Jorge Ladino Gaitán Bayona
Jueves 30 de Marzo de 2017
Memorias de asesinos que cambiaron el arma y hoy publican. Trinos de políticos cuyos odios encuentran eco en redes virtuales y prensa. Prédicas de mafiosos que salen de cárceles y pronto la gente olvida sus muertos para consagrarlos como youtubers. Aquí o allá, se premia el delito. Como advierte el sociólogo Zygmunt Bauman (2006), más que héroes, la globalización alumbra a las celebridades, no importa si ofenden o matan. Los hechos trágicos son vistos como entretenimiento; personajes perversos se eternizan gracias a los medios de comunicación, siempre y cuando sus seguidores en las redes sobrepasen a los de sus víctimas. ¿Cómo entender que la mayoría ya no se tome las cosas en serio porque todo es digno de espectáculo (un crimen en vivo o un huevo regando su yema en un reality de cocina)? ¿Por qué la televisión exilia a los creadores y exalta a los imitadores de músicos, políticos o criminales? Desde este panorama, sería posible reírse con Hitler y premiarlo con galardones y millones de seguidores. Sin embargo, ¿qué pasaría si el Hitler que triunfa en pantalla no fuera un imitador, sino el propio Führer tras despertar en el nuevo siglo con dolor de cabeza y prendas olorosas a humo? Esta es la propuesta ficcional de Timur Vermes en su novela Ha vuelto y de David Wnendt en la película homónima.
Para ficcionalizar cómo una figura pública gana en publicidad y adeptos al posicionar un extremo ideológico, Vermes no se contenta con elegir de protagonista a un político o una celebridad de ultraderecha. Opta por el propio Adolf Hitler.
El éxito comercial de una novela llevada al séptimo arte no es impedimento para que lectores rigurosos en sus gustos estéticos se aproximen a Ha vuelto. No se trata de un best-seller cuya historia atractiva contrasta con su pésima factura narrativa. Es una novela verosímil a partir de un hecho fantástico: el Hitler real vuelve en 2011 para relanzar el nazismo y Alemania lo vuelve cliché al asumirlo como perfecto imitador en una comedia. Ese hecho fantástico también es recreado por David Wnendt en su película Ha vuelto(2015). La cinta retoma diálogos y escenas de la obra literaria, pero agrega nuevos personajes, situaciones, entrevistas reales y un final distinto desde el metacine (una película dentro de la película). Tanto la novela como el film provocan una mirada desencantada al mundo presente donde muchos medios de comunicación trivializan la historia y reducen la memoria colectiva a simple entretenimiento. Todo lo anterior motiva el interés de este artículo por generar una aproximación crítica a la ópera prima de Timur Vermes y la película de David Wnendt. El artículo se estructura en cinco momentos específicos: El novelista y el director; “Vida líquida”; Ha vuelto, la novela; Ha vuelto, la película, y Apuntes finales.
El novelista y el director
Timur Vermes (Núremberg, Alemania, 1967) tiene formación académica en historia y ciencias políticas. Se ha desempeñado como periodista en revistas y periódicos. Su única novela a la fecha es Er ist wieder da (2012), cuya versión al castellano se titula Ha vuelto, publicada por Seix Barral en 2013. La novela es éxito en ventas en Europa y ha sido traducida a cuarenta idiomas.
David Wnendt (Gelsenkirchen, Alemania, 1977) se graduó en la Universidad de Berlín en administración de empresas y publicidad. Estudió dirección de cine en la Escuela Superior de Cine y Televisión Konrad Wolf. Llevó dos best-sellers al séptimo arte con buenos resultados ante la crítica. En 2013 adaptó al cine, bajo nombre homónimo, la novela Feuchtgebiete (2008), de Charlotte Roche (la obra narrativa y el film se conocen en castellano como Zonas húmedas). En 2015 estrenó Ha vuelto, basado en la novela homónima de Timur Vermes. También es director y guionista de Hannas Hobby (2005, El hobby de Hanna); Kleine Lichter (2008, Pequeñas luces); Die Kriegerin (2011, La guerrera); y California Dreams (2013, Sueños de California).
“Vida líquida”
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman sostiene: “La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutina determinadas” (2006, p. 9). La “modernidad líquida”, a partir del modelo neoliberal y la globalización, impone unos modelos de vida donde imperan el consumismo desmedido, la novedad por encima de la conservación, la satisfacción del yo en lugar de la angustia por los asuntos colectivos, la rapidez de las cosas en vez de situaciones prolongadas en el tiempo. La solidez y compromisos largos son vistos como cargas obsoletas: promesas de amor ancladas en el sueño de la eternidad; la conciencia histórica de mirar reflexivamente el presente, pero también las heridas del pasado; la lealtad hacia causas sociales, principios, utopías y valores universales.
