Por José del Castillo
Tulito Arvelo fue siempre nombre grato en los rincones del hogar de mi abuela Emilia y en el de mi madre Fefita, cuando su mención bajo la dictadura de Trujillo debía hacerse en voz baja, casi como un susurro. Igual Gugú Henríquez, un ídolo del deporte, bien plantado, veterano de la II Guerra Mundial que libró con honores en el Pacífico. Ambos expedicionarios de Luperón en junio de 1949, ligados estrechamente a mi familia. Participantes en la frustrada expedición de Cayo Confites de 1947, que habría sacudido la monolítica fortaleza del régimen, dada la superioridad bélica con que contaban los insurgentes. En 1965, en medio de la guerra, me encomendaron en la Zona entregar un paquete con documentos en una dirección en el sector de San Juan Bosco, cerca del comando militar americano que operaba en el colegio. Resultó ser Tulito, quien regresaba del exterior y al saber mi nombre, reaccionó emocionado: “Pero ¿tú eres hijo de Francisco y Fefita, sobrino de Mané? Yo soy como un tío tuyo.”
Tulio Hostilio Arvelo Delgado (1916-88) nació en San Carlos, residente en los lados de la 16 de Agosto y la Imbert. Fue profesor muy apreciado en la Normal de Varones, que entonces funcionaba frente al Parque Independencia en plantel construido durante la Ocupación Americana. En 1943 se graduó de Derecho y abrió bufete de abogado en la calle Mercedes junto a Pedro Mir, el poeta social que Bosch recibió jubiloso en la sección literaria del
Listín Diario
. De buen tamaño, buenmozo, jovial, de ojos almendrados inteligentes y entradas pronunciadas, fue compañero de conspiración antitrujillista de mi tío médico Mané Pichardo Sardá, su amigo de siempre, y de mi padre Francisco del Castillo, abogado como él, en cuya oficina compartida con Eduardo Read Barrera se fundó clandestinamente en febrero de 1944 el Partido Democrático Revolucionario Dominicano (PDRD), predecesor del Partido Socialista Popular.
Tanto mi padre, Pedro Mir y Eduardito fueron diputados constituyentes en la reforma de 1947 que consagró el sistema financiero nacional con la creación del peso oro dominicano, el Banco Central y la Junta Monetaria. Tulito, como parte de una estrategia de cooptación del régimen que incluyó a Horacio Julio Ornes nombrado en Costa Rica, salió del país en 1947, designado vicecónsul en San Juan de Puerto Rico, posición que aprovechó para continuar los planes que vinculaban al exilio con lo que se denominó el Frente Interno, en cuya estructura mi tío Mané (Cibrián, su nombre código, mientras mi padre era Chihuahua) manejaba las comunicaciones. Tras un breve lapso, Arvelo abandonó las funciones oficiales y se unió a Pedro Mir en los entrenamientos de Cayo Confites, en Cuba. Luego fue enrolado por el general Juancito Rodríguez para armar desde Guatemala una nueva incursión contra Trujillo desde la Guatemala de Arévalo, fungiendo como confianza del viejo hacendado vegano en tareas de coordinación operativa en Cuba y en el manejo de las comunicaciones que tenían como contraparte en el país a su amigo Cibrián.
En el hidroavión Catalina comandado por Horacio Julio Ornes, que amarizó en la bahía de Luperón el 19 de junio del 49, en la mochila de combate de Tulio Arvelo, las autoridades hallaron varios informes redactados por Cibrián, inadvertidamente traídos por aquel desde la base guatemalteca. Obvio que en los interrogatorios practicados a los sobrevivientes (Ornes, Arvelo, Martínez Bonilla, Miguelucho Feliú Arzeno y el nicaragüense Córdoba Boniche), la revelación de la identidad de Cibrián resultaba clave. La chispa de Tulito, como lo revela en sendos artículos publicados en
El Nacional
y en la revista
¡Ahora!
tras el fallecimiento en 1979 de Cibrián, fue decisiva para salvar la vida al Dr. Manuel E. Pichardo Sardá -ya acogido como huésped en la embajada de Venezuela-. Ante los apremios del general Federico Fiallo, quien dirigía los interrogatorios aparte de los realizados directamente por Trujillo, Arvelo y sus compañeros de cautiverio fraguaron una coartada, declarando que el expedicionario Hugo Kunhardt, muerto en los primeros momentos del desembarco, era quien podía saberlo, reputándolo a cargo de las comunicaciones del general Rodríguez.
En su obra
Cayo Confites y Luperón. Memorias de un Expedicionario
(1981), Arvelo narra estos episodios de su primer exilio. En abril del 88, cuando le sorprendió la muerte, este verdadero héroe de templanza cívica y recio valor se hallaba redactando sus memorias, inconclusas. En 2013, el Museo Memorial de la Resistencia y la Comisión de Efemérides Patrias dieron a la estampa este texto, reveladoramente cautivante, bajo el título
Tulio H. Arvelo. Memorias
. Sintetiza el autor las vicisitudes que le acompañarían en su trajinar por América desde que Trujillo le amnistió en mayo de 1950 y salió rumbo a Venezuela -donde había trabajado tras la desbandada de Cayo Confites- en compañía de Horacio Julio Ornes y Miguelucho Feliú. Allí la junta militar que derrocó a Gallegos, acogiendo la coletilla colocada en el pasaporte dominicano que lo sindicaba en “actividades comunistas” y miembro de la Legión del Caribe, le dio 10 días para dejar el país.
