Juan Tomás Olivero
Filósofo egresado de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Profesor Adjunto de las Escuelas: Comunicación Social, Teoría y Gestión Educativa y, Adscrito en la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Maestrías: en Enseñanza Superior UASD 1990) y en Sociedad Democrática, Estado y Derecho (UASD-UPV País Vasco 2009).Ex Director Coordinador General de Recintos, Centros y Extensiones (UASD 2008). Ex Coordinador Académico y Director de Extensión Cultural, Universidad Mundial Dominicana (UMD- 1986 Barahona). Ex Director Radio Enriquillo (interino1983) y Ex presidente Asociación de Periodistas Profesionales (APP-1999) . Soy de Barahona, del sur, República Dominicana.
Se ha hecho cultura y formación lamentable de una mentalidad policial perniciosa, la creencia de que la vida o la muerte, es una decisión que el agente policial en situación de riesgo y enfrentamiento puede libérrimamente determinar.
En una de nuestras publicaciones, entre la que se cuentan más de 50, sobre el tema de la policía, de manera particular, retomo planteamientos de la realizada en el periódico Hoy en fecha 21/06/2006. Cuestionábamos entonces, que la reforma policial de aquella época, se centrara en dotar de tecnologías, armas y movilidad motorizada a la policía dominicana. Calificábamos con preocupación, que esto, en vez de mejorar la calidad y pertinencia de su despeño, les haría más daños.
Esta concepción de reforma simplona y equivocada, alrededor de la cual hemos estado girando por décadas, razonábamos en el citado artículo; haría más eficiente la policía en una conducta aprendida y anidada por más de medio siglo en su seno, motorizada la misma por: grupos, bandas y estructuras criminales al servicio de las peores causas y de todo tipo de delitos.
La degradación institutucional, tanto en lo humano, lo moral y social de la policía, es un mal de origen. La intervención norteamericana de 1916 por un lado y la necesidad de perpetuidad de Trujillo, de 1930 a 1961, por el otro, nos legaron una policía represiva, concebida para el Terror político y; no, para lo que la sociedad moderna tanto en Londres Inglaterra 1663 como en Canadá y América en 1830, en su surgimiento concibieron, esto es: como herramienta social de vigilancia profesional, cuidado y seguridad de la ciudad.
De igual manera, no podemos obviar la instrumentalización de la policía hecha por parte del presidente Joaquín Balaguer, que llegó a su punto más alto al matizarse por la pugna auspiciada por el propio Balaguer, entre los Generales Neyt Rafael Nivar Seijas y Enrique Pérez y Pérez; para lograr, el presidente Balaguer con ello, durante 22 años (1966-78 y 1986-96) efectos iguales a los legados con el tipo de policía organizada por la intervención norteamericana y la tiranía de Trujillo, o, de peores consecuencias para la paz y la seguridad ciudadana. Esta es la causa motora y eficiente y, no otra, para tener lo que tenemos penosamente hoy, el monstruo “incontrolable” que nos azota, como el mismo Balaguer le llamó.
En otros de mis trabajos, en este caso, en esta misma columna, abordé el 15/12/2011, el tema: Hacia una teología de la fraternidad humana y el comportamiento policial, de esta publicación quiero citar un fragmento que recoge el núcleo reflexivo del trabajo traído a esta nueva reflexión: “El razonamiento filosófico, sociológico, antropológico y sicoanalítico, parecen no ser suficientes para explicar y recriminar, que la forma de actuar y operar, los métodos y las técnicas policiales de segar la vida y creerse con la autoridad para ello, son inaceptables en el marco de una comunidad cristiana y civilizada”. Continúo citando:
“Creerse dioses que pueden disponer del don sagrado de la vida y limitar su esencia y libertad; es una mentalidad atea y diabólica de quienes así piensan, propia de la barbarie y de un espíritu atribulado por Satán, con la que se destruye la fraternidad humana y la convivencia cristiana…..Todo ciudadano que movido por la corrupción, la envidia y la ambición; sin excepción, debe responder por los crímenes que cometa contra la persona humana, no importa las circunstancias en que estos acontezcan, en defensa propia o no. Igual exigencia, prevalece con más razones para los miembros de la Policía Nacional.
Los Intercambios de disparos, las fichas policiales, el prontuario delictivo o el presumir que el tipo “se va a mandar “, no son una licencia abierta para matar. El que mata, Policía o no, debe responder a la sociedad y a la comunidad humana en los tribunales por sus hechos y, pagar por ello según lo establezca la ley”, concluyo la cita.
Para reformar la policía hay que forjar la construcción de una nueva actitud, en un nuevo ente policial, en la que prime una visión filosófica de servicio y confianza, una nueva doctrina ético-moral de ingreso y permanencia, nuevos criterios pedagógicos y metodológicos en las Academias, institutos y escuelas policiales en la formación y entrenamientos. Que así se garantice un cambio de mentalidad generativo en la forma de ver la vida, la comunidad, el ciudadano y la ley. Este y no otro, debe ser el objetivo supremo y esencial de una verdadera reforma policial.
El nuevo jefe de la policía, Mayor General Nelson Peguero Paredes, ha dicho: “el policía no está por encima de la ley, y si la infringe tiene que responder por ello” (El despertador SIN 24/08/2015), esto, expresado por el actual jefe policial, debe ser el punto de partida y razón fundamental de disuasión, para hacer cambiar de mentalidad al policía dominicano. Hay que colocar el policía en su accionar frente a la ley, como necesario haz de ser, es decir, en el justo plano de igualdad con relación al otro ciudadano común de igual condición, dignidad y con los mismos derechos que él.
El horroroso crimen de la joven estudiante de comunicación social, Franchesca Lugo Miranda, por parte de la policía y las bandas que operan impunemente en ésta, nos pone en la perspectiva de no seguir llegando tarde a una urgente e imperiosa reforma policial, cuyo eje de transformación sea el respeto y recuperación del sentido y preservación de la vida humana por parte del agente policial, por encima de cualquier otro razonamiento.
En el alma y mentalidad del policía se ha inculcado de forma institucional dos tipos de vida: las de las lacras o delincuentes, que se hace un favor, según la doctrina policial inculcada al agente, cuando se le quita del medio. Y, la de los otros, que incluye la de ellos. Ahora, ¿quién decide quién es, o, no es delincuente? Sin asombro ni espanto, lo decide el propio policía en el terreno de los hechos.
La vida es una, la de la persona humana, el don sagrado dado por Dios, que se debe respetar por encima de cualquier interés o razón de la naturaleza que sea y, que no debe estar a merced de un supuesto salvaje intercambio de disparos.