En conversaciones que se dan en oficinas, vehículos públicos, centros de estudios y medios de comunicación del país, se abordan los principales problemas de esta nación.
Alto costo de la vida, inseguridad ciudadana, deficiencias del sector eléctrico, salud y educación, pobreza, corrupción y delincuencia política son algunos de los temas tratados.
En ese sentido, llama la atención el pesimismo frente a estos problemas. Muchos dominicanos los conciben como eternos. Carecen de fe y esperanza en el porvenir.
Parecería que este pueblo se ha resignado y ve con normalidad vivir entre apagones, corrupción, injusticias, pobreza, abusos de autoridad… en fin, deficiencias en materia económica, política y social.
¡Esto no lo arregla nadie!, dicen algunos, y, el que puede, recurre a la práctica individualista de resolver sus problemas personales y obviar los nacionales. Compra un inversor o una planta eléctrica, una bomba de agua y un tinaco, un carro y paga seguro de salud, educación y seguridad privada, seguro de que nada va a cambiar y que las cosas siempre serán iguales o en su defecto peor.
En esta actitud hay rasgos de la doctrina filosófica llamada pesimismo, que se afana por resaltar lo peor del mundo.
En el pensamiento occidental, esta idea se origina con el “pesimismo griego”, presente en la doctrina del filósofo Hegesias, quien sostenía que “si el bien único es el placer y éste es inalcanzable la vida es absurda”.
Luego, en los siglos XIX y XX, Schopenhauer, Mainländer, von Hartmann, Kierkegaard, Heidegger, Sartre y Cioran fundamentaron esta visión de la vida.
En el caso local, “el pesimismo dominicano” se evidencia en la falta de confianza en que los dominicanos puedan solucionar sus problemas por auto considerarse incapaces de vivir en democracia y de desarrollarse económica y socialmente, expandiendo sus libertades.
Esta forma de pensar fue promovida por los intelectuales decepcionados ante el fracaso del proyecto liberal, quienes veían la “inviabilidad de la nación dominicana”.
En la fundación de la nación, los proanexionistas contrariaban a los independentistas señalando que no era posible el proyecto de nación independiente y creían más viable ser colonia de una potencia.
Hoy día esta doctrina repercute en el pensar y actuar de este pueblo. La posibilidad de progreso no se concibe en el país. Muchos dominicanos emigran seguros de que así tienen mayores posibilidades de avanzar.
Hay desconfianza respecto a la vida democrática, considerándola como un modelo posible sólo en sociedades extranjeras y “civilizadas”, no en República Dominicana, donde lo único viable es lo despótico, el autoritarismo, “la mano dura”.
De aquí que el pueblo dominicano desconozca, salvo contadas excepciones, el fiel ejercicio de la democracia, la cual se ve manchada por el paternalismo, el clientelismo y prácticas autoritarias promovidas por la clase gobernante bajo el entendido de que la única forma de que “un pueblo ignorante” como este avance es usando la fuerza.
Eliminar el pesimismo de los dominicanos constituye uno de nuestros retos como nación. Hoy día es difícil cuando la degradación de la nación y de muchos de quienes la dirigen es tanta que parece que la república colapsa.
Vale recordar que ante circunstancias difíciles como la tiranía de Trujillo y las invasiones estadounidenses, este pueblo supo salir hacia delante.
No se trata de ser optimista per se, sino de no resignarnos y ver cuáles aportes podemos hacer para el avance del país y la mejoría colectiva de los dominicanos.
Se trata de, tal y como reza nuestro himno, mantener nuestra valentía en alto. No rendirnos. Persistir y luchar. Recordar que ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo indolente y servil
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