularizó como “la voluntad popular”.
Desde aquella madrugada de mayo hasta el 6 de julio el gobierno reformista resistió los reclamos de la población y de las instituciones económicas, políticas y sociales más representativas del país en un vano intento para consolidar su decisión de no querer abandonar el poder y facilitar la proclamación de Antonio Guzmán como nuevo presidente de los dominicanos. En su afán desmedido, Balaguer justificó con palabras la actitud asumida: sorpresivamente acusó al PRD de haber preparado un fraude, producir la dislocación de los electores y traer desde el exterior un especialista, técnico en informática, para quitarle el triunfo al Partido Reformista. Con ignorancia fingida, se excusó diciendo que los militares, la noche del 16 de mayo, actuaron sin su consentimiento.
Fue en ese ambiente político que el doctor Rafael Filiberto Bonnelly envió una carta al presidente Joaquín Balaguer, aparecida en el vespertino El Nacional del 18 de mayo, abriendo una interesante polémica que se retrotrajo al inicio y final de la dictadura, abordando los acontecimientos posteriores a la salida del país de la familia Trujillo y tocando momentos estelares de la historia contemporánea. En el debate también participó el general Pedro Rafael R. Rodríguez Echavarría, el militar de más importancia política en los días de la transición.
El debate, que pareció de interés por la situación política que se estaba viviendo, resultó aclaratorio de coyunturas y situaciones en las que ellos fueron protagonistas de primer orden: el golpe de Estado contra el general Horacio Vásquez, la formación del Consejo de Estado posterior a la muerte de Trujillo y la rebelión militar que puso fin a la presencia de los Trujillo en Republica Dominicana en noviembre de 1961.
Es en ese contexto que aparece la carta de Rafael Bonnelly reclamando al presidente Balaguer la solución al problema provocado por oficiales de las Fuerzas Armadas la noche del 16 de mayo: “Hay un hecho patente, Señor Presidente, que no puede cuestionarle ni remitirse a dudas. La nación entera y la opinión pública internacional han testimoniado, en términos diáfanos y transparentes, que en medio del conteo de los votos, este conteo fue brusca y violentamente interrumpido por una incursión de miembros de las Fuerzas Armadas”. (….). Urge la solución. Y la solución está en sus manos como máximo ejecutivo de la nación y a titulo de Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas del país”.
Para luego apuntalar, recurriendo a sus vínculos juveniles y cómplices esfuerzos políticos de supuestos intereses democráticos, detalles desconocidos para la generalidad de los dominicanos: “No quisiera que se olvidara que juntos, en la época de nuestra juventud, en la década del veinte y después, en los tiempos en que de común acuerdo disipábamos las ultimas tinieblas de la autocracia, en 1961, conjugamos esfuerzos para sentar las bases de un régimen democrático y humano en nuestro país”.
Balaguer guardó silencio ante la crítica de quien había sido amigo y condiscípulo cuando residían en Santiago de los Caballeros, mientras el doctor Peña Gómez daba a conocer los planes conspirativos del gobierno para desconocer los resultados electorales que favorecían su partido. El 2 de julio se rumoraba de un proyecto de ley de anulación de las elecciones, que iba a ser presentado por el doctor Juan Demóstenes Cotes Morales. Esto llevó a Monseñor Roque Adames a advertir que de continuar la situación podría provocar en el país una situación de caos. También el embajador de los Estados Unidos alertó sobre el particular y sugirió que el pueblo dominicano confiaba en la democracia, mientras el PRD se preparaba para defender su triunfo convocando a una huelga general.
En la estrategia de permanecer en el poder o quedarse con una parte importante de él, Joaquín Balaguer insistía en la teoría del fraude, haciendo que la JCE trajera desde Chile a varios especialistas para realizar una investigación al vapor y demostrar la certeza de su denuncia, de que las elecciones estaban viciadas “de graves irregularidades”. Fue así como el 7 de julio la Junta dio a conocer el complaciente “fallo histórico” con el que despojó al PRD de cuatro senadurías, para ser otorgadas al partido de gobierno: “La Junta asignó al Reformista los votos de las personas que se abstuvieron de concurrir a las urnas en esas localidades, ignorando al PRD”. Una decisión a todas luces abusiva e inconstitucional.
