La muerte del Padre Canales, Juan Rincón y la justicia de Santo Domingo
El relato “La muerte del padre Canales”, del eximio narrador y tradicionalista dominicano, César Nicolás Penson (1855–1901), y contenido en su obra cumbre, Cosa añejas (1891), constituye el más fiel retrato de las debilidades y podredumbre moral que históricamente ha afectado al sistema judicial de la República Dominicana.
Demuestra la brillante narración que la justicia dominicana siempre ha sido la misma y que, por esa razón, nada tienen de extraño las sentencias o autos de No Ha lugar emitidos recientemente por la Suprema Corte de Justicia y la Corte de Apelación Santo Domingo Este a favor del senador Félix Bautista y del alcalde de San Francisco de Macorís, Félix Rodríguez.
El protagonista de la historia que nos ocupa es Juan Rincón, un matón compulsivo, especialista en asesinar mujeres; pero que debido al peso social de un tío influyente casi siempre lograba evadir la justicia o quedar libre del castigo de la ley.
Al decir del narrador, Rincón “padeció lo que se llama la manía de sangre” (1979: 58)
Asesinó a su primera esposa encinta, pero tan horrendo crimen quedó impune, “merced acaso a lo distinguido de su familia y a las influencias que hizo o no hizo valer en su favor su tío el Deán. Ya antes dizque había metido a una hija suya en un sótano” (Ídem)
Después de cometidos estos hechos pudo libremente huir hacia Puerto Rico, donde no tardó en contraer nupcias por segunda vez. A esta nueva esposa, muy pronto la amenazó con hacerle lo mismo que a la primera. La mujer lo denunció y, en tal virtud, la justicia borinqueña procedió a deportarlo y “Entonces aquí lo dejaron libre, ¿Cómo no? Por respeto de su tío el Deán” (Ídem, 59)
Su insaciable sed de sangre lo impulsó a elaborar una larga lista de nuevas víctimas encabezada por el sacerdote Francisco José Canales.
El crimen del cura se perpetró y Juan Rincón, por primera vez, fue sometido a la justicia. Cuando el juez del crimen le preguntó: « ¿Quién mató al padre Canales?», acto seguido el monstruo asesino, impasible y con tono fiero respondió: -¡La justicia de Santo Domingo!
Sorprendido el magistrado, procedió, esta vez con voz severa, a preguntarle de nuevo al prevenido: « ¿Quién mató al padre Canales?»,
«- He dicho, insistió el asesino, que la justicia de Santo Domingo, porque si cuando yo, agregó con tono sentencioso e insolente, maté a mi primera mujer embarazada, me hubieran quitado la vida, no habría podido matar al padre Canales» (Pág.66)
Merced a tan contundente respuesta, el narrador introduce una crítica reflexión que no podía ser más aleccionadora en un momento, como ahora, en el que la justicia dominicana adolece de las mismas fallas y debilidades que la justicia de los tiempos de Juan Rincón:
«Jamás inculpación más grave ni más sangrienta se arrojó a la faz de los hombres de la ley. Era un cargo que contra sí Rincón hacía, pero con el fin de apostrofar a la justicia humana por su culpable lenidad dejando impune un crimen atroz por atender a mezquinas consideraciones sociales y a influencias malsanas de valedores poderosos, que lograron hacer irrisoriamente nula la acción de la ley. ¡Lección tremenda para quienes pierden el respeto a esta y a la sociedad, vulnerando los fueros de la una y burlando a la otra para burlar a entrambas, haciéndose realmente con semejante lenidad más criminales que el criminal que pretenden sustraer a la acción reparadora de la justicia! ( Ídem )
Así, magistralmente, describe César Nicolás Penson la justicia dominicana del siglo XIX. Compárela, amigo lector, con el sistema judicial dominicano de pleno siglo XXI, y estoy seguro que usted, al igual que yo, habrá de concluir afirmando con las palabras de Gabriel García Márquez: “es la misma vaina”.
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