Maritza Espinoza
Dicen que cada vez que un fujimorista retuerce los argumentos para justificar el autogolpe que dio el dictador Alberto Fujimori en 1992 llora un angelito. Y yo agregaría que cada vez que un izquierdista peruano hace lo mismo para justificar el autogolpe (perpetrado por interpósita persona, a través del Tribunal Supremo de Justicia, pero golpe al fin) que acaba de dar Nicolás Maduro en Venezuela, lloran dos: uno, porque ahora aquella ya es una dictadura con prueba de ADN y todo y, dos, por vergüenza ajena, por la cantidad de izquierdistas que se auparon al carro de Fujimori en su primer período con el cuento de que había que cerrarle el paso al derechista Mario Vargas Llosa.
Porque hay que ser bien miope o bien conchudo para pretender condenar una dictadura y justificar otra cuando conviene a nuestros intereses o clichés ideológicos, pues la experiencia demuestra que los dictadores pueden vestirse de muchos colores (rojo, naranja o amarillo, si viene al caso), pero que en el fondo solo les importa una cosa: perpetuarse en el poder, aún a costa de los derechos y libertades de los pueblos a los que, en un primer momento, seducen con clientelismo y populismo y luego oprimen con todas las armas que tengan a su alcance.
Desde el jueves, día en que Maduro disolvió el parlamento de su país, hemos escuchado a fujimoristas e izquierdistas lanzar los argumentos más falaces para justificar sus posturas: que Fujimori dio el autogolpe fue porque necesitaba salvar al país; que Maduro no podía permitir el obstruccionismo de la Asamblea Nacional; que Fujimori no fue un golpista porque inmediatamente hizo una Asamblea Constituyente; que si piensas que lo de Maduro es golpe, por qué no protestaste por los golpes en Brasil, Paraguay, Ruanda y Tangamandapio; que Fujimori solo hizo uso de un instrumento que consagraba la constitución peruana; que Maduro ídem; que Fujimori tuvo una enorme aprobación después de disolver el Congreso; que Venezuela está en paz después de la disolución del Congreso; que por qué no te callas; que por qué no te callas primero; etcétera…
Lo cierto es que, en estos momentos, el cielo debe ser un diluvio de tantos angelitos llorando, mientras la izquierda y la derecha peruana se terminan pareciendo más que una liebre a un conejo cuando se trata de definir lo que es dictadura y lo que es democracia de acuerdo a sus conveniencias políticas.
Maduro es tan dictador como Fujimori, con la única diferencia de que su gobierno ha girado en lo que algunos trasnochados –que aún no terminan de entender que hace rato que el muro de Berlín se desplomó–, llaman “la órbita socialista” (ya saben, el extinto Fidel Castro y compañía), mientras el candidato Fujimori –sí, ese que “enfrentaba” al derechista Vargas Llosa–, terminó convertido en el dictadorzuelo más ultraderechista del mundo, solo comparable con (los también extintos) Augusto Pinochet, Rafael Trujillo, Rafael Videla y otros indeseables.
Y como para quitarles a los fujimoristas las ganas de treparse al carro del reclamo democrático, el mismísimo Henrique Capriles, cabeza de la oposición venezolana, ha señalado clarito las coincidencias entre los dos golpes de Estado afirmando el viernes que "en Venezuela se dio una especie de 'Fujimorazo', aquí lo llamamos el Madurazo”. Ajá. ¿Cómo les quedó el ojo, señores Salgado, Becerril y demás hierbas?)
Pero, para ser totalmente fieles a la verdad, al flamante dictador Maduro le falta muchísimo para llegarle a los talones al tipo de dictador que fue Fujimori, aunque estamos seguros que ganitas no le faltan. Por lo pronto, le falta un Montesinos que organice y ejecute toda la corruptela, compre a los dueños de los medios de comunicación (¿ven? Por eso casi toda la prensa grande y la televisión le son opuestos, mientras Fujimori disfrutó siempre de los favores de la prensa geisha), difame a los opositores en diarios populares creados solo para eso, coimee y chantajee a empresarios, funcionarios, altos mandos militares y autoridades para que el dictador se perpetúe en el poder.
También le falta, claro, un grupo Colina que siembre el terror entre los opositores, asesine y queme estudiantes, y reciba agradecidos ascensos por los servicios prestados, algo que aún no se ha denunciado ni en la Venezuela de Chávez ni en la de Maduro, porque, probablemente, no han tenido el pretexto de una insurgencia salvaje como la de Sendero Luminoso que, sin embargo, no fue derrotado por la guerra sucia que implementó la dictadura, sino por el trabajo de inteligencia del GEIN.
En suma, se trata de dos dictaduras idénticas o, mejor dicho, de una dictadura que terminó (gracias a la lucha democrática de la gente) y de una dictadura que comienza. Y la única manera de evitar que llegue a ser tan repugnante como la otra es apoyar al pueblo venezolano y respetar sus decisiones. Lo demás es puro oportunismo.
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