La decisión de la JCE profundizó las tensiones y el lunes 10 de julio Rafael F. Bonnelly instó a que se apelara el fallo de la JCE y se llevara el caso a la Suprema Corte de Justicia; además de exhortar al presidente Balaguer a ejercer su decisiva “e inapelable influencia a fin de que los senadores indebidamente favorecidos de su agrupación política, renuncien, por estimación de sí mismos, a ejercer una función que les fue usurpada a otros”. El día 13, en un discurso por radio y televisión, Balaguer respaldo el “fallo histórico”:
“Durante las seis semanas largas que ha durado la crisis desencadenada por la medida inconsulta de la jerarquía militar que dispuso la interrupción del conteo de los votos en la madrugada del 17 de mayo, los miembros de la Junta Central Electoral han actuado bajo presiones que se podrían, en estricta justicia, tildarse de excesivas (….). Esa sentencia ha sido acerbamente criticada por nuestros juristas políticos, entre los cuales hay algunos que son profesores de esta clase de intríngulis, quienes han calificado esa decisión de la Junta Central Electoral como inconstitucional”.
Visiblemente afectado por las expresiones de Balaguer, en el sentido de que entre los que rechazaban el fallo había “algunos que son profesores de esta clase de intríngulis”, además de golpistas, Rafael F. Bonnelly reaccionó acusando al mandatario de colocarse en la ilegalidad, lo que hizo en carta publicada por El Nacional el sábado 15 de Julio, bajo el titulo “¿Hemos sido usted y yo alguna vez golpistas?”
Don Fello Bonnelly procedió a detallar cronológicamente algunas de las coyunturas políticas en que juntos participaron en más de una ocasión, entre ellas la intervención en el golpe de Estado de 1930 contra el general Horacio Vásquez:
“En la finca del Lic. Estrella Ureña, ubicada en Hoyo de Lima, aledaña a la ciudad de Santiago, se comenzaron a esbozar y formular los planes de la conjura. Allí nos reunimos, a la luz de una mañana del mes de enero de 1930, Estrella Ureña, Jafet Hernández, Gustavo Estrella Ureña, Juan Bautista Perozo, Alexis Liz, Pablo M. Paulino, usted y quien esto escribe. En aquel apartado y silencioso sitio se redactó la proclama que debía firmar, y posteriormente firmó, Estrella Ureña, como jefe de dicho movimiento. Su pluma, siempre sabia y profunda, Señor Presidente, redactó ese impresionante documento, cifrando en su estilo el pensamiento de sus compañeros y el suyo propio. (…). Como usted puede recordar, pues, dada su siempre viva memoria, ambos fuimos golpistas el 23 de febrero de 1930”.
Relativo al golpe de Estado que puso fin a la presencia en el país de la familia Trujillo, en noviembre de 1961, Bonnelly recordó un portaviones norteamericano que evitó el éxito de lo planificado por los Trujillo: esto “movió al General Pedro Rafael Ramón Rodríguez Echavarría a iniciar un movimiento militar encaminado a desterrar a los Trujillo del país. (…). Es de público conocimiento que participé, en unión del Doctor Ramón Tapia Espinal en aquel que insisto en calificar de contragolpe”, para afianzar el gobierno de Balaguer.
El 16 de enero de 1962, dijo el abogado, “se recurrió a la creación de un Consejo de Estado, que patrociné yo, y que usted aceptó sin reservas. (…). Infortunadamente este nuevo gobierno colegiado duró breves días en sus funciones: un golpe de Estado lo derrocó”, y fue “usted el principal, el corifeo del golpe. En esa circunstancia quien se distinguió como golpista fue usted, Doctor Balaguer”.
El jurista de Santiago de los Caballeros recordó el incidente del parque Independencia, cuando por orden de Balaguer las Fuerzas Armadas envió a esa plaza nueve tanques de guerra para acallar las consignas que desde el local de la Unión Cívica Nacional se lanzaban contra el gobierno, “la primera vez en la historia del mundo que un Jefe de Estado se da un golpe de Estado a sí mismo y que luego, con el mayor desenfado, juramenta a su sucesor”.
También Bonnelly tocó la revuelta cívico-militar contra Juan Bosch en 1963, en la que según él no “tomó parte en esa desatinada aventura”, ni redactó el manifiesto del levantamiento, aclarando que era de “común conocimiento que fue escrito por la sabia pluma de Max Henríquez Ureña y de otros intelectuales que lo acompañaron en ese trabajo”.
La respuesta del presidente Balaguer a las imputaciones de Rafael Bonnelly no se hizo esperar. El periódico El Nacional del 17 de julio trajo una larga carta en la que, de entrada, el presidente se burlaba del condiscípulo, señalándolo como un intelectual al servicio de Trujillo. En largos párrafos cargados de ironía, el político de Navarrete mostró sorpresa “ante los progreso que ha hecho usted como escritor. Contrasta visiblemente la literatura de los discursos que pronunció como orador favorito de Trujillo”; insinuando que sus escritos eran de la pluma del padre Oscar Robles Toledano: “Desgraciadamente, para los buenos catadores literarios, el estilo denuncia siempre al hombre. No se necesita ser demasiado sagaz para saber que usted pone en sus cartas y en sus documentos el odio y la pasión, y que otra pluma doctísima, muy admirada en todos nuestros ambientes culturales, pone todo lo demás”.
