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PARAQUENOSEREPITALAHISTORIA .Para los interesados en el tema y los olvidadizos de sus hechos, aquí están para consultar múltiples artículos escritos por diversas personalidades internacionales y del país. El monopólico poder de este tirano con la supresión de las libertades fundamentales, su terrorismo de Estado basado en muertes ,desapariciones, torturas y la restricción del derecho a disentir de las personas , son razones suficientes y valederas PARA QUE NO SE REPITA SU HISTORIA . HISTORY CAN NOT BE REPEATED VERSION EN INGLES

lunes, 6 de julio de 2015

El tiranicidio

Por Ylonka Nacidit Perdomo. 6 de julio de 2015 - 7:00 am -  0
He estado leyendo -con mucha atención y tensión- un texto que encontré extraviado en el olvido. Lo escribió una mujer. Lo había abierto hace años, sólo que antaño era un texto solitario. 
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Foto: Loor a los Presidentes Trujillo y Vincent, 1936. Foto Francisco Palau
“Ya sé que no podemos prescindir de dominar o de que nos sirvan. Cada ser humano tiene necesidad de esclavos como el aire puro. Mandar es respirar. ¿También usted es de la misma opinión? (…) El poder, en cambio, lo decide todo terminantemente. Hemos tardado, pero al fin lo comprendimos”. Albert CamusLa Caída [1]
No sé cómo los corazones pueden olvidar el oprobio. No lo sé. Tampoco cómo se puede respirar un aire infectado por la venenosa maldad y la perversidad. Cuando se abre el telón de la historia nos aterramos ante la puesta en escena. En el auditorio la atmósfera no es de ruido sino de silencio. Sin embargo, en tono bajo se escuchan los entreactos de la tragedia, la catástrofe de la vida de muchos, cómo el ser se precipita a la nada, y declara sólo a la angustia como compañera.
Trujillo-Altar de idolatrá a El Jefe. Presidiendo el Salón de Recepción del Palacio de la Gobernación de Santiago, 1944. Foto Luis Luque
La muerte en la Era de Trujillo se aceleraba al compás de la violencia; la tragedia, ¡Oh Dios!, era una siniestra diosa.

I. “NUESTRA” HISTORIA…

La historia deja su voz a los que se inmolan, a los que han sufrido el encierro y la condena, y han estado bajo las sombras del olvido; las campanas de las iglesias se doblan sepulcralmente cuando la sangre y el fuego deforman a la naturaleza humana, y se escapa la urgencia de una voz sonámbula para dar cuentas del golpeteo del viento contra las puertas del infierno.
La historia puede estar en primera o tercera persona cuando se confronta con los acusados del crimen, cuando pretende borrar el arrojo de combatientes desaparecidos y se le niega su existencia. La historia está infiltrada de crónicas que se alimentan de la mentira; vencidos y vencedores la desautorizan, a veces, y colocan en pugnas sus interpretaciones, así como sus intereses de grupos.
Los que cuentan la historia canónica se consideran una “dinastía” de sabios, de compiladores de conjeturas, habladurías, de fuerzas opuestas donde no puede escapársele el héroe ni caer en la encrucijada de un intento de sobrevivencia. Hemos vivido de frente a una historia ortodoxa; una historia alterada, que se hace mercante, que se legitima y deslegitima cuando se cuestiona.
Nadie puede escribir de la historia desde el limbo, menos aún en una sociedad de régimen patriarcal. La historia es un quehacer vivo que da respuestas “cuando el poder represivo abre un cisma entre la maquinaria gubernamental y lo personal”; pero la historia de lo inmediato, de la inmediatez, oculta lo reciente, lo ocurrido, y, entonces, crea las conjuras que traen la mentira y la simulación contaminada por las ideologías que hacen de ella un personaje amorfo.
Se “participa” de la historia desde la ambición del poder político, unos; y otros, cuando se le hace frente a la adversidad, cuando la acción y la causa de un ideal se apoderan del pueblo, cuando la adoración de un hombre se antepone a la dignidad. Cuando un pueblo pierde la dignidad surge un tirano, y se aprovecha de esta coyuntura para ser un vil manipulador, y se entroniza en el Estado a través de un maniqueísmo de “salvador” o de un “profeta del bien”. Entonces, sólo entonces, se evoca a la muerte como sacrificio y se desatan las ataduras de un cautiverio.