El tiempo, el amor y la vida son agua en las manos. La mayoría de individuos cambia velozmente de celulares, noviazgos, trabajos e ideas políticas. Más que permanencia, impera el reciclaje. Esto genera una condición vergonzosa: “La vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos, pero, precisamente por ello, son los breves e indoloros finales” (Bauman, 2006, p. 10). Esas ansias de probarlo todo y no comprometerse con nada llevan a desconocer el dolor ajeno.
Ha vuelto, la novela
En las 383 páginas de Ha vuelto hay pulso literario, construcción de una atmósfera y un lenguaje rico en ironías, sátiras y humor negro. Su historia, sustentada en un buen tratamiento estético, posibilita múltiples preguntas sobre “tiempos líquidos” donde modas, dispositivos electrónicos, realities y comedias televisivas importan más que las tareas del espíritu, la belleza en el arte y el conocimiento profundo de la historia. El “todo vale” —premisa de “tiempos líquidos”— llega a tal punto que los individuos sufren con la suerte de quienes participan en un reality pero, ante el mundo real, se hacen los ciegos frente a problemáticas sociales: el aumento de grupos neonazis en Europa, la xenofobia creciente, la entronización de personajes que aumentan el rating con discursos saturados de odio y totalitarismo. Dichos aspectos gravitan en el texto narrativo de Timur Vermes.
Desde el balance de época en la novela de Vermes, la Alemania actual y el mundo globalizado fácilmente caen seducidos por personajes hábiles en su oratoria que podrían revivir viejas consignas sobre razas superiores y crímenes necesarios, en aras del supuesto bienestar de una cultura. Para ficcionalizar cómo una figura pública gana en publicidad y adeptos al posicionar un extremo ideológico, Vermes no se contenta con elegir de protagonista a un político o una celebridad de ultraderecha. Opta por el propio Adolf Hitler, como si existieran condiciones para su retorno. Por eso el Führer sale de escena en 1945 y aparece en 2011. El dictador, más allá del asombro por ciertos cambios en la fisonomía de Berlín y los nuevos inventos del progreso, reconoce puntos de encuentro entre el pasado y el presente: “Esa Alemania era distinta, pero en algunas cosas tenía semejanzas con el Reich que conocía” (Vermes, 2013, p. 19). Así la ficción posibilita cuestionamientos sobre hechos que la humanidad repite, olvidando el Holocausto y horrores de la Segunda Guerra Mundial: ¿por qué tantos ciudadanos en Europa culpan a los inmigrantes de su crisis económica, en lugar de fijar sus ojos en el modelo capitalista? ¿Cómo no asustarse con el aumento de electores de partidos de derecha en el viejo continente? Tal como resalta Esteban Ibarra en su libro La Europa siniestra (2014), el racismo y la intolerancia no sólo se dan en las calles con grupos neonazis, sino que también, paulatinamente, se toman las instituciones.
El Führer de Timur Vermes aprende rápido las tecnologías mediáticas del presente y ha de convertirlas en sus nuevas armas.
Estratégicamente, para no lanzar de un solo golpe la preocupación por el crecimiento de la ultraderecha en Europa, Timur Vermes hace transitar su novela del humor a la reflexión agónica. Logra que el lector cambie gradualmente su percepción sobre el protagonista: el Hitler inicial es cliché, pero, entre risas, ridículos y posicionamiento de un discurso en televisión y redes, se vuelve amenaza. Al final del texto narrativo, no sólo tiene una franja en un programa exitoso, sino también premios y la oportunidad de un segundo libro para nuevos tiempos (otro Mein Kampf, otra Mi lucha). Hitler reconoce que en la década del veinte y del treinta tenía menos condiciones de las ofrecidas en el siglo XXI. Al respecto, en las últimas páginas del texto narrativo, el Führer es tentado por diversos partidos políticos —liberales, conservadores e, incluso, de izquierda— ansiosos de aprovechar su imagen e impacto mediático; sin embargo, él tiene claro su horizonte: “Si a uno le preguntan una serie de partidos si quiere ingresar en ellos, uno hace bien en no regalar el valor de la propia persona para otros fines que los propios (…). En el caso actual, aprovechando el impulso de la publicación de un libro y del nuevo programa televisivo que empezaría al mismo tiempo, podría poner en marcha una ofensiva propagandística y luego fundar un movimiento” (Vermes, 2013, p. 373).
