Luis María ANSON
Terminemos de una vez con la falacia de que Estados Unidos exige de sus aliados el ejercicio de la democracia. La gran nación norteamericana es, internamente, un ejemplo de limpieza democrática pero tradicionalmente se ha aliado sin rubor con destacados dictadores: con Franco de España; con Salazar de Portugal; con Chiang Kai-chek de China; con Marcos de Filipinas; con Suharto de Indonesia; con Ne Win de Birmania; con Van Thieu de Vietnam; con Pinochet de Chile; con Mobutu del Congo; con los reyes-dictadores de Oriente Medio; y con tantos otros nombres que harían interminable la relación.
Así es que la imagen de Obama estrechando la mano del dictador Castro entra en la tradición política de Estados Unidos. Nadie debe escandalizarse. Por razones históricas que hunden sus raíces en la guerra fría, Estados Unidos ha convertido a Cuba durante cinco décadas en una nación apestada pero no porque sea una dictadura atroz que se prolonga desde hace medio siglo, sino porque se puso al servicio de intereses hostiles a Washington. Hoy las cosas han cambiado, la tiranía cubana se extingue y los estadounidenses toman posiciones para arbitrar la sucesión de Fidel Castro y de su hermanísimo bobalicón.
No sé qué esperaban los intransigentes cubanos de Florida. Ni por qué se rasgan las vestiduras. Ha pasado lo que se veía venir. De lo que se trata ahora es de organizar la sucesión de Castro con el menor descalabro posible para el pueblo cubano. Y a ello pueden contribuir decisivamente los exiliados si arbitran una política inteligente, conciliadora y constructiva.
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