La historia se hace memoria de piedra o memoria de espejo cuando se empantana con lo político; puede asumirse como una letra muerta o una letra duradera cuando se escribe destruyendo la voluntad de los otros, cuando el paternalismo que trae la jerarquía de los protagonistas le ordena el silencio. La historia puede inhumarse, desenterrarse, cuando se necesita conocer cómo actúan los gobiernos totalitarios, las tiranías y los regímenes de represión.
Para escribir sobre el pasado se hace necesario tener evidencias documentales, ya que dialécticamente existe una relación entre quien escribe y el lector destinatario. Toda historia que se escribe es un intento del autor de tener autoridad enunciativa. Sin embargo, existe la diosa Clío que participa de todas las páginas que se escriben. La historia contemporánea no transcurre como un espejo distante; se proyectó como sucesos, como el pasado; se copia, y vuelve a copiar confundiéndola con el testimonio, o se recuerda como la proyección cronológica de distintos momentos de la vida de un pueblo.
II. EL TIRANICIDIO DE TRUJILLO
He estado leyendo -con mucha atención y tensión- un texto que encontré extraviado en el olvido. Lo escribió una mujer. Lo había abierto hace años, sólo que antaño era un texto solitario. Quizás muchos ignoran su existencia, y no se han dejado seducir por el razonamiento que trae este opúsculo redactado con una veracidad expositiva que se hace suficiente en sí misma, para combatir a un enemigo, para que se comprenda cómo se vivió en la tiranía.
Josefina Altagracia Lazala Bobadilla [2] es la autora pionera en nuestro país sobre un tema de amplio espectro político como el tiranicidio, que aborda desde la “doctrina contractual de la soberanía”, a partir de las concepciones del humanista escocés George Buchanan  (1506-1582), autor del tratado De Jure Regni (1579), texto que leyó en inglés, y del cual para sus estudios hizo una traducción libre.
Proganda de Trujillo en una montaña del Cibao, 1936. Foto Palau
Lazala Bobadilla sobre ese derecho de resistencia a la tiranía y de insurrección del pueblo contra los poderes arbitrarios escribe: “existe un contrato entre los ciudadanos y el gobernante que no puede ser roto por una de las partes. Pues el pueblo, por medio de sus asambleas, conserva la suprema autoridad y es la fuente primaria del derecho. El gobernante recibe su poder de un contrato con el pueblo, que es título de legitimidad. Se obliga a gobernar de acuerdo con la justicia. Si adquiere el poder sin contar con el consentimiento del pueblo, o si rige los destinos de éste de una manera injusta y arbitraria, se convierte en un tirano. Entonces puede ser destituido o privado de vida. Pero no sólo debe castigarse al tirano que usurpa el poder, sino también al que hace mal uso del mismo”. [3]
Para darle más énfasis a su afirmación, Lazala Bobadilla nos recuerda que: “Confucio llamaba a los tiranos, ladrones de camino real. Meng-Isen decía: “El que hace un robo a la humanidad es llamado ladrón; el que hace un robo a la justicia es llamado tirano”. [4]
Josefina Altagracia Lazala Bobadilla en 1962 publicó en la Editora Montalvo su tesis de grado para optar por el Doctorado en Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. El título de su obra es El Delito Político y el Tiranicidio en la República Dominicana, de la cual nos atreveríamos a afirmar que es la primera tesis escrita por una mujer sobre ese tema, un año después de la ejecución del déspota Rafael Leónidas Trujillo Molina.
Lazala Bobadilla divide su tesis en once capítulos, elaborados a partir de la consulta de las obras de enjundiosos investigadores, juristas y criminalistas, y aún más, con conocimiento de causa por historia de vida propia y de su familia, tal como consigna en la dedicatoria: “A la triste memoria de mi hermano Frank Lazala Bobadilla muerto por los esbirros de la tiranía trujillista en un lugar desconocido –y que anhelamos conocer para erigirle el recuerdo de una lápida”.
La sustentante estudia a César Lombroso, a Laschi, al psiquiatra italiano Lionelle Venturi; a los juristas dominicanos Floirán Tavárez, Leoncio Ramos y Pedro Rossel; al criminalista español Luis Jiménez de Asúa, al profesor cubano José Agustín Martínez, a los comentaristas del Código Penal Francés Cheveau y Helie, al profesor Barsanti; a Lutero, Santo Tomás de Aquino, al historiador Paul Janet, al jurista holandés Hugo Grocio y su obra “De jure belli ac pacis”, a John Milton;  al jurista alemán especialista en filosofía del derecho Juan Altusio, autor de la obra “Tratado de Política”; consulta, además, a A. J. Carlyle autor del tratado “La Libertad Política, Historia de su concepto en la Edad Media y los tiempos modernos”, a los profesores de derecho F. Carrara, Francois Guizot y   Jean-René Garraud, y a los belgas Haus (profesor de la Universidad de Gante), Prins y Thiry (profesor de la Universidad de Lieja).
