Aunque al hablar de delincuencia el imaginario colectivo dominicano sólo piensa en la delincuencia común, el crimen de cuello blanco existe.
El sociólogo norteamericano Edwin H. Sutherland es el autor del concepto y lo refiere para casos de declaración falsa de mercancías, desfalcos, malversación y desviación de fondos, fraudes fiscales, corrupción para conseguir contratos y leyes favorables, entre otros.
Ciertamente, antes de su uso en diciembre de 1939, se creía que el mundo criminal sólo era habitado por ciudadanos empobrecidos.
Hoy en día, cuando en contextos como el dominicano todavía existen prejuicios y sesgos de que la delincuencia sólo se encumbra donde hay pobreza, es preciso reivindicar cada vez más los términos de delincuencia política y delincuencia empresarial.
Y es que la delincuencia común es molesta. Pero su incidencia no será reducida si además de combatir esta modalidad del crimen, de la cual no hay que hacer una apología sino atacar sus causas, no se combate también la delincuencia de cuello blanco, esa cuyas repercusiones, al ser masivas, hacen más daño e inciden más que la común.
En Estados Unidos, por ejemplo, el escritor y profesor de sociología y leyes John Hagan, advierte en su libro Who are the criminals? que la politización de la delincuencia en el siglo XX transformó y distorsionó la formulación de las políticas contra el crimen y condujo a los estadounidenses a temer demasiado a la delincuencia callejera y muy poco al crimen corporativo.
En República Dominicana pasa igual. En estos momentos reina el pánico y nos alarmamos ante los constantes hechos de delincuencia común, pero todavía tenemos altos niveles de tolerancia ante la delincuencia política, que vivimos respaldando mediante el voto, y ante la delincuencia empresarial, que apoyamos mediante el consumo.
Como resultado de esa politización de la delincuencia, desde el mismo Estado se promueven penas duras para los delincuentes comunes e impunidad para los de cuello blanco. En un caso mano dura, en el otro guantes de seda.
De ahí que además de atacar las causas estructurales de la delincuencia, sea necesario romper el crimen de impunidad y consideración hacia un tipo de delincuente. Hay que acabar con los privilegios que les dan garantía y los incita a delinquir más.
Parafraseando a Duarte: mientras no se escarmiente a todos los delincuentes como se debe, los dominicanos seremos siempre víctimas de sus maquinaciones y delitos.
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