Como si quisiera alejarse de su pasado al lado del dictador, Balaguer trata de establecer una diferencia política con Bonnelly, planteando que este era trujillista mientras que él siempre se mantuvo fiel a Rafael Estrella Ureña, “el más grande de los oradores dominicanos de todas las épocas. (…). Ninguno tuvo, a mi juicio, la emotividad arrebatadora ni el verbo encendido de Rafael Estrella Ureña, cuya figura creció hasta alcanzar la estatura de un Mirabeau, en los tiempos de la ocupación de nuestro territorio por la Infantería de Marina norteamericana (…); el más grande y el más vibrante de los dominicanos a quienes Dios ha concedido el don de la palabra alada”.
Refiriéndose a los hijos y hermanos de Trujillo, Balaguer negó las intenciones golpistas de aquellos, debido a que “vivían aterrorizados”; señalando que el portaviones a que hizo referencia su detractor, estaba allí para respaldar su gestión y “convencer a los Trujillo de que abandonaran el territorio dominicano”. En cuanto a los sucesos en que participó el general Pedro Rafael Ramón Rodríguez Echavarría, observó que la acción del general no contó “en ningún momento con mi aprobación” y que fue Bonnelly uno de los responsables de “ese contragolpe”.
Por otro lado, el mandatario asumió la responsabilidad de los hechos del 16 de enero de 1962, tratando de justificar la sangrienta represión de que fueron víctimas los manifestantes. Es aquí su versión: unas “poderosa bocina cuyas transmisiones invadían el Palacio Nacional con insultos y denuestos contra el que era hasta ese momento titular legítimo de la Presidencia de la República. Miembros de la Policía Nacional, bajo la dirección del Coronel Luis Arzeno Colón, trataron en vano durante toda la mañana de ese día, de hacer que se bajara la bocina del sitio en que había sido instalada. (…). En vista de que esos esfuerzos no tuvieron éxito, llamé personalmente al General Rodríguez Echavarría, quien se hallaba en la Base Aérea de San Isidro, y le recomendé que enviara un grupo de militares adecuados para que se pusiera fin a esa situación enojosa. (…). Un grupo de esos manifestantes se trasladó a la humilde casa que ocupaba a la sazón una de mis hermanas en la calle Estrelleta y la roceó de gasolina para incendiarla. Fue preciso la intervención de miembros de mi Cuerpo de Ayudantes Militares para impedir que se consumara ese desafuero”. (…). La consecuencia de la explosión popular que siguió a ese hecho, sirvió de base al designio del General Rodríguez Echavarría de asumir personalmente el control del país, mediante una Junta Cívico Militar”.
Por último, Balaguer aprovechó la polémica para enrostrar a Rafael F. Bonnelly haber sido la persona que más daño le había hecho en su vida, “la que me ha hecho las mayores ofensas, la que me ha atribuido actos más ruines, y la que con mayor saña se ha referido siempre a mi labor como gobernante y como hombre público”.
Como en el debate surgió el nombre Pedro Ramón Rodríguez Echavarría y se tocaron detalles de su participación en la transición posterior a la muerte de Trujillo, este general escribió el 20 de julio en el periódico citado, solidarizándose con el doctor Rafael F. Bonnelly, precisando que las iniciativas de los Trujillo estaban combinadas con oficiales de la Base Aérea de San Isidro, con “el lúgubre designio de desencadenar una represión sangrienta contra toda la oposición”.
Como se puede leer en los textos que circularon de aquella interesante polémica de 1978, preludio del final de los doce años, la voluntad popular fue irrespetada por el mandatario y el PRD perjudicado por la manipulación y control de la Junta Central Electoral que legalizó el despojo de sus senadores; pero la historia, siempre ávida de la verdad, se nutrió del desbordamiento de las pasiones y los rencores reprimidos en el alma de quienes habían sido amigos en tiempos juveniles, para que los dominicanos conociéramos de sus propias plumas, las responsabilidades tenidas en aquellos acontecimientos.
(Para este artículo, parte de la serie “Crónicas de los doce años”, se utilizaron los siguientes textos: “Bonnelly acusa Balaguer colocarse en ilegalidad”, El Nacional, 15 de julio 1978; “JB acusa Bonnelly “impregnar” cartas con “odio y pasión”, El Nacional, 17 de julio 1978; “Bonnelly contesta a Balaguer”, El Nacional, 18 de julio 1978, y “Echavarría refuta conceptos Balaguer”, El Nacional, 20 de julio 1978).