Tesis de grado de Josefina Altagracia Lazala Bobadilla. 1962
Vamos a leer, primero, estos fragmentos del capítulo “El crimen de majestatis o de lesa majestad contra el Estado” de Lazala Bobadilla, para luego detenernos en el capítulo titulado “Los crímenes de majestatis y del silencio revividos en la República Dominicana” para que observemos el paralelismo entre Roma y Santo Domingo, y así adentrarnos en la tiranía de Trujillo, a través de las vivencias de una mujer testigo de excepción.
Lazala Bobadilla escribe:
“El crimen de majestatis constituye la síntesis penal del delito político, comparado por Ulpiano como próximo a la herejía que era el delito político de la iglesia. Las variedades de este delito alcanzan a lo inverosímil, llevado a la exageración por los emperadores romanos, bajo el influjo paranoide de un opulento complejo de inferioridad. Inicialmente se confunde, dentro del derecho romano, con la traición a la patria, según una ley de Rómulo. En época de Sila se redujo el delito a crear enemigos, a perturbar la seguridad pública con asambleas nocturnas, a excitar a los patriotas a la sedición y a determinar a los aliados a armarse contra la patria.
“Las leyes de Cornelia y Julia de majestatis ampliadas por Augusto fueron modificadas por Tiberio que las hizo llevar a todos los excesos. Entre las figuras delictivas, sin norma jurídica, se encontraban, vender o quemar una estatua o una efigie del emperador, cualquier insulto a las imágenes imperiales, la publicación de cualquier escrito que constituyera las críticas más respetuosas, desnudarse o vestirse delante de una estatua del gobernante, llevar una moneda o una alhaja con la efigie del emperador a cualquier lugar destinado a satisfacer las necesidades de la vida o los placeres de la voluptuosidad. La destrucción de la estatua del emperador en cualquier forma llevaba una pena grave; en cambio, andar con una efigie era una garantía.
Entre las infracciones a que daba lugar el crimen de majestatis existía una figura delictiva que podríamos llamar el crimen del silencio, en que se llegó a extremos inverosímiles. La abstención de denunciar cualquier acto preparatorio para la futura comisión de estos delitos era estimada como una forma de complicidad negativa”. [5]
Estos fragmentos escogidos de la tesis de Josefina Altagracia Lazala Bobadilla, nos hacen suponer que el silencio, la complicidad del silencio, asedia a los que no cuestionan nada, a los que creen las versiones impuras de la historia, a los que a diario se escapan del tiempo, y se dejan avasallar por los discursos mediáticos.
La historia es un texto paralelo con la biografía de todos, donde todos somos intrusos comprometidos. De qué lado estamos hoy: ¿del lado del silencio o de los intrusos comprometidos que hacen que nazca una nueva piel en sus cuerpos y emprendan el vuelo del riesgo? La página en blanco queda abierta para hacer el intento de escribir un nuevo rumbo para el presente.
Símbolos de la Era en un acto. La foto de Trujillo y la Palmita del Partido Dominicano. Santiago, 1944. Foto Luis Luque.
Todo uso del lenguaje para escribir la “historia” tiene su doble filo; alternativas de claves discursivas para proveernos de las herramientas que nos aproximen al desenmascaramiento de lo que se oculta.
Comunicar desde el poder, inducir a aceptar un modo de cultura hegemónica de dominación –como aconteció en la Era de Trujillo- requiere “convocar” a todos a un mundo hipnótico, hacer de la memoria un meandro de urgencias donde lo que se nombra no puede tener significados contradictorios.
