El periodista Miguel Guerrero rechazó la presentación de Rafael Leónidas Trujillo como un promotor de las letras y un fenómeno propio de su época, afirmando que era un hombre ruin, despreciable, y su vida fue un rosario de canalladas.
El lunes, 30 de mayo, se cumple el 50 aniversario del ajusticiamiento del tirano Rafael Trujillo. La ocasión coincide con un fuerte movimiento de opinión pública inspirado en la idea de reivindicar su prolongada permanencia de facto en el poder, a despecho de la enorme estela de sangre y corrupción que legó como su única herencia verdadera, declaró.
El también Premio Nacional de Historia del 2000, dijo que la única frase original de Trujillo en tres décadas de despotismo, en las que se otorgó cuantos títulos pudo imaginarse, fue la de y seguiré a caballo.
Refirió que esa frase la pronunciaba en ocasión de uno de tantos homenajes organizados por sus aduladores para reclamarle su permanencia en el poder y que venía a unirse a un voluminoso dossier de libros, canciones, poesías, artículos, conferencias y estatuas de bronce diseminadas por todo el territorio nacional, que demostraban, más que nada, su pequeñez y su avaricia sin límites de ninguna naturaleza.
Dijo ese seguiré a caballo fue su más resaltante producción intelectual y en ese ámbito fue su único legado, y que lo demás, los discursos llenos de oropeles, la tesis sobre economía, sus opiniones sobre el desarrollo, la salud, la educación, los recursos naturales, eran conceptos ajenos, prestados y bien pagados unas veces, y robados -en el amplio sentido del vocablo- en otras.
Agregó que sus conferencias, discursos y hasta libros dejaron en la enfermiza imaginación de adeptos y familiares la ilusión de un basamento ideológico que pretendía dotar de estructura doctrinaria una tiranía que sólo se explicaba en la ambición de un hombre violento e inescrupuloso.
Todo a su alrededor era falso, como lo fue ese intento fallido de usar literatura prestada para exaltarlo como un apasionado de las artes y las letras, manifestó.
Sostuvo que ninguno de los muchos discursos que pronunció a lo largo de su tiranía se le atribuye, porque su habilidad terminaba en el hurto de propiedades y en la persecución de sus opositores. No hubo nada grande en ese demonio que no fuera su insaciable sed de poder y riqueza, dijo.
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