Hacia Panamá -gobernaba Arnulfo Arias, amigo de Ornes- fueron a parar los tres, con promesa de empleo, que no se concretó. Tulito partió a La Habana, donde Cruz Alonso, dueño del Hotel San Luis que fue base del exilio, le garantizaba alojamiento. Allí obtuvo un pasaporte otorgado a exiliados “quemados” y se unió a la colonia dominicana que tenía en el hogar acogedor del Arq. Telo Hernández y Manuelita Batlle, en el reparto Siboney, un punto de encuentro. Presentes Nando Hernández, líder sindical romanense; Mauricio Báez, Justino del Orbe, Maricusa Ornes, José Espaillat y Ángel Miolán. Las dificultades para conseguir trabajo y las facilidades que se abrieron para obtener visa de residente en EE.UU., lo retornan a Puerto Rico, donde le esperan Ángel Morales y Leovigildo Cuello, prestigiosos líderes del exilio, tertuliando con los encantadores Mellizos Hernández. Su expectativa, frustrada, volver a trabajar como periodista en el
Diario de Puerto Rico
, afín al gobernador Muñoz Marín.
En otoño del 50, Arvelo decide probar suerte en Nueva York. Se instala en una pensión, enferma. Ofelia Arzeno, madre de Miguelucho, le hace el contacto para trabajar en una lavandería automática del dominicano Marino Morel. Luego entra a una factoría como operario. Se casa con Corina Domínguez. Dos agentes federales le visitan y le citan. Acude con Bienvenido Hazim. El interés se centra en los preparativos de Luperón, el rol de norteamericanos y la compra de aviones en su territorio, violando las leyes. La idea, citarlo como testigo de cargo en una causa. Hazim, también interrogado, recomienda abandonar ambos EE.UU. para evadir la citación. De nuevo La Habana como destino. Allí celebra la Navidad en casa de Telo y Manuelita con Horacio Julio y Felipe Maduro.
En La Habana, visita en Tiscornia a los hermanos Juan y Felix Servio Ducoudray, Pericles Franco Ornes y Julio Raúl Durán, líderes del PSP, quienes permanecerán ocho meses recluidos hasta que el gobierno de Arévalo les concede asilo. Su amigo Eufemio Fernández -quien fuera jefe de la policía secreta bajo Prío Socarrás, expedicionario de Cayo Confites y Luperón- le ofrece una “botella” que rehúsa. En cambio, le viabiliza pasaje a México, donde Tulito espera tener mejor suerte. En la capital azteca le recibe su viejo amigo D’Annunzio Marchena y se instala en una pensión con los hermanos Patiño y Federico Pichardo. Ramón Grullón -agente vendedor de una fábrica de carteras del DF- le consigue empleo como mecanógrafo contable en la empresa, propiedad de un judío. Las cosas mejoran y renta un pequeño apartamento, uniéndosele Corina desde Nueva York.
Con los Patiño, Pichardo y Amiro Cordero organizan una pequeña célula izquierdista, relacionándose con los comunistas españoles refugiados. Solicitan su ingreso al PSP, cuya dirección ya estaba en Guatemala con los Ducoudray y Franco, que les instruye militar en el Partido Comunista Mexicano. Esta relación le permitirá a Tulito conocer al gran muralista Diego Rivera. Estimulado por viento favorable, le escribe a Pedro Mir, desempleado en Cuba, estimulándolo a trasladarse a México, cuyos círculos culturales le acogen. El poeta luego enrumbaría hacia la Guatemala revolucionaria de Arbenz. En esas, arriban a México Horacio Julio y Eduardo Matos Díaz, quienes logran residencia. Mientras Tulito, afectado por informe negativo del embajador de México en Ciudad Trujillo, deberá recoger sus bártulos. Un “tumbe” en la tienda del judío que operaba anexa a la fábrica, realizado por una banda mientras Tulito cubría el turno meridiano, le obliga a compensar de su salario los valores distraídos.
En 1952 el hogar Arvelo Domínguez se bifurca: Corina hacia Nueva York, Tulito embarca rumbo a La Habana. Un crucero de ensueño de tres días le hace sentir la mayor satisfacción en su azarosa vida de emigrado. En Cuba, Batista se había adueñado del poder. Nuestro Odiseo se aposenta en el Malecón en pensión junto a Feliú, de la que deberá trasladarse por falta de dinero a un estrecho cuartucho. En contacto con las “comunas” de exiliados comparte sus avatares. Con López Molina y Manuel Lorenzo Carrasco habita un cubículo que le obliga a recoger la colombina al levantarse, para poder circular. En una hornilla cocinan jamón picado con habichuela que comen con pan. La esposa de Pedro Mir -entonces en Guatemala- lo invita a almorzar los miércoles. La casa de Telo igual lo acoge en su mesa. Finalmente consigue trabajo en la construcción de una carretera en Las Villas y otro en un casino que convierte en zombi.
Tras ocho meses de Batista en el poder, se desata una cacería de exiliados. Tulito y otros se esconden. Los estudiantes de la Universidad de La Habana se movilizan en solidaridad. Nueva York le esperaría de nuevo: tres años estibando sacos de azúcar y otros más soldando prendas de fantasía. ¡Vaya “dorado exilio”!
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