Con un programa de televisión propio, un contrato para un segundo libro y millones de seguidores en redes virtuales, el Hitler de Timur Vermes es profundamente peligroso. Quizás para muchos televidentes lo suyo es sólo una cómica imitación, pero él sabe que desde propagandas, shows y espectáculos puede calarse en la mente de los espectadores una serie de mensajes, no muy distintos a situaciones e ideas revitalizadas en el viejo mundo: xenofobia, racismo, violencia contra homosexuales, gitanos y minorías. Por eso el protagonista no desdeña la farándula, y de ahí la frase final de la novela: “Con eso se puede trabajar” (p. 374). Atrás queda para el lector la idea de que el Führer de las páginas iniciales resulta ingenuo: cuando recién despierta tras décadas de ausencia, y al hablar con unos niños futbolistas, mira a uno con camiseta de Cristiano Ronaldo y le pregunta: “¡Joven Hitleriano Ronaldo! ¿Por dónde se sale a la calle?”; lo anacrónico que resulta cuando enfrenta, por primera vez, un computador, un celular e Internet.
El Führer de Timur Vermes aprende rápido las tecnologías mediáticas del presente y ha de convertirlas en sus nuevas armas. No lo dice al final Vermes, pero se intuye en los discursos de las páginas finales. Lo silenciado está lleno de presagios, de tragedias futuras donde el llanto tiene su embrión en la risa vacua y la comedia simplona. Paradójicamente, a través de ese Hitler ficcional, se posibilitan juicios certeros sobre qué queda del sujeto cuando es presa fácil de sus iPad, smartphones y aparatos electrónicos. No es gratuito en ese mundo posible de Vermer —absurdo, extraño, casi kafkiano— encontrar un Hitler señalando ejemplos de razas inferiores: “El teléfono ha de ser teléfono y calendario a la vez y además una máquina de fotos y todo junto. Eso es una sandez absurda y peligrosa que sólo lleva a que, por la calle, los jóvenes miren continuamente por sus teléfonos y miles de ellos sean atropellados por los coches” (Vermes, 2013, p. 370).
Ha vuelto, la película
Ha vuelto, la película de David Wnendt, fue estrenada en cines alemanes en octubre de 2015. Tiene 116 minutos de duración y cuenta con la actuación de Oliver Masucci, cuya encarnación de Hitler no es inferior a la de Bruno Ganz en Der Untergang(2004, El hundimiento). Para estudiar al personaje real, el actor escuchó múltiples alocuciones del dictador: “Para imitar bien a Hitler escuché 500 discursos suyos. En ellos, Hitler era realmente elocuente contra la República de Weimar y contra el sistema democrático. Decía claramente: ‘Somos intolerantes y con nosotros en el poder no habrá otros partidos políticos’. Pese a eso, la gente votó por los nazis, algo que me parece realmente fuerte” (Masucci, entrevista con Salvador Martínez, 6 de marzo de 2016).
En el rodaje de Ha vuelto Oliver Masucci encontró personas de carne y hueso que no tenían reparos en tomarse una selfie y disertar sobre la necesidad de un Estado fuerte en medidas contra los inmigrantes: “Lo que dijo la gente me chocó mucho, tanto como me chocó ver lo fácil que es ganarse la confianza de la gente simplemente con palabras. En esta película hay una fina frontera entre realidad y ficción. Pero hay gente que de verdad dice cosas propias de radicales de derechas” (Masucci, entrevista con Salvador Martínez, 6 de marzo de 2016). El director coincide en el malestar de descubrir cómo la xenofobia y las ideas nazis tienen eco en diversos sectores de la Alemania actual. Tal como resalta Adam Taylor en un artículo de The Independent (23 de octubre de 2015), David Wnendt confesó que de 300 horas de filmación para las secuencias de falso documental, sólo dos personas expresaron su disgusto contra la figura de Hitler. Justamente, ante la extrañeza de que alguien se parezca al genocida, la gente haga el saludo nazi, se ría y diga “I love Hitler”, un hombre, entrevistado en la película, señala su desencanto: “Cuando alguien se planta en una plaza, se viste como Hitler y la multitud lo tolera, la verdad, tengo que decir que eso es algo muy malo para Alemania, y si fuera por mí ya lo habría echado de aquí”.
En Europa, América y cualquier otro continente, el ciego nacionalismo impulsa a que los ciudadanos, en lugar de mirar las causas internas de sus crisis políticas, económicas y humanitarias, deslicen la culpa a los extranjeros.