Josefina Altagracia Lazala Bobadilla, la autora pionera de El Delito Político y el Tiranicidio en la República Dominicana en 1962, afirma, y deseamos subrayar estas ideas que expone, partiendo de un análisis de las ideas de Jean de Salisbury de que: “El amor a la libertad puede engendrar la tiranía cuando se quiere la libertad para uno mismo y no para los demás. El verdadero gobernante debe combatir por las leyes y por la libertad. En cambio, el tirano no cree hacer nada útil mientras no suprime y reduce los pueblos a la servidumbre. El tirano es una imagen de la maldad diabólica y debe ser muerto en casi todos los tiempos. Su muerte, no sólo está permitida, sino que constituye una acción conveniente, equitativa y justa. Si todos están de acuerdo en que debe ser castigado el crimen de lesa majestad, con mayor razón deberá sancionarse aquel otro que consiste en oprimir las mismas leyes que deben obligar con su mandato, incluso a los gobernantes”. [6]
Y, como la historia no puede desconocerse ni sólo leerse en un gabinete de libros, puesto que se debe desarmar en su complejidad, reconocerla gris cuando se exagera; ajena cuando es imposible cerrarla, y la desesperanza queda desahuciada; subversiva cuando no es doblegada por los complejos códigos del poder, y se resiste a ser sofocada, desintegrada directamente por quien asuma la responsabilidad de dirigir una nación. No obstante, se puede leer la historia como pura cuando entrecruza destinos. En ella subyacen respuestas al presente, puesto que su reverso es el tiempo, las coincidencias, las mismas confrontaciones, las mismas insurrecciones, los mismos adversarios, los mismos despropósitos de ultrajes.
Funcionarios de Trujillo. Actos del Centenario de la República. Palacio de la Gobernación de Santiago, 1944. Foto Luis Luque.
Así, en el capítulo “Los crímenes de majestatis y del silencio revividos en la República Dominicana” Lazala Bobadilla, nos ofrece las razones –a nuestro modo de ver- por las cuales el tiranicidio es un castigo que da el pueblo al opresor, un derecho supremo, un acto de virtud cívica, que corrobora el Padre Juan de Marina (1536-1624), de la Compañía de Jesús, autor del libro De rege et regis institutione (1598) que fue censurado y destruido en España, y quemado en Paris, cuyas ideas sobre el tiranicidio, hoy por hoy, son las más difundidas en el mundo de las teorías políticas, citado por Lazala Bobadilla, cuando afirma:
El tirano es una bestia feroz, que gobierna a sangre y fuego, que desgarra la patria y llega a convertirse en un verdadero enemigo público. No hay duda alguna respecto a la legitimidad del derecho a asesinarlo (…). Cuando este hecho ocurre, ese derecho pertenece a cualquier ciudadano, sin que deba proceder a su ejercicio deliberación alguna por parte de los demás. Cuando el gobierno está en manos de una persona que no atiende ni obedece los deseos del pueblo a que se le gobierne con justicia, el pueblo está asistido de la facultad de privarlo del poder, de proclamarlo enemigo público, de declararle la guerra y matarlo. En defecto de la reunión legal de las asambleas, el pueblo puede y debe levantarse contra el tirano; el derecho de vida y de muerte, en relación con él, le corresponde siempre. La decisión que proclama tirano a un determinado gobernante debe proceder de una resolución de los hombres graves y prudentes, a menos que la voz pública no lo declare así. En este caso, el derecho a matar al tirano es absoluto”. [7]
¡Qué vacía está la historia en el presente!, cuando los pueblos son incapaces de salvarla del olvido, y la arrojan a las sombras del patíbulo, la hace muda, complaciente con el poder, con la autoridad que altera el texto que la recuerda. Ningún pueblo puede tener un futuro promisorio si no conoce la historia, sino se adueña de ella y asume su control. Es devastador condenarse por inacción al olvido, y confundir la marcha de la historia con la fuerza opresiva que condiciona su desconocimiento.
Y, para que no se olvide la historia, y se recuerde que este pueblo estuvo preso de la barbarie, de horribles tormentos, de repugnantes y espantosos asesinatos, de salvajes pasiones, de mudos cómplices, de rudos verdugos, de enloquecidas bestias, de delatores oficiales con piel de lobo, de sirvientes funcionarios con ojos de fuego, de víctimas inocentes sin funerales, en una tiranía donde la crueldad no tuvo flaquezas, donde los relámpagos de la cólera estuvieron en cautiverio en esta tierra que, ninguna historia homérica diseminada por el orbe puede recoger para hacer llorar sobre los cadáveres las espinas ebrias de la orgía dantesca, reproducimos algunos fragmentos de la tesis de Josefina Altagracia Lazala Bobadilla, del capítulo “Los crímenes de majestatis y del silencio revividos en la República Dominicana” para que no se olvide que un gobernante pude disfrazarse de rey, demócrata y estadista, y ponerse las máscaras de mendigo y los harapos de un andrajoso, para ocultar su fiero egoísmo, su codicia con los encantos de una hiena, y traer en su cortesía fingida su primitivo instinto de asesino simulando tener el carácter de un héroe o un redentor.
