Por: Franklin
Báez Brugal
La corrupción, ese mal que hace estragos
en medio mundo, y que en América Latina se ha convertido en epidemia, ataca con
particular virulencia aquellos países con una institucionalidad débil, pues los
organismos encargados de combatirla y castigarla, no tienen la fortaleza para
hacerlo.
La corrupción cuando hecha raíces, afecta todos los niveles de la
sociedad, adentrándose en ella hasta corromperlo todo, afectando el clima de
negocios y las oportunidades de desarrollo.
La República Dominicana sale muy malparada,
en todas las mediciones que se hacen sobre transparencia, manejo de recursos
públicos y rendición de cuentas, los gobiernos que hemos tenido no se han
interesado en construir herramientas institucionales que fomentan la
transparencia y la integridad en el Estado.
Es una tarea que tenemos pendiente.
La justicia, ese
importantísimo Poder del Estado, se ha convertido en pieza clave para dirimir
aquellos problemas más graves, que las organizaciones
políticas no han querido o podido resolver, como es el de la corrupción de sus
integrantes.
Los jueces, a los
cuales el sistema encarga poner coto a estos desmanes, en nuestro país terminan
dictando sentencias en donde priman los compromisos políticos y personales más
que el derecho. Con sus decisiones
castran valientes iniciativas del Ministerio Público, que ve como expedientes
bien sustentados, toman el mismo camino que otros han recorrido, que conducen a
la impunidad, y a la burla descarada a la ciudadanía.
Las instituciones
no sólo necesitan buenas leyes orgánicas y reglamentos adecuados para su
correcto funcionamiento, también precisan de hombres y mujeres que además de
estar profesionalmente bien formados, tengan la responsabilidady valentía
necesarias para tomar las decisiones a que sus investiduras los obligan, y estas son las que escasean en este pedazo de isla en
que nos ha tocado vivir. Pero qué
podemos esperar de un grupo de personas que fueron seleccionados en medio de
componendas y conciliábulos de todo tipo.
El principio de
la separación de los poderes, brillantemente propuesto y defendido por
Montesquieu y que se supone sea la principal defensa de la libertad y la
protección de los ciudadanos en sociedades democráticas, se pone en entredicho
en nuestro país, con una justicia que no dudo en condenar empresarios acusados
de delitos similares, pero le ha temblado el pulso y se le han caído los
pantalones, cuando de políticos se trata.
Alguien dijo, que
en algunos países de la región, se estaba estableciendo una “cleptocracia” muy
bien organizada, que había sobrepasado la etapa de los sobornos y comisiones,
para constituirse en un entramado de intereses, en donde se mezclan iniciativas
empresariales, tráfico de influencias, narcotráfico, etc. Me parece que quien lo afirmó, acertó plenamente.
De estos grupos
emergen de vez en cuando, individuos que pretenden convertirse en benefactores
de los pobres, repartiendo lo que no producen, con la esperanza de que al igual
que lo ocurrido hace más de 2000 años con Barrabás, la turba clame que suelten
al ladrón.
Es evidente que
nuestras instituciones son débiles, el rastro que sus decisiones han dejado en
su andadura así lo evidencian, mientras esta situación no cambie, los
comportamientos ejemplares serán la excepción.
Cuanta razón... coincido!! y nuestro granito de arena no ha aportado nada.
ResponderEliminarHay que seguir luchando . Algun dia cambiaran las cosas
ResponderEliminar