Las secuencias de falso documental logran una mayor sensación de realismo. El Hitler ficcional va a la calle a entrevistar a gente del común, también a sitios clandestinos donde se hacen ridículas actividades en homenaje a Hitler: jóvenes haciendo un programa con recetas vegetarianas, típicamente alemanas, que habrían gustado al Führer. Al Hitler de Masucci basta con arrojar una frase xenófoba para que en bares y tiendas los asistentes den rienda suelta a sus odios: “Todas las personas barbudas, sospechosas, deberían irse”; “Vienen cada vez más inmigrantes. Pero la gente corriente no puede hacer nada”; “Los alemanes no podemos abrir la boca, porque todavía sabemos que nos queda algo de culpa”.
Otro recurso de David Wnendt para burlar las fronteras entre ficción y realidad es el metacine: cine dentro del cine; actores disertando sobre su interpretación; alusiones de la película a la novela de la cual genera su versión. El Hitler de Masucci no sólo tiene programa de televisión y libro, también película propia y un grupo de jóvenes neonazis como escolta. El film al interior de la cinta de Wnendt presenta a un Führer doblemente poderoso en el nuevo siglo; pueden disparar a la cabeza y tirarlo de un edificio, pero vuelve porque se siente parte del alma de su pueblo: “¿Usted nunca se ha preguntado por qué la gente me sigue? Porque en el fondo son iguales a mí (…). No me pueden borrar. Sigo siendo parte de ustedes”. Para acentuar la idea de esos “monstruos” del pasado que retornan, mientras ruedan los créditos, David Wnendt presenta imágenes y discursos verdaderos de xenófobos, skinheads y ultraderechas en manifestaciones y parlamentos europeos.
Oliver Stone, experto en llevar al cine personajes históricos (Alejandro Magno, John F. Kennedy y Richard Nixon), expresó alguna vez: “Nacionalismo y patriotismo son dos de las fuerzas más maléficas que hemos conocido en este siglo, causando muertes, guerras, destruyendo al espíritu y muchas vidas humanas de manera más masiva que cualquier otra cosa” (2015, p. 136). En Europa, América y cualquier otro continente, el ciego nacionalismo impulsa a que los ciudadanos, en lugar de mirar las causas internas de sus crisis políticas, económicas y humanitarias, deslicen la culpa a los extranjeros. Justamente, contra los peligros del nacionalismo y la expansión de ideas de la ultraderecha en Alemania y Europa, David Wnendt ofrece su diatriba, una película ácida, mordaz, llena de humor negro para que, desde la risa carnavalesca, emerja una visión crítica del mundo.
Apuntes finales
En “tiempos líquidos” abundan individuos preocupados por la satisfacción individual y la inmediatez del presente. Evitan girar sus ojos al pasado. Resulta más cómodo no responsabilizarse de las cargas traumáticas de la historia. Les basta estar a la moda y tener tecnologías de última generación, no tanto el enriquecimiento de su base enciclopédica, la reflexión sobre la trascendencia, la memoria o la conexión entre su ser y el mundo habitado: “Acomodados en el plano material, pero empobrecidos y famélicos en el espiritual” (Joseph Brodsky, 2006, citado por Bauman, p. 16). Pareciera que el mundo sólo importa como espectáculo y entretenimiento: todo puede ser susceptible de reality; de un Holocausto o una guerra puede llevarse a la pantalla una comedia exitosa; a un criminal se tolera, siempre y cuando se vuelva celebridad y genere buenos beneficios económicos desde YouTube, Facebook o Twitter.
Si “lo que se enfatiza en todo momento es el olvidar, el borrar, el dejar y el reemplazar” (Bauman, 2006, p. 11), no sería extraño que en las actuales coordenadas del siglo XXI la humanidad repitiera hechos vergonzosos, genocidios e, incluso, funestos dictadores. Uno de ellos, Hitler, Ha vuelto en la novela de Timur Vermes y la película de David Wnendt. Su regreso no es asunto exclusivo de la ficción. Existe en realidad. Quizás con otros rostros, nombres, pieles y escenarios (una calle, un parlamento). No es casual su presencia. Algo pasa en Europa y el resto del mundo para que Vermes y Wnendt agiten campanas de alerta. Como bien destaca Esteban Ibarra, “aún no están enterrados los episodios del horror del nazismo y el fascismo, incluso hay asignaturas pendientes que avergüenzan a todos” (2014, p. 45). Las señales se escuchan “al son de marchas con antorchas, persecuciones a gitanos, brotes de violencia antisemita, intolerancia xenófoba, incendio de mezquitas, negrofobia, rechazo a la libre orientación sexual y, sobre todo, crímenes de odio, asesinatos alimentados por rechazo al diferente” (p. 46).
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