Un nuevo libro desvela que Douglas Bader participó en una de las evasiones más curiosas de la Segunda Guerra Mundial
La Segunda Guerra Mundial está llena de historias de superación y valentía en la que meros hombres logran convertirse en auténticos héroes en base a su valor. No obstante, de entre toda esta amalgama, hay una que sigue llamando la atención casi 75 años después de que se sucediera. Esta no es otra que la del británico Douglas Bader, un piloto que, a pesar de perder las dos piernas en un accidente de avión, combatió en los cielos contra los aviadores de la «Luftwaffe» nazi causándoles verdaderos estragos durante la Batalla de Inglaterra.
Por si este acto de valentía fuera poco, un nuevo libro llamado «Zero Night» acaba de desvelar e incidir en una serie de curiosas intrigas sobre la vida de Bader. Entre ellas, la más llamativa es que participó en uno de los intentos de fuga más extravagantes de la Segunda Guerra Mundial mientras se hallaba en el campo de prisioneros de Warburg (en Alemania). Aunque finalmente fue atrapado mientras se intentaba escapar y fue encerrado en una prisión de mayor seguridad, este británico logró regresar a su país tras la guerra e, incluso, convertirse en todo un icono para sus conciudadanos.
Sin piernas, pero piloto de la RAF
Bader vino al mundo en febrero de 1910. Desde su infancia sintió un deseo irrefrenable por volar, lo que hizo que, con 18 años, decidiera subirse a un avión e iniciar su carrera en la Real Fuerza Aérea (RAF). Tras licenciarse como piloto en 1930, parecía que su vida no podía ser mejor. Sin embargo, apenas un año después sufrió un trágico accidente mientras realizaba una maniobra acrobática que consistía en girar su avión 360º. Aunque sobrevivió, el accidente no pudo ser peor, pues los cirujanos le tuvieron que amputar las dos piernas.
Su destino parecía estar sellado pero, a base de entrenamiento y perseverancia, Bader logró volver a andar sin muletas con dos prótesis. En 1940, y de forma increíble, consiguó además reintegrarse en la RAF, ponerse de nuevo a los mandos de un avión y, a su vez, ser nombrado jefe de escuadrón de una de las escuadras británicas de Spitfires (el caza inglés más característico durante la Segunda Guerra Mundial).
Ya como aviador para el ejército, este militar logró abatir nada menos que a una veintena de pilotos enemigos. La mayoría de los derribos se sucedieron durante la Batalla de Inglaterra (la defensa de la isla que los pilotos de la Real Fuerza Aérea hicieron de la isla ante el ataque de las tropas de Hitler), aunque también realizó varias bajas en el asalto aéreo que la RAF hizo sobre Francia. Sin duda, con Bader se hizo válida aquella frase de Churchill en la que dijo que «nunca tantos debieron tanto a tan pocos».
Bader, aprisionado
A pesar de que su futuro parecía ser favorable, el destino le volvió a jugar una mala pasada y, en 1941, fue derribado y cayó en Francia. Allí fue capturado por los nazis y, posteriormente, enviado al campo de prisioneros de Warburg (al este de Alemania). Fue precisamente en ese lugar donde se ganó un hueco en el corazón de los alemanes (los cuales permitieron a los británicos que le enviaran por avión otras prótesis para sustituir a las suyas, que se habían destrozado en el accidente) y participó en uno de los intentos de fuga más extravagantes de la Historia.
Concretamente, y según explica Mark Felton en su libro «Zero Night» (publicado a finales de 2014 y citado este martes por la versión digital del «Daily Mail»), el plan fue ideado por Bader y el Mayor Tom Stallard (del ejército británico). Ambos llegaron a la conclusión de que la mejor forma de escapar del campo de prisioneros era, nada más y nada menos, que construyendo varias escaleras plegables con las que lograr pasar el muro de la prisión. Sencillo, pero efectivo.
Para evitar ser atrapados, los militares decidieron que elaborarían las escalinatas a base de martillo y sierra en la sala de música del cuartel para, así, ahogar el ruido de las herramientas con los instrumentos.
Finalmente, el 30 de agosto de 1942 los prisioneros del campo pusieron en práctica el plan y, cuando los guardias estuvieron distraídos, 41 británicos se lanzaron hacia los muros armados con sus escaleras. Desgraciadamente una de ellas se hizo añicos, por lo que solo pudieron escapar 28.
Entre ellos se hallaba Bader que, posteriormente, fue capturado de nuevo por los alemanes. La «Gran Evasión» no le había saldo demasiado bien. Posteriormente, los nazis le quitaron las prótesis para evitar que volviera a huir y le llevaron a una prisión de más seguridad ubicada en el Castillo de Colditz. Allí pasó los últimos días de la guerra hasta que logró regresar a su país tras la contienda.
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