Desfile estudiantil. Era de Trujillo.Santiago 1944. Foto Luis Luque.
“Desde el año de 1930 al 1961, en la República Dominicana, eran perseguidos y penados los crímenes de majestatis y del silencio, como en los mejores tiempos del César Tiberio. El dictador Rafael L. Trujillo, que durante ese tiempo retuvo el poder, en contra de la voluntad popular, hizo de la República un feudo, y gobernó de un modo despótico al estilo de los sátrapas de los tiempos de la antigüedad.
La persona del dictador y de toda su familia, eran veneradas por la fuerza y el temor. Sus fotografías eran garantías, y se colocaban en todas las casas de familia (…) Destruir una fotografía, un busto, emborronarlos o cualquier acto que el tirano o sus esbirros consideraran irrespetuosos, eran infracciones imprescriptibles y que daban lugar a las más duras sanciones. Se podía dar muerte al culpable de una manera clandestina (…). Tenía su bandera, y una ley sancionaba los actos irrespetuosos a ella, como si fuera la bandera nacional, y se izaba a los acordes del himno de la patria.
Las fotografías del tirano eran objetos de los cuidados mayores, al extremo de que, en una casa que se hubiese querido desalojar a sus moradores por mandato judicial, si a la entrada, expresamente, se colocaba un retrato de quien se hacía llamar “El Jefe”, el ministerial, o no lo hacía, o tomaba precauciones muy cuidadosas.
“También se puso en boga el crimen del silencio en que eran objeto de persecuciones, las personas a quienes se suponía que debían tener conocimiento de alguna crítica o reunión que se considerara como sospechosa; también había sanciones para quienes se abstuvieran de asistir a reuniones políticas donde se exaltaban sus glorias”. [8]
Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961. Su tiranicidio fue el segundo que ocurre en la República. No es una blasfema decir que su vida era una amenaza a la supervivencia de la nación. Muerto por odio, por venganza, por justicia, como castigo, fue repudiado el sátrapa por el pueblo. El pecado hubiera sido dejarlo huir al destierro satisfecho e impávido por sus crímenes. La Patria violada, sin libertad, inmolada en la sangre de tantos mártires y combatientes, se enfurecería si la naturaleza humana no hubiera quebrantado tan largos sufrimientos.
Al igual que el dictador Ulises (Lilís) Heureaux, el tirano Trujillo era temible. La semilla del odio no puede volver a germinar. Los ciudadanos deben asumir la conciencia de que no se puede ser vacilante ante la abominación que traen las dictaduras, que la libérrima voluntad no se puede forzar, porque hay criaturas sollozas que azotan con las tormentas que trae la mano divina, ante el clamor de los que piden salvamento.
[1] Albert Camus, La Caída (Buenos Aires, Argentina: Editorial Losada, S. A., 1957): 41 [Traducción de Alberto Luis Bixio].
[2] La Dra. Josefina Altagracia Lazala Bobadilla era hija de Rafael Osias Lazala Bovese y Luz Enilda Bobadilla Beras, a quienes dedicó su tesis, y en especial a su hermano Frank, además de al Ilustrísimo y Reverendísimo Monseñor Octavio A. Beras, Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, a sus profesores Leoncio Ramos, Hipólito Herrera Billini, Manual A. Amiama y Carlos Sánchez y Sánchez, al igual que a la Unión Cívica Nacional (Por su acendrado patriotismo), Agrupación Política 14 de Junio (Gran defensora de los ideales nacionales), Partido Revolucionario Dominicano (Gran orientador democrático del pueblo), Partido Nacionalista Revolucionario (Por su afán de llevar a la igualdad agraria al pueblo dominicano) y al Partido Revolucionario Social Cristiano (Gran luchador por un socialismo acorde con el espíritu cristiano). Impresa por Editora Montalvo, 1962, 48 páginas. Encuadernada en Tapa rústica, 230 x 155 mm.
[3] Br. Josefina Altagracia Lazala Bobadilla. El Delito Político y el Tiranicidio en la República Dominicana (Santo Domingo: Editora Montalvo, 1962):26.
[4] Ibídem, 22
[5] Ibídem, 15,16 y17.
[6] Ibídem, 25.
[7] Ibídem, 27-28.
[8] Ibídem, 19-20.

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