A las pocas semanas llamé para visitarlo, cuando llegué estaba en una llamada internacional y me mandó a decir con su secretaria: “Dile a Viñals que no se vaya que en cuanto termine lo recibo”.
A los pocos minutos me mandó a pasar y aunque estaba sentado en su escritorio, se paró y salió a saludarme. Iniciamos una interesante conversación cuando yo le pregunté: ¿Don Amadeo y como pasó usted los días cuando Trujillo lo trancó en la Fortaleza Ozama? Don Amadeo abrió los ojos con una mirada brillante y me dijo: “Muchacho, y como tú sabes eso?”, bueno, me gusta la historia y lo leí. “Fueron 21 días. ¿Viste el señor en la entrada, el Encargado de Cobros?, ese me salvó la vida. Tenía varios días sin beber y él me dio agua, era cabo, él se jugó la vida por mí”.
En otra visita me preguntó: “¿Viñals y qué más tú haces además del trabajo en la Embajada?”, bueno estudio y tengo un pequeño negocio con mi madre, pero me falta un horno para crecer. – le dije- ¿Y cuánto cuesta el horno? – cinco mil pesos
Don Amadeo. Me miró fijo a la cara y me dijo: “Ve a la Financiera de Los Álvarez a Arroyo Hondo, dile que me llamen”; cinco mil pesos en ese entonces era una suma de consideración.
Salí de la Santo Domingo Motors como un bólido hacia Arroyo Hondo. Cuando llegué solicité un préstamo por cinco mil pesos y el Gerente (creo que un señor ecuatoriano) me preguntó: “¿Quién es su garante? – Don Amadeo Barletta le dije, el señor aguantó la risa, pero un hijo de los dueños no pudo y explotó. ¿Quién? – “Don Amadeo”, él dijo que lo llamen. A los cinco minutos el Gerente me trajo un pagaré... firme ahí: “Bueno y válido por ... en letras y número. Aquí está el cheque.
Ese fue el inicio de un importante negocio que duró muchos años.
Seguí visitando a Don Amadeo y me mostró cosas increíbles de su vida que irán conmigo a la tumba. Nunca supe el por qué me tuvo tanta confianza, parece que su psicología era muy profunda y conocía a las personas rápidamente.
Un día me informaron que le había dado un infarto y estaba en el Instituto de Cardiología en Gascue. Lo visité en el segundo piso y tenía un letrero en su habitación: “prohibida terminantemente las visitas”. Abrí lentamente la puerta y la enfermera preguntó: quién es, Frank Viñals, respondí: Don Amadeo yacía en la cama con oxigeno y le hizo señas a la enfermera para que me dejara pasar. Le agarré la mano y me dijo: “Gracias Viñals”. Al otro día murió.
Hoy deseo decirle a Don Amadeo, ¡Gracias por su amistad y su